jueves, 12 de mayo de 2022

El Bellas Artes donostiarra

 


Tal vez sea el sino de los tiempos, aunque me parece más bien que se debe a un proceso de transformación de las ciudades que tiene detrás una elección humana, por tanto una decisión política y económica, un tipo de decisión que muchas veces se plantea como si estuviera amparada en algo ajeno a cualquier voluntad, el hado por ejemplo o el mercado (algo que a veces resulta tan etéreo como el destino, ¿qué es el mercado y, sobre todo, quién es el mercado?), incluso se atribuye a la inevitabilidad de los tiempos, pero que son opciones que pudieran tener alternativas, que son frutos al final de relaciones de poder nunca igualitarias, sobre todo las que tienen que ver con las fuerzas económicas y que ahora mismo deciden sobre el futuro de sociedades enteras y, en este caso, de ciudades.

El hecho es que el edificio de Bellas Artes de San Sebastián, en el punto de encuentro de las calles Prim y Urbieta, pasará a ser un hotel de la cadena Hilton. El ayuntamiento ha aceptado el acuerdo entre la cadena hotelera tan prestigiosa y la empresa SADE, actual propietaria del inmueble.

El edificio en cuestión, conocido como el Bellas Artes de San Sebastián, se planificó y construyó en 1914. Lo proyectó el arquitecto Ramón Cortázar. Su función fue la de un cine, de hecho es uno de los edificios más antiguos destinado a tal fin en el País Vasco. Se inauguró el 13 de septiembre de 1914. En 1943 hubo una modificación que planificó el arquitecto Ignacio Mendizábal, se reformó la cúpula y el interior, y el Bellas Artes de San Sebastián pasó a ser también un teatro. Tuvo 1.400 localidades. Cumplió con ambas funciones, la de cine y la de teatro, hasta 1982, cuando se realizó la última proyección, el 11 de abril en concreto. Se utilizó durante un tiempo como local de ensayo para la Orquesta Sinfónica de Euskadi. El edificio llama la atención por su belleza, incluso el Gobierno Vasco barajó la posibilidad de catalogarlo como bien cultural.

No podemos olvidar que San Sebastián – Donosti es la sede desde 1953 de uno de los festivales de cine más importantes del mundo. Por tanto, este edificio ha servido perfectamente a la sociedad donostiarra y sin duda a los visitantes que la frecuentaron cuando cumplió su función de cine y teatro, se encuadraba bastante bien con la vida comunitaria, incluso ha seguido siendo una infraestructura cultural de la que se han aprovechado toda la ciudad y sus visitantes.  



Mientras tanto, la vida ha cambiado no poco en este rincón del País Vasco. La industria sigue teniendo un peso enorme, a la que se ha incorporado nuevas tecnologías y nuevos sectores de producción, pero también ha ganado mucho terreno los servicios y, más en San Sebastián, pero no sólo en esta ciudad, el turismo. De hecho, parece que aquí se está tomando el mismo rumbo de algunas otras ciudades, el de apostar sobre todo por el turismo. Es innegable que puede ser una fuente de ingresos y crea puestos de trabajo, lo que es a todas luces positivo, pero no parece que lo sea el efecto en el conjunto de la sociedad local al organizar la ciudad en torno a los visitantes, a los turistas, y no tanto alrededor de la población local, que se le desplaza del centro urbano y en ocasiones se le excluye del disfrute del mismo. Ejemplos hay, no muy lejos incluso.

El que un edificio como el de Bellas Artes abandone definitivamente su función cultural para pasar a ser una infraestructura más para el turismo muestra claramente una tendencia. Tendrá sin duda sus defensores, pero no son pocos quienes ven –vemos– en esta transformación algo preocupante, un modelo social excluyente. Excluyente, además, para los habitantes de la propia ciudad, que pierden en este caso un edificio de los denominados emblemático. Son cosas del mercado, dirán, pero incluso Adam Smith planteaba la necesidad de una mano invisible que moldeara las consecuencias más adversas de la economía.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario