miércoles, 14 de julio de 2021

Repélega

 


No he podido dejar de recordar, cuando he cruzado de nuevo Repélega, el breve poema de Karmelo C. Iribarren: «La vida sigue –dicen–/ pero no siempre es verdad. / A veces la vida no sigue. / A veces sólo pasan los días». Me ha venido a la cabeza no porque el barrio posea ese tono un tanto melancólico que se desprende del poema, o tal vez sí, haya en él algo de melancolía, una melancolía de domingo por la tarde, pero en todo caso lo he recordado porque cuando uno atraviesa las calles de Repélega es fácil que acabe sintiendo que la vida y el tiempo transcurren por sendas separadas, que podemos dejar atrás las páginas del calendario, pero siempre habrá algo que se mantendrá intacto en algunos rincones de la realidad, ni siquiera los detalles someros indicarán apenas nada distinto en el fondo, ni los coches actuales aparcados en la calle, ni el material del asfalto, ni la ropa de los transeúntes podrá cambiar tal impresión de quietud, es más, reafirmará que todo lo superficial al final carece de importancia y se imponen de pronto ciertas geografías que sugieren una vaga perpetuidad, entonces los días pasan sin que parezca que la vida siga.

Repélega es una tierra de nadie en la Margen Izquierda, una zona de frontera, un lugar fijo en el tránsito del tiempo. De pronto uno se da de bruces con sus tres poblados o comunidades de casas baratas, casas bajas de clara raigambre proletaria. Imposible olvidar que estamos en una zona que fue netamente industrial, aun cuando ya no queden fábricas ni talleres a la vista, todo lo más un edificio abandonado, antiguo taller, a las puertas de este barrio cuando se viene desde el centro de Portugalete.



Dos de dichas comunidades se crearon como iniciativas obreras, cooperativas de viviendas fruto de un proletariado activo, diligente, con capacidad de incidir en los medios de vida, en la propia existencia individual y colectiva. Trabajadores de los Altos Hornos de Vizcaya, de Construcción La Naval y de Babcock & Wilcox formaron dos sociedades cooperativas cercanas la una de la otra: Villanueva y El Progreso, en 1924 y 1930 respectivamente, con cierto aire a proyecto de falansterio que se quedó a medias, aportando en su momento, eso sí, vivienda y algunos servicios comunes.

El otro foco es el poblado «Babcock & Wilcox», auspiciado por esta empresa mucho tiempo después de fundarse las dos cooperativas, ya en la década de los cincuenta, en otras circunstancias, otro momento, otra página del calendario, pero una vida que se mantiene intacta. Esta última, en todo caso, es mayor que las anteriores, ocupa un espacio más grande, pero hay una estructura semejante. Late sin duda una misma mentalidad obrera tanto en los años veinte como en los cincuenta, aun cuando en medio hayan pasado tantas cosas, pero persiste una conciencia de clase de la que ahora apenas guardamos un recuerdo, diluidos como estamos en las pretensiones más aparentes que reales de una clase media muy difícil de definir, tal vez por inexistente en realidad. Aun así, no hay ese aspecto tan forzado, tan cartón piedra, de otras zonas residenciales y que parecen delineadas en exceso, presuntuosas por presumidas.



Los tres núcleos están ahora mismo junto a bloques de viviendas más convencionales, más propios de finales de los cincuenta y de los sesenta, pero hay también a su lado mucho espacio abierto, parques a los que se suman nuevos proyectos que sin duda le darán al lugar un mayor toque residencial. No hay planes, ni espero que se fragüen, de sustituirlos por esos bloques enormes y fríos que se están levantando por otros lugares de la Margen Izquierda. De hecho, se les considera conjunto monumental, lo que da cierta seguridad a su pervivencia.

Perderse por Repélega es detener un poco la vida, aun cuando pasen los días y nos produzca no poca ansiedad el paso desaforado del tiempo. Podemos creer por un momento que el lugar haya sido siempre así, aunque no lo haya sido en realidad y hubiera otrora caseríos dispersos por toda esta zona. No queda ahora ningún recuerdo de aquel pasado campesino y carlista, defensor de los fueros de Vizcaya, la zona se fue transformando con el salto al siglo veinte a base de fábricas y talleres, con un proletariado local, los propios caseros o personas de otras zonas cercanas, pero también gentes arribadas de otros lugares. Hasta 1933 esa zona dependía de Santurce, pero ese año Repélega, Rivas y una parte de la margen norte del río Galindo se incorporaron a Portugalete, más cercano.



El paseante atento, el flâneur más observador, sin duda se contagiará de silencio y soledad, pero sobre todo de algo que persiste en su atmósfera desde hace tiempo. Es verdad, muchas cosas han cambiado, los días pasan. No es tan seguro, sin embargo, que la vida siga, aunque sin duda seguirá, de otra forma, pero sigue, aunque puede que no a la par que el transcurso del tiempo.

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