Tal vez sea el sino de
los tiempos, aunque me parece más bien que se debe a un proceso de
transformación de las ciudades que tiene detrás una elección humana, por tanto
una decisión política y económica, un tipo de decisión que muchas veces se
plantea como si estuviera amparada en algo ajeno a cualquier voluntad, el hado por
ejemplo o el mercado (algo que a veces resulta tan etéreo como el destino, ¿qué
es el mercado y, sobre todo, quién es el mercado?), incluso se atribuye a la
inevitabilidad de los tiempos, pero que son opciones que pudieran tener
alternativas, que son frutos al final de relaciones de poder nunca igualitarias,
sobre todo las que tienen que ver con las fuerzas económicas y que ahora mismo
deciden sobre el futuro de sociedades enteras y, en este caso, de ciudades.
El hecho es que el
edificio de Bellas Artes de San Sebastián, en el punto de encuentro de las
calles Prim y Urbieta, pasará a ser un hotel de la cadena Hilton. El
ayuntamiento ha aceptado el acuerdo entre la cadena hotelera tan prestigiosa y
la empresa SADE, actual propietaria del inmueble.
El edificio en cuestión,
conocido como el Bellas Artes de San Sebastián, se planificó y construyó en
1914. Lo proyectó el arquitecto Ramón Cortázar. Su función fue la de un cine,
de hecho es uno de los edificios más antiguos destinado a tal fin en el País
Vasco. Se inauguró el 13 de septiembre de 1914. En 1943 hubo una modificación
que planificó el arquitecto Ignacio Mendizábal, se reformó la cúpula y el
interior, y el Bellas Artes de San Sebastián pasó a ser también un teatro. Tuvo
1.400 localidades. Cumplió con ambas funciones, la de cine y la de teatro,
hasta 1982, cuando se realizó la última proyección, el 11 de abril en concreto.
Se utilizó durante un tiempo como local de ensayo para la Orquesta Sinfónica de
Euskadi. El edificio llama la atención por su belleza, incluso el Gobierno
Vasco barajó la posibilidad de catalogarlo como bien cultural.
No podemos olvidar que San
Sebastián – Donosti es la sede desde 1953 de uno de los festivales de cine más
importantes del mundo. Por tanto, este edificio ha servido perfectamente a la
sociedad donostiarra y sin duda a los visitantes que la frecuentaron cuando
cumplió su función de cine y teatro, se encuadraba bastante bien con la vida
comunitaria, incluso ha seguido siendo una infraestructura cultural de la que
se han aprovechado toda la ciudad y sus visitantes.
Mientras tanto, la vida
ha cambiado no poco en este rincón del País Vasco. La industria sigue teniendo
un peso enorme, a la que se ha incorporado nuevas tecnologías y nuevos sectores
de producción, pero también ha ganado mucho terreno los servicios y, más en San
Sebastián, pero no sólo en esta ciudad, el turismo. De hecho, parece que aquí
se está tomando el mismo rumbo de algunas otras ciudades, el de apostar sobre
todo por el turismo. Es innegable que puede ser una fuente de ingresos y crea
puestos de trabajo, lo que es a todas luces positivo, pero no parece que lo sea
el efecto en el conjunto de la sociedad local al organizar la ciudad en torno a
los visitantes, a los turistas, y no tanto alrededor de la población local, que
se le desplaza del centro urbano y en ocasiones se le excluye del disfrute del
mismo. Ejemplos hay, no muy lejos incluso.
El que un edificio como
el de Bellas Artes abandone definitivamente su función cultural para pasar a
ser una infraestructura más para el turismo muestra claramente una tendencia.
Tendrá sin duda sus defensores, pero no son pocos quienes ven –vemos– en esta
transformación algo preocupante, un modelo social excluyente. Excluyente,
además, para los habitantes de la propia ciudad, que pierden en este caso un
edificio de los denominados emblemático. Son cosas del mercado, dirán, pero
incluso Adam Smith planteaba la necesidad de una mano invisible que moldeara
las consecuencias más adversas de la economía.
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