Lo escribió Francisco
Umbral y uno intuye que en gran medida es así: «Cualquier sitio es el paraíso con sólo parar el reloj». Claro que
hay lugares que ayudan, hay barrios, rincones y esquinas en los que ocurre con
más facilidad, que el reloj se pueda parar o al menos sea posible paliar el
paso terrible de las horas, todas hieren, la última mata, y que se roce el
paraíso, que es a todas luces un lugar sin tiempo o con tiempo pausado, como
una tarde veraniega de domingo, con sus sombras, su calor tórrido, su brisa
suave, sus lluvias repentinas de estío y su nunca pasar nada, pero también con
su carga melancólica, todo hay que decirlo, antesala de cierta plenitud.
Un barrio como el de
Atxuri es, en este sentido, una invitación a dejar el reloj en casa o no
tenerlo a la vista, con ese aspecto tan etéreo que insinúa una desaparición repentina
y no sé si algo fantasmal en el caso hipotético de que ocurriera. Incide sin
duda que sea tan pequeño, apenas unas pocas calles muy cortas, ni diez minutos
se tarda en atravesarlas, o que se encuentre encajonado entre el Casco Viejo al
sur, Santutxu a medida que se empinan las calles, a la izquierda, y el Nervión,
justo en ese punto donde deja de ser ría para convertirse en río, si uno avanza
en dirección contraria a la del mar.
Es un barrio pequeño, con
una vecindad compuesta por lo que en otras épocas se calificaba de proletaria, ahora
muy extrema en lo generacional: o personas mayores que son memoria viva de
Bilbao o muy joven, con esa agonía de la juventud por asomarse a la vida; pero
extrema también en los orígenes de sus habitantes, locales muchos de ellos,
tanto payos como gitanos, pero a donde han llegado también inmigrantes de
países lejanos. En todo caso, es una vecindad discreta, no parece que salgan
todos sus habitantes a la vez, ni siquiera se juntan al mismo tiempo en la Plaza
de la Encarnación, epicentro de la sociabilidad barrial, tanto por su Iglesia,
muy dada a los conciertos sacros o legos, como por los bares, que mantienen su
misma función de siempre, tampoco en el parque que hay junto al claustro,
ascendiendo ya hacia Santutxu, contorneado éste por la calle llamada República
de Begoña, recuerdo de territorialidades añejas. El único sitio donde podemos
encontrar a veces mucha gente es en el Paseo de los Caños, que parte de Atxuri
hacia Bolueta y La Peña, pero aquí acuden sin duda habitantes de otras zonas de
Bilbao, sobre todo de las que lo circundan.
Barrio exiguo, por tanto,
barrio de bolsillo que contiene sin embargo algunos edificios de los que pasan
por emblemáticos. Ya en su misma antesala, en esa Plaza de los Santos Juanes,
donde se hallaban las albercas que proporcionaban agua al pequeño Bilbao
mercantil de siglos atrás, hoy se encuentra la Iglesia de San Antón, la del
escudo de la Villa, frente a la cual hay un edificio de pretensión neoclásica,
el Instituto Emilio Campuzano, pero que fue primero el Hospital de Bilbao y de
Caridad hasta 1908, pasó a ser Museo de Bellas Artes hasta 1945 y, por último, el
instituto de formación profesional que es hoy, más acorde con el carácter
trabajador de los barrios del sur. A tiro de piedra está la Iglesia de la
Encarnación, entre gótico y renacentista, con su claustro de los dominicos detrás,
pero también la Escuela Maestro García Rivero y la estación de Atxuri, la de
los antiguos Ferrocarriles Vascongados, hoy Eusko Tren, reconvertida en taller
de los tranvías urbanos, aunque hay quien reclama que se convierta en museo del
ferrocarril, en un momento en que corremos el peligro de que se carguen las
vías férreas, los caminos de hierro que tejen en la Comunidad Autónoma Vasca
una tela de araña, en beneficio del AVE, tan aparente y exhibicionista como tal
vez un tanto superfluo.
No ha perdido Atxuri ese
carácter de arrabal de aquel Bilbao que sólo se extendía, hace apenas dos
siglos, por lo que hoy se conoce como las Siete Calles y el Bilbao Viejo, al
otro lado de la ría, embrión del barrio canalla de San Francisco. El resto eran
campas, caseríos y pequeños poblados cuyo destino fue incorporarse a la ciudad
mercantil e industrial. Atxuri era en la Edad Media Ibeni y tal vez sea la zona
de la ciudad que menos se ha modificado a lo largo de la historia. O al menos
es la impresión que da a primera vista.
La transformación del
Bilbao actual en ciudad posmoderna de servicios y turismo no ha alcanzado a Atxuri ni
a los barrios del sur. Es difícil que Bilbao se convierta toda ella en ciudad cartón – piedra, como ha ocurrido a
otras ciudades vendidas ahora como mero escenario turístico o caricaturas de sí
mismas. Lo industrial pesa mucho, se distingue en el propio aspecto de sus
barrios, incluso en esta época postindustrial en que estamos. Atxuri conserva
esa quietud que insinúa el paraíso porque parece que el reloj, en efecto, se ha
detenido. Conserva ese sabor de domingo por la tarde, de melancolía y espera
vana del porvenir. Es un rincón idóneo para quien no teme las incandescencias
ni que todo desaparezca de pronto en esa neblina que es el tiempo.
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