En Soylent Green uno de los temas es la muerte. No es un asunto
tangencial en la película, sino central, y en su trama se nos presenta toda una
industria de la muerte, no sólo la de los cadáveres como material fabril, sino
además la de la muerte programada. Cuando los individuos se hallan ya cansados,
sin fuerzas, pueden acudir a una empresa pública, El Hogar, para morir, siempre
a gusto del cliente, con música clásica e imágenes de la naturaleza de antaño, por
ejemplo, tal es la opción de uno de los personajes principales, Sol Roth, que
ha vivido una época mejor, que recuerda y añora el mundo habitable en el que había
comida fresca y paisajes hermosos.
Hoy existe esa industria
de la muerte, aunque no coincide con la que refleja la película, y se acude a
eufemismos porque la muerte no goza hoy de buena prensa, se esconde, parece que
rehuyamos de ella, de allí que se exalte una medicina que alargue las
perspectivas de vida, aunque muchas veces se trata más de existir que de vivir,
siempre evitando citar la finitud inevitable, y aumentan las residencias y las
empresas dedicadas a los cuidados, mientras que por otro lado se potencia la
juventud, más bien una apariencia juvenil, lo más superficial. No es que la
alternativa de Soylent Green sea
mejor, más ética, tampoco se trata de eliminar de modo voluntario o forzado a
los individuos menos útiles o productivos, ni mucho menos, pero sí de saber qué
significa el hecho de vivir, la experiencia que comporta, su importancia real
para el conjunto de la sociedad y el hecho de ser consciente de que la vida es
perecedera. Hoy se ha optado por una exaltación vacía de la juventud y se
desdeña la experiencia como parte del conocimiento, la experiencia que sólo
viene de la mano de una existencia intensa y reflexiva, se alarga la vida de las
personas, pero se esconde la decrepitud a la que se dirige aquella, rememorando
inevitablemente y sin buscarlo, una y otra vez, la afirmación de Luciano,
tantas veces repetida, «peor que la
muerte es la vejez». Pero aun cuando en la actualidad haya una industria en
torno a la vejez, a la muerte, se esconde porque lo que se exalta hoy es la
juventud, sin más, a la que se atribuye una serie de características a las que
todos han de aproximarse y que muchas veces están más adecuadas a usos y
consumos tan propios del sistema social actual, de este capitalismo consumista
desenfrenado.
No se habla de la muerte,
se esconde de un modo vergonzante, pero está allí. No es casual que la
industria armamentística sea hoy una de las más fructíferas, una industria que
construye materiales para matar, aunque su venta se disfraza entre cuentas de
resultados empresariales y objetivos estratégicos en apariencia encomiables.
Pero no se habla de ello, de esta empresa mortuoria, como tampoco se habla ya
de la muerte cotidiana, la que tenemos más cerca, la que nos recuerda día a día
lo efímero de todo. En este sentido, la muerte ha estado siempre muy presente
en la literatura como elemento de reflexión o como escenario cotidiano, no se
ha ocultado, su normalidad literaria procedía de la normalidad con que la
muerte se asumía en la vida. Habría que mirarlo, tal vez sea exagerado
afirmarlo, pero parece que la literatura actual tiende a abandonar la muerte,
como reflejo de esa realidad social, tal como la ha abandonada la sociedad del
espectáculo en la que somos espectadores felices.
Por eso llama la atención
un libro como el que nos propuso en 2021 Alex Oviedo. Ya el título es
llamativo, Memento mori, apela a toda
una tradición reflexiva y literaria. Reúne en él trece relatos en el que la
muerte es el tema, mejor dicho, el acto de morir. No hay en ellos tremendismo,
bien al contrario, el acto de la muerte se incorpora sin dramatismo, como un
gesto cotidiano inapelable. Se cruza con nosotros con la absoluta naturalidad
de lo habitual, aun cuando la hayamos olvidado, la extirpemos de nuestras
conversaciones, empleemos eufemismos o nos forcemos a no tener en cuenta su
cercanía.
Resulta a todas luces un
libro recomendable, no porque nos ofrezca un tema novedoso sino, por el
contrario, porque nos devuelve a una tradición literaria bien enraizada en lo
vital, donde la muerte es parte básica. La literatura, recuérdese, forma parte fundamental
de esa mirada tan necesaria como útil.
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