Eibar sigue siendo hoy
una pequeña ciudad situada en Guipúzcoa, justo a un lado de esa línea tan fina
que divide esta provincia de su vecina Vizcaya. Limita con Ermua, de hecho sus
cascos urbanos se tocan y podrían ser una única ciudad, pero pertenecen a dos
provincias distintas. Ambas ciudades son principalmente fabriles, con un
proletariado muy activo y militante desde que se iniciara la industrialización
de la zona. Se la reconoce hoy como uno de los pilares del socialismo vasco, de
un socialismo combativo y muy diferente al de otros lugares del Estado. Durante
mucho tiempo Eibar fue la sede de la Sociedad Cooperativa Alfa, que fabricaba
máquinas de coser y cuya gestión estaba en manos de los propios trabajadores;
no fue la única experiencia cooperativa de la ciudad y promovido desde la UGT,
aunque sí la más importante. También se desarrolló, es verdad, la fabricación
de armas, de hecho se conoce Eibar también como la ciudad armera, lo que no quita a que su proletariado sea uno de los
más comprometidos del país con su propia emancipación.
Sin duda ese carácter
reivindicativo y socialista resultó esencial para que el de Eibar fuese uno de
los primeros ayuntamientos en proclamar la IIª República, hace de ello noventa
años. De las elecciones municipales que se celebraron el 12 de abril resultó un
pleno compuesto por 10 concejales del PSOE, 8 republicanos y uno del Partido
Nacionalista Vasco. Los 14.000 habitantes que tenía entonces la ciudad, justo
la mitad de los que tiene hoy, participaron activamente en aquellas elecciones
y buena parte de la vecindad acudió la madrugada del 14 de abril a la plaza
frente al Consistorio, hasta ese día llamada Plaza de Alfonso XIII, para apoyar
la constitución del nuevo Ayuntamiento. Fue a las seis de la mañana, bien
temprano, cuando se constituyó en la Casa Consistorial la Sesión Pública presidida
por el candidato a alcalde, Alejandro Tellería, y a la media hora el nuevo
consistorio proclamó la República y el Teniente de Alcalde, Juan de los Toyos,
de filiación socialista, izó la bandera republicana en la fachada, mientras en
la plaza, que pasó a llamarse Plaza de la República –hoy se denomina Plaza
Untzaga–, se escuchaba el Himno de Riego, el Gernikako Arbola e incluso La Internacional.
Hay que decir no obstante
que a esa hora las cosas todavía no estaban claras, ni en Eibar ni en toda España.
Los resultados electorales habían dejado claro el deseo de cambio, sobre todo
en las capitales principales, y faltaba poco más o menos dos horas para que el
General Sanjurjo, director por entonces de la Guardia Civil, se presentara en
Madrid en la casa de Miguel Maura, donde se hallaba reunido desde bien temprano
parte del denominado Comité Revolucionario, formado por varios de los
prohombres progresistas del país –sí, todos eran hombres, en un momento en que
las mujeres estaban a punto de ganar mayores cuotas de intervención social–, y se
pusiera a las órdenes de tal institución. La Comisión proclamó la República y pasado
el mediodía se izaron sendas banderas tricolores en los Ayuntamientos de
Barcelona y de Madrid, también en muchos otros municipios. Alfonso XIII abdicó
y salió al anochecer del Palacio Real por una puerta secreta que daba al Campo
del Moro, camino al exilio.
¿Por qué entonces se
adelantó el ayuntamiento de una pequeñísima ciudad vasca en tan solemne
proclamación?
Se cuenta que en la Casa
Consistorial eibarresa se presentó un emisario de los círculos políticos
centrales para comentar algo que estaba a esa altura en boca de todos: «Se está preparando la República». La
hora tan temprana, sin duda intempestiva, el deseo de cambio o cualquier otro
motivo llevó a que el Alcalde y el resto de los concejales entendieran otra
cosa: «Se está proclamando la República».
Nadie fue consciente del cambio de sentido o no se quiso aclarar el mismo, el
hecho es que el pleno municipal proclamó la República para entusiasmo de sus
protagonistas directos y de la población que atendía en la plaza.
Se redactó y aprobó un
Acta de Proclamación de la República, que reunía medidas simbólicas, por
ejemplo el citado cambio de nombre de la plaza, pero también hubo medidas prácticas
que reflejaban la tensión enorme con que se vivía en aquel momento, como la
orden de que la Guardia Civil permaneciese en el cuartel de Eibar o el desarme
del Somatén local.
Hubo además otras
localidades que se adelantaron en la proclamación republicana, ciudades a su
vez pequeñas, como Jaca o Sahagún, también alguna capital de provincia, como
Vigo, donde hay quien sostiene que incluso su proclamación fue anterior a la de
Eibar. Sea lo que fuere, Eibar ha quedado en el imaginario colectivo como el
inicio de una oleada de proclamaciones municipales. Tal vez contribuyera a ello
el acto oficial del 3 de mayo de 1931 que llevó a Eibar a Largo Caballero, al
socialista vasco Indalecio Prieto, Ministro de Hacienda, al bilbaíno Miguel de
Unamuno, Presidente del Consejo de Instrucción Pública, y a Queipo de Llanos,
que en aquel momento se había mostrado fiel a la República, conspirando cinco
años después contra ella. Acudieron a Eibar para rendirle un homenaje por su
actitud cívica.
En todo caso, el que
tanto ayuntamiento se uniese a tales proclamas enlazaba en cierto modo con el
cantonalismo de la Primera República Española, una experiencia de poder local
que acabó en un verdadero barullo, pero que debamos recordar cuando hoy se
habla tanto de municipalismo y le damos además importancia a la España Vaciada,
que adopta formas nuevo de intervención pública.
En cuanto a la IIª
República Española, sabemos que acabó mal. Tuvo claroscuros, decepcionó no poco
a parte de la población, pero también hubo aspectos que debemos recordar, como
el empeño por la instrucción pública y la extensión de la cultura, o los
primeros pasos de la emancipación de la mujer y de la igualdad de los
ciudadanos. Cuarenta años después del inicio de la guerra (in)civil, se
restauró la monarquía, el nieto de Alfonso XIII fue proclamado rey, durante una
transición hoy muy cuestionada, como lo está la propia monarquía que ha acabado
decepcionando y que ha puesto otra vez sobre la mesa la cuestión de monarquía o
república. No es que el tema sea hoy central en el panorama patrio, ante el
listado de problemas graves, ni el ser una república o una monarquía cambie
mucho la política de un país, pero sí resulta algo fuera de lugar en
estos tiempos que corren que la jefatura del Estado se herede y que los
habitantes del país seamos súbditos, suena cuanto menos añejo. Pero puestos a
cuestionar, yo iría tal vez más lejos, a los cimientos de un modelo social que
no parece muy justo. Pero esto es otra historia, quizá.
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