domingo, 5 de junio de 2022

Brillos

 


La muerte nos iguala a todos, qué duda cabe. Ricos o pobres, blancos o negros, cualesquiera que sean los países donde nazcamos, los idiomas que hablemos, las creencias que mantengamos, con sus descreimientos correspondientes, o cualquier otra circunstancia, todos, absolutamente todos, moriremos algún día.

En todo lo demás la desigualdad es evidente. Incluida la desgracia. Podemos pensar no obstante que el sufrimiento también nos iguala, Los ricos también lloran es el título clarificador y puede que intencionado de una teleserie mexicana, cada uno siente lo insufrible de un modo absoluto, es el dolor propio que muchas veces no es posible relativizar, sin que importen por tanto los detalles o las circunstancias. Sin embargo no todas las consecuencias de los sufrimientos se afrontan del mismo modo. Lo saben muy bien los miles de ucranianos que han debido marchar de Ucrania para refugiarse en otros países donde han sido acogidos con los brazos abiertos, disponiendo de medios y de una ola de solidaridad pública y privada, sin duda necesaria, pero tan diferente a los refugiados sirios o afganos, que escapan también a una guerra, o no digamos a los miles de personas que huyen de la miseria, de condiciones de vida nefastas, de circunstancias de violencia o sinrazón. Europa les ha cerrado la puerta, levantan muros y cercas, se les ha reprimido con fuerza cada vez que han intentado cruzar las fronteras, líneas imaginarias pero muy reales, demasiado reales.

Tampoco son iguales las enfermedades o las consecuencias de los accidentes industriales, muchos de ellos radiactivos. No es lo mismo que estos ocurran en un lugar o en otro. Sus víctimas no serán iguales.

La escritora boliviana Liliana Colanzi escribe sobre uno de esos accidentes radiactivos ocurrido en el Estado brasileño de Goiás. Lo expone en su relato breve Ustedes brillan en lo oscuro que da título al volumen de cuentos de esta autora publicado por Páginas de Espuma. En septiembre de 1987 un chatarrero se lleva de un hospital abandonado de Goiânia una fuente radiactiva, la descompone y vende algunas de sus piezas, se esparce un polvo fluorescente, se sabrá después que se trataba de cloruro de cesio, que llama la atención y algunas personas, entre ellas una niña, juegan con él. Mueren seis personas y la radiación afectará a cientos de personas.  

Este suceso apenas recibió en su momento la atención de los medios de comunicación y mucho menos despertó el más mínimo interés por parte de Europa. Son cosas que pasan en esos países, se dirá, sólo los accidentes ocurridos en algunos lugares, los elegidos, los civilizados, recibirán la atención debida sin desprenderse en estos casos ningún juicio ni valoración negativas. Mientras, apenas se habla de los desechos tóxicos que ciertos países trasladan a otros, los dependientes, imagino que a cambio de unas pocas contraprestaciones, y consecuencias en ocasiones nefastas, ocurrió por ejemplo en el Golfo de Guinea, tal como informa la revista católica Mundo Negro (http://mundonegro.es/racismo-medioambiental-africa-basurero-de-occidente/) en 2021, con referencias a un incidente de contaminación en Costa de Marfil que produjo 15 muertos y 100.000 afectados.

Que cada cual lo llame como quiera, consecuencias de relaciones internacionales a todas luces desiguales, neocolonialismo, racismo institucional, inevitabilidad de tales hechos ante el desarrollo tecnológico, orden que asegura el bienestar (aunque sea el de unos pocos) o desastre ecológico, pero al igual que ocurre con el tratamiento diferente de los refugiados, indica bien a las claras una profunda desigualdad y, a la larga, un mundo bastante poco grato, por decirlo suave.

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