No he podido dejar de
recordar, cuando he cruzado de nuevo Repélega, el breve poema de Karmelo C.
Iribarren: «La vida sigue –dicen–/ pero
no siempre es verdad. / A veces la vida no sigue. / A veces sólo pasan los días».
Me ha venido a la cabeza no porque el barrio posea ese tono un tanto melancólico
que se desprende del poema, o tal vez sí, haya en él algo de melancolía, una
melancolía de domingo por la tarde, pero en todo caso lo he recordado porque cuando
uno atraviesa las calles de Repélega es fácil que acabe sintiendo que la vida y
el tiempo transcurren por sendas separadas, que podemos dejar atrás las páginas
del calendario, pero siempre habrá algo que se mantendrá intacto en algunos
rincones de la realidad, ni siquiera los detalles someros indicarán apenas nada
distinto en el fondo, ni los coches actuales aparcados en la calle, ni el
material del asfalto, ni la ropa de los transeúntes podrá cambiar tal impresión
de quietud, es más, reafirmará que todo lo superficial al final carece de
importancia y se imponen de pronto ciertas geografías que sugieren una vaga
perpetuidad, entonces los días pasan sin que parezca que la vida siga.
Repélega es una tierra de
nadie en la Margen Izquierda, una zona de frontera, un lugar fijo en el
tránsito del tiempo. De pronto uno se da de bruces con sus tres poblados o
comunidades de casas baratas, casas bajas de clara raigambre proletaria.
Imposible olvidar que estamos en una zona que fue netamente industrial, aun
cuando ya no queden fábricas ni talleres a la vista, todo lo más un edificio
abandonado, antiguo taller, a las puertas de este barrio cuando se viene desde el
centro de Portugalete.
Dos de dichas comunidades
se crearon como iniciativas obreras, cooperativas de viviendas fruto de un
proletariado activo, diligente, con capacidad de incidir en los medios de vida,
en la propia existencia individual y colectiva. Trabajadores de los Altos
Hornos de Vizcaya, de Construcción La Naval y de Babcock & Wilcox formaron
dos sociedades cooperativas cercanas la una de la otra: Villanueva y El
Progreso, en 1924 y 1930 respectivamente, con cierto aire a proyecto de falansterio
que se quedó a medias, aportando en su momento, eso sí, vivienda y algunos servicios
comunes.
El otro foco es el
poblado «Babcock & Wilcox», auspiciado por esta empresa mucho tiempo
después de fundarse las dos cooperativas, ya en la década de los cincuenta, en
otras circunstancias, otro momento, otra página del calendario, pero una vida
que se mantiene intacta. Esta última, en todo caso, es mayor que las
anteriores, ocupa un espacio más grande, pero hay una estructura semejante. Late
sin duda una misma mentalidad obrera tanto en los años veinte como en los
cincuenta, aun cuando en medio hayan pasado tantas cosas, pero persiste una
conciencia de clase de la que ahora apenas guardamos un recuerdo, diluidos como
estamos en las pretensiones más aparentes que reales de una clase media muy
difícil de definir, tal vez por inexistente en realidad. Aun así, no hay ese
aspecto tan forzado, tan cartón piedra, de otras zonas residenciales y que
parecen delineadas en exceso, presuntuosas por presumidas.
Los tres núcleos están
ahora mismo junto a bloques de viviendas más convencionales, más propios de
finales de los cincuenta y de los sesenta, pero hay también a su lado mucho
espacio abierto, parques a los que se suman nuevos proyectos que sin duda le
darán al lugar un mayor toque residencial. No hay planes, ni espero que se
fragüen, de sustituirlos por esos bloques enormes y fríos que se están
levantando por otros lugares de la Margen Izquierda. De hecho, se les considera
conjunto monumental, lo que da cierta seguridad a su pervivencia.
Perderse por Repélega es
detener un poco la vida, aun cuando pasen los días y nos produzca no poca
ansiedad el paso desaforado del tiempo. Podemos creer por un momento que el
lugar haya sido siempre así, aunque no lo haya sido en realidad y hubiera
otrora caseríos dispersos por toda esta zona. No queda ahora ningún recuerdo de
aquel pasado campesino y carlista, defensor de los fueros de Vizcaya, la zona
se fue transformando con el salto al siglo veinte a base de fábricas y talleres,
con un proletariado local, los propios caseros o personas de otras zonas
cercanas, pero también gentes arribadas de otros lugares. Hasta 1933 esa zona
dependía de Santurce, pero ese año Repélega, Rivas y una parte de la margen
norte del río Galindo se incorporaron a Portugalete, más cercano.
El paseante atento, el flâneur más observador, sin duda se contagiará
de silencio y soledad, pero sobre todo de algo que persiste en su atmósfera
desde hace tiempo. Es verdad, muchas cosas han cambiado, los días pasan. No es
tan seguro, sin embargo, que la vida siga, aunque sin duda seguirá, de otra
forma, pero sigue, aunque puede que no a la par que el transcurso del tiempo.
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