sábado, 18 de junio de 2022

Paralelo 35

 


Carmen Laforet se sintió a menudo abrumada por el ambiente sombrío de España. Se lo confiesa a Ramón J. Sender en alguna de sus cartas, durante la larga correspondencia entre ambos escritores. No hay una causa política, social o filosófica para su desasosiego, al menos una causa concreta que explicase o estuviese por su parte analizada o descrita al detalle, se trata más bien de un malestar general, de un estado de ánimo que le provoca asfixia, y que tal vez ni ella misma comprendiese. Se siente mal en el país, limitada por un ambiente con el que no se identifica en absoluto, que le causa desazón, inquietud, y también unos deseos enormes por salir, por viajar, era su forma de escapar. De hecho, reside un tiempo en Tánger, a finales de los cincuenta, aprovechando la corresponsalía de su marido, Manuel Cerezales, en aquella ciudad, tan cosmopolita y bohemia en ese momento, meses de relación con los escritores que residían en ella. También pasará un tiempo en Roma a mediados de los setenta, donde se relaciona con Paco Rabal y Asunción Balaguer, padres de su yerno. Tampoco tuvo una residencia que podamos considerar fija en España, su lugar, aunque de haberlo, tal vez fuese Cercedilla.

Hay quien atribuye esta falta de enraizamiento físico a un sentimiento propio de incertidumbre, de insatisfacción o de inseguridad, en definitiva a cuestiones psicológicas que la autora logró trasmitir en su escritura. Podría ser. Poseería muchos de los rasgos de Andrea, en Nada, pero es una interpretación psicológica, ajena a la literatura, puede que inocua, al fin es su obra lo que interesa, lo que nos dicen sus escritos, lo que desatan en el lector sus palabras. Los libros reflejan o descubren el estado de ánimos de quienes los leen. Se debería estudiar también los motivos por los que algunas obras cautivan a sus lectores, la recepción de un libro más que el proceso de elaboración. El éxito de Nada, más allá del premio y la acogida que tuvo la novela, fue sin duda que supo recoger un estado de ánimo, ese sentimiento de asfixia extendido por todo un país, producida por una sociedad cerrada, hostil, hosca. Incluso setenta y cinco años después de aparecer la novela es posible sentirse como Andrea, nos apabulla como a ella un país, un estado de ánimo general, un ambiente sórdido, aun cuando no vivamos hogaño con esas limitaciones de antaño. Pero permanece un fondo más allá de los detalles.

Tal vez la grandeza de Carmen Laforet fue la de poder transmitir ese sentimiento ante la realidad. La de sentir el desasosiego ante el tremendismo circundante, que no es sólo material, es sobre todo moral y existencial. Estaba sin duda en concordancia con Unamuno, como ella insatisfecho, el eterno insatisfecho en un país en que se exige a cada uno estar siempre en su sitio y mantenerse en él fijo.



En 1965, justo entre su estancia en Tánger y la de Roma, tiene ocasión de viajar por Estados Unidos, invitada por el Departamento de Estado. Miguel Delibes había recibido la misma invitación, le anima al viaje. Son invitaciones a escritores, periodistas, artistas, no sólo de España, también de otros países. La invitación tiene como contrapartida el compromiso de una crónica, como dice Carmen Laforet, «(…) escribir lo que ve». Sin duda, hay por parte de la administración norteamericana una intención propagandística. El contexto es de todos conocidos, la guerra fría y la propaganda como una herramienta fundamental. Fue algo propio de los dos grandes bloques, que se movieron con fórmulas idénticas uno y otro. En todo caso, para Carmen Laforet se trató sobre todo de una nueva posibilidad de viaje, de conocer otras realidades y sociedades. De paso, le dio la posibilidad de reunirse con Ramón J. Sender, verse cara a cara.

Carmen Laforet toma notas en dos cuadernos. Parte de esa crónica se publica bajo el título Paralelo 35, un libro curioso, a veces un tanto ingenuo, pero con notas muy interesantes sobre varios aspectos, la cuestión racial, por ejemplo, y una descripción del paisaje que le sorprende y hechiza. Se entrevista con responsables de los departamentos de español de varias universidades. Visita empresas y escuelas. Pero sobre todo conversa con quien se cruza. Sin duda, el viaje, aquel viaje, le servirá a la autora para (re)situarse ella misma ante su país, su desasosiego y ante el mundo. Dicen que no era muy dada a expresar sus propios sentimientos, a confesar ante los demás las cuitas y las aflicciones, para eso estaba la escritura al fin y al cabo. Sobre todo sus novelas, donde consiguió ser ella misma.

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