miércoles, 8 de febrero de 2023

Soylent Green

 


Cincuenta años han pasado desde la realización y estreno de Soylent Green y aterra pensar que la cinta, dirigida por Richard Fleischer, con guion de Stanley Greenberg basado en una novela de Harry Harrison, apunte a que su vaticinio se esté cumpliendo en la realidad de forma estricta, en algunos aspectos incluso de un modo cuasi preciso. Quizá no veamos en nuestro presente escenas como las que describe la cinta, aunque hayamos llegado al tiempo de la película, Nueva York no ha alcanzado los cuarenta millones de habitantes ni parece, al menos a primera vista, que la cotidianidad se muestre tal cual vemos en los sucesivos fotogramas. Pero esto apenas es una minucia si tenemos en cuenta que sí es real el calentamiento global del que se habla, sí que existe una crisis medioambiental de envergadura y sí que hay millones de hombres y mujeres atisbando la posibilidad de cruzar fallas que ejercen de fronteras, en nuestro caso no entre barrios, pero sí entre países.

Aterra pensar que avancemos hacia un escenario de crisis alimentaria que deje a una mayoría sin alimentación, que lo que ahora comemos con cierta normalidad se convierta en los próximos años en manjares para unos pocos, los más ricos, cada vez más ricos. Pero aterra todavía más que el desenlace de la película, el resultado de esa investigación del detective Robert Thorn, interpretado por Charlton Heston, ayudado por Sol Roth, encarnado por Edward G. Robinson, ya no suene como un despropósito, algo lejano si no imposible, ni siquiera como un argumento estrafalario, estrambótico, sino que, aun cuando ficticio, no nos extrañaría lo más mínimo que llegara a pasar.

La realidad supera la ficción, afirmó Oscar Wilde con razón, al fin y al cabo hay aspectos que aparecen en las novelas 1984, de Georges Orwell, o Un mundo feliz, de Aldous Huxley, que son de una rabiosa actualidad. Así que cómo no vamos a pensar en la posibilidad de un escenario no muy distante al que se plantea en Soylent Green, sin necesidad de alcanzar las anécdotas más escabrosas, vistas como metáforas de lo que está por venir. Tampoco hubiéramos imaginado vivir lo que se cuenta en ficciones de pandemias y lo hemos visto, nos hemos asomado a las ventanas de nuestras casas para contemplar la desolación de las calles, aunque sea unas imágenes que se van diluyendo a pasos agigantados, como se olvidan en estos tiempos sinuosos, líquidos o lo que fueren todo hecho real, ni dos telediarios que se suele decir. Curioso: recordamos las películas, olvidamos la realidad.

Volver a ver Soylent Green ahora, en el tiempo de la película, pero mucho después de su estreno, o años después de haberla visto por primera vez hace tanto tiempo que ya apenas se la recuerda, una más de tantas películas que indujo a pensar en el mundo que estaba por venir, estremece porque ahora no es una posibilidad lejana, sino algo que empieza a sonar más de lo que sería oportuno, conveniente y aconsejable. Existen las grandes corporaciones. Se dan los síntomas. Acaecen las catástrofes. Las advertencias, aunque vengan por medio de la ficción, caen en saco roto. Volvemos a lo mismo si no peor, al mismo sistema prolífico, a una productividad desaforada, al exceso lucrativo, el crucero o la devastación de los pocos espacios verdes mientras nos venden parches ecourbanos que apenas ocultan que la fiesta continúa, aunque la resaca, esta vez, pudiera ser mortal.

En la versión española, por cierto, recibió otro título: Cuando el destino nos alcance. Tampoco estuvo tan desencaminado el cambio.

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