En su novela The Grapes of Wrath («Las uvas de la ira»), publicada en 1939,
John Steinbeck narra la situación de los trabajadores agrícolas en los Estados
Unidos, algunos de ellos propietarios de sus propias tierras, luego arruinados
y desahuciados, empujados a emigrar a California. Es lo que les ocurre a los
Joad. Cuando llegan a su destino, se encuentran con un exceso de mano de obra,
excusa perfecta esgrimida y aprovechada por los grandes hacendados de la costa
oeste para bajar salarios y reducir los derechos de los trabajadores. Es un
tema, el de los problemas del trabajo en el campo, que ya apareció también en
otra novela anterior, Of Mice and Men («De ratones y hombres»), ámbito que este
novelista norteamericano conocía a la perfección por haberlo vivido y sufrido.
En ambos relatos John
Steinbeck describe una degradación social, económica y laboral consecuencia de
las crisis del 29, que afectó a todo el mundo y que desembocaría, a finales de
los treinta, en una guerra larga y terrible. En Europa la tensión social
provocada por la misma abrió la veda a idearios reaccionarios que tomaron en
algunos casos el poder, sin que la izquierda revolucionaria del momento,
también muy activa, pudiese parar los pies a ese fascismo que, al contrario que
las corrientes de izquierda del momento, no cuestionaba los modelos económicos,
es más: los mantuvo vigentes y los potenció.
Es terrible asistir, casi
un siglo después de la publicación de las novelas de Steinbeck, a situaciones
que si no bien idénticas, sí en cambio resultan bastante análogas. Vemos que se
aumentan los flujos migratorios que llegan sobre todo de América Latina, en el
caso de los Estados Unidos, y de África y Asia, en el caso de Europa. En la
agricultura española miles de esas personas trabajan a destajo, muchas veces en
situación irregular, con salarios bajísimos y malas condiciones. En otros
sectores como el de la restauración en las zonas turísticas mediterráneas, se
tienen problemas para la ocupación plena de los empleos –salarios también muy
limitados y largas jornadas de trabajo– y se plantea incluso una relajación de
las trabas de regulación de la extranjería para que accedan trabajadores que,
se prevé, asumirían tales condiciones.
Al igual que en aquel
momento, aparece una nueva extrema derecha en Europa que no cuestiona el
capitalismo vigente, pero que tampoco es intervencionista, como lo fueron sus
antecesores, asumen el neoliberalismo extremo vigente, manteniendo el discurso
de la identidad nacional –referido más bien a la Patria como ente abstracto, no
tanto a los derechos de sus ciudadanos, muy relativizados–, también el rechazo
al extranjero pobre al que se culpabiliza de todos los males posibles, aunque
no parece que moleste mucho cuando trabaja y calla, y una vuelta al militarismo
y a la lógica de los bloques y de los imperios.
En este escenario actual,
falta esa izquierda combativa y transformadora que puso a veces en jaque el
(des)orden imperante entonces, hoy la izquierda no parece muy dispuesta a tomar
riesgos ni afrontar el reto de transformar la sociedad, lo que a veces puede parecer
positivo, nos aleja de modelos también autoritarios, por ejemplo el de las
tiranías estalinistas o de algunos iluminismos sectarios, pero no parece que
salga muy bien, frente a ello, su mera gestión de un capitalismo que muestra a
su vez síntomas de declive, de saturación, con las correspondientes amenazas de
guerra otra vez global, sin que logren acabar con las desigualdades y la
precariedad.
Es en este escenario que
hemos asistido a un capítulo más de la ignominia de esa frontera sur, con la
muerte de un número alto personas que intentaban cruzar la valle que separa
Marruecos de Melilla, un nuevo problema de este drama que el presidente español
consideró el mismo día 24 de junio «bien resuelto».
Otro escritor
norteamericano, Jack London, publicó en 1908 una novela, The Iron Heel («El talón de
hierro») en la que se describe un sistema político dominado por las grandes
corporaciones que mueven todos los hilos de la realidad. Todo está bajo control
en ese mundo vaticinado por el escritor, incluidos los planes de rebelión. Fue
la primera de las distopías descritas en una serie de novelas escritas en la
primera mitad del siglo XX. Asusta percibir hoy las coincidencias de lo que hay
con lo que se intuyó. Aterra vislumbrar que la realidad, siempre, supera la
ficción.
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