viernes, 2 de abril de 2021

Fútbol y Patria

 


Sin duda resulta injusto o desfasado, pero no puedo evitar sentir un tedio profundo cuando escucho juntas las palabras fútbol y patria. Me retrotraen a otra época, a unos tiempos rancios, a una realidad tejida a golpe de pasiones que no acabo de entender, al fin y al cabo el espectáculo del fútbol me aburre apenas iniciadas las primeras carreras detrás del balón y en cuanto a la patria, me parece que su mero enunciado sólo sirve para llamar a la guerra contra otras patrias y en las que mueren personas, la mayoría trabajadoras, estudiantes, personas sencillas que no puedo ni quiero tener por enemigas.

Claro que no debiera ser así, lo sé. Hace poco más de dos lustros, comienzo a datar mi vida en lustros, incluso en decenios, vi enteros varios partidos de la Copa Mundial de Sudáfrica gracias a la insistencia de un amigo, Mahmoud, aficionado a este deporte y con quien gocé de varios encuentros en la terraza veraniega de un bar mientras me explicaba él con gracia los detalles de los movimientos que los jugadores realizaban para lograr el deseado gol y la victoria de uno de los dos equipos. Resultó apasionante el partido entre España y Portugal para el cual Mahmoud reunió a la mesa a españoles y portugueses. No quise ver, sin embargo, el partido final de la competición en la que ya entraban en juego no pocas arengas patrióticas que me producían dentera. En todo caso, creo que fue la única vez que vi tantos partidos seguidos y además enteros sin sentir ningún sopor. Llegué incluso a entender la filosofía de este deporte, la de once jugadores que actúan en común, cada uno con sus funciones asignadas y en completa igualdad e importancia todas ellas, un ejercicio de solidaridad grupal que millones de personas ejecutan todos los días, aun cuando el balompié profesional tenga ese sesgo millonario y elitista que no elimina, sin embargo, ese carácter grupal tan constructivo.

Puedo incluso llegar a reconocer la importancia del deporte como elemento vital de y en la sociedad, un ejercicio sano y con ese componente solidario en los deportes colectivos. En Bilbao, por ejemplo, se fomentó la práctica del deporte en general ya a finales del siglo XIX, Manuel Aranaz Castellanos fue uno de sus impulsores principales, y con el salto al siglo XX nacía el Athletic Club de Bilbao en pleno centro de la Villa, en el Café García, sito en el número 8 de la Gran Vía Lope de Haro, justo delante del Café Lyon d´Or, reflejando ambos lugares el inicio de una época gloriosa tanto deportiva como literaria en una ciudad en plena expansión. Nada que haya nacido en un Café puede ser malo.

Sin embargo, el fútbol ha servido y sirve a finalidades políticas ajenas a la actividad en sí misma, aparte de la componente económica ya mencionada, con la correspondiente creación de una élite profesional que actúa más con fines individuales y de enorme especulación añadida, con jugadores estrellas que mueven millones ellos solos. Pero sobre todo con fines políticos y de defensa del Estado que me chirrían enormemente. Más ahora, cuando cada vez le deseo menos un Estado a nadie. No en vano, el fútbol muchas veces emula la guerra, refleja un choque entre territorios, eso sí, de otro modo, mucho más pacífico y desde luego sería mejor dirimir los conflictos en estadios de fútbol que en campos de batalla.

Si el fútbol me aburre al poco de iniciarse, la patria da un paso adelante y me deja por completo frío. No porque yo adquiera, ni lo pretenda, la condición de ciudadano del mundo, fórmula hueca que nada significa, sino porque considero que los lazos identitarios no pueden ni deben circunscribirse a un ordenamiento jurídico soberano, en un mundo además en el que la sociedad y su organización política son más y más complejos, hasta el punto de arrinconarme en un rincón desde el cual resulta cada vez más difícil entender los mecanismos sociales y sobre todo las relaciones de poder.



Estamos inmersos en la Final de la Copa del Rey que se pospuso el año pasado por el tema de la pandemia y en el que participan dos equipos vascos, el Athletic de Bilbao y la Real Sociedad. El partido se celebra la víspera del Aberri Eguna (el Día de la Patria Vasca), las calles por las que me muevo se han llenado de banderas rojiblancas, algunas pocas son de la Real, pero no se prevén rivalidades violentas, esta vez ganamos todos, Bai edo Bai (sí o sí). La afición lo invade todo, las fachadas y los balcones, las vitrinas de las tiendas, la de los bares, las portadas de los diarios, las conversaciones en la calle y en los programas de radio. Se anuncian programas especiales tanto en radios como en televisión. Es casi una cuestión de país, todo un país entero pendiente del partido. Se ha llegado a decir incluso que es la antesala perfecta para la celebración patriótica al día siguiente.

Se vuelve entonces imposible que no sienta todo ese tedio que me producen ambas palabras juntas, fútbol y patria. Sé que es injusto, no estamos en aquellos tiempos rancios de proclamas y fidelidades únicas. Cabe la indiferencia y vivir ajeno al espectáculo, lo que sin duda haré, cuando ni siquiera me queda la opción de que Mahmoud, que vive lejos, me acompañe a ver el partido y me lo explicara como el aficionado brillante e irónico que es él.

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