Hace unos días la escritora Edurne Portela hablaba
sobre Bilbao y la Margen Izquierda en un espacio radiofónico en el que
participa regularmente y, a partir de la rememoración de ese territorio suyo
natal, se refirió con evidente tono crítico a la transformación de muchas
ciudades en los últimos años. Ciudades Disney las denominó. La
expresión me gustó. Va más allá incluso que la calificación más clásica de parques temáticos, tal vez porque realza
el sentido juerguístico al que han tendido estas ciudades en los últimos años,
abandonando ya muchas de ellas su poderío industrial o comercial para
convertirse en meros destinos turísticos, sin que ni siquiera haya un fin serio
para ir a ellas, importa bien poco lo temático, cualquier atractivo histórico o
arquitectónico que pudieran poseer, el carácter renacentista de Venecia, por
ejemplo, sino que se va a las ciudades
Disney simple y llanamente a divertirse, a pasar veladas de fiesta
desenfadada y repleta de excesos alcohólicos, entre otros.
Imposible resulta no pensar estos días en Madrid y
las escenas penosas de cientos de jóvenes europeos, franceses sobre todo,
dedicados a faire la fête en sus
calles, mientras que el Alcalde y la Presidenta de la Comunidad, en un intento
hasta ridículo de irse por la tangente, recordaban el atractivo cultural de la
capital española, en busca de una justificación más bien bobalicona ante tanto
despropósito, lo que además resulta patético cuando la población española sufre
las limitaciones de movimiento como consecuencia de la pandemia.
Claro que no es algo actual esto de las grandes
ciudades transformadas en centros turísticos, más bien al contrario: la
pandemia paró en seco un proceso en el que no pocas ciudades estaban ya muy
adelantadas. Barcelona nos llevaba a todos la delantera en esto de ser una Ciudad Disney, un lugar de asueto para
miles de turistas que habían ocupado muchos de sus barrios hasta vaciarlos de su
vecindad de toda la vida o, cuando todavía seguían en ellos, debían convivir los
vecinos con noches de farra, pura juerga atronadora que duraba muchas veces
hasta bien iniciada la mañana, esto además a lo largo de todo el año. Incluso
el barullo político del último decenio pareció incorporarse al parque temático
como un atractivo turístico más, para los turistas mejor informados, sin
molestar mucho a la Ciudad Disney en
que se habían convertido barrios enteros como los de La Barceloneta o Gracia.
En este sentido, coincidí un primero de mayo a la
mitad de la pasada década con una manifestación por la tarde de grupos de
izquierda más o menos radical que acabó en disturbios, cuando avanzaba la misma
por una amplia avenida que circunda el barrio del Born, una de las joyas
arquitectónicas de la ciudad. Los turistas contemplaban desde algunas esquinas
apartadas las carreras de los manifestantes perseguidos por furgonas policiales
y los destrozos en las cristaleras de varias entidades bancarias, mientras
ascendía el humo de una barricada ardiendo y se escuchaba de vez en cuando el sonido seco de las armas de
proyectiles foam. A mi lado un turista francés junto a dos niños, sus hijos
deduje, contemplaba el espectáculo, maravillado a todas luces. C´est la Barcelonne libertaire, me dijo
emocionado, sin tener muy claro yo si él era consciente de que aquello no se
trataba de una representación de cuando la ciudad era conocida como la Rosa de
Fuego en los ambientes anarquistas, sino que estaba ocurriendo de verdad.
En el País Vasco no somos ajenos a estos procesos.
Pamplona durante los sanfermines y San Sebastián por ser la joya urbanística en
la Comunidad Autónoma Vasca, al mismo nivel si cabe que Biarritz, en el País
Vasco Francés, son ya destinos turísticos, Ciudades
Disney aunque tal vez en menor medida que otras ciudades europeas. Pero
iban en camino cuando comenzó la pandemia, como ya lo había empezado a andar
Bilbao, que dejaba atrás en gran medida su carácter mercantil e industrial para
dejarse seducir por los cantos de sirena del turismo masivo, de momento más
concentrado en las inversiones culturales realizadas en la ciudad.
El parón ha sido enorme y a las consecuencias más
graves, la de los fallecidos y afectados por la enfermedad, con efectos para estos
últimos desconocidos de momento, hay que sumar una crisis económica que está
produciendo no pocos sinsabores e incertidumbres a una parte importante de la
población. Sin embargo, nadie parece dudar que cuando esto pase se vaya a
retomar los proyectos de antaño. En Bilbao son sobre todo dos a corto plazo: el
plan de reforma de Zorrozaurre que transformará esta isla en la parte norte de
la ciudad, en medio de la Ría, antaño zona de fábricas y talleres, además de
casas humildes; y el cubrimiento de las vías de tren entre el apeadero de
Zabalburu y la Estación de Abando, con ocasión de la llegada del AVE, que
parece que se va a retrasar de nuevo. Se aprovechará esta obra para llevar a cabo una
transformación urbanística en toda regla y que afectará sobre todo al distrito
de San Francisco, donde vive una población anciana, antiguos trabajadores de
las empresas y minas de la zona, y emigrante, que conviven ahora mismo con
nuevos locales modernos y pretendidamente alternativos.
No obstante, no parece que Bilbao vaya a convertirse
en una Ciudad Disney toda ella,
aunque sólo sea porque todavía existen otras actividades económicas bien
presentes en la zona y porque buena parte de los barrios de la ciudad conservan
ese carácter obrero de antaño, como Santutxu, Atxuri, Bolueta, La Peña, San
Adrían, Zorroza, Otxargoaga, Txurdinaga, Rekalde o Urribari, sin ese pedigrí de
la parte llana de la ciudad. Lo cual no quita a que uno pueda encontrar lugares
atractivos en ellos, amplios y ecológicos, pero sin que de momento las empresas
del turismo y del ocio masivo se hayan planteado trastocar tales barrios.
Aunque eso sí, se proyecta una ampliación de la autovía sur que puede afectar
la zona verde cercana a La Peña, Bolintxu, con un enorme valor ecológico, plan
que ya ha provocado las quejas de parte de la ciudadanía (http://www.supersurez.info/).
La Margen Izquierda forma parte del Gran Bilbao,
cuatro ciudades pegadas entre sí y de enorme concentración urbana. Sufrieron
especialmente la reconversión industrial de los años ochenta y ahora parece
mejorar ese aspecto caliginoso de antaño, aunque una mera ojeada a su aspecto
indica bien a las claras sus orígenes proletarios. Es de todo ello de lo que
hablaba Edurne Portela, sin duda con algo de añoranza por el tiempo que se fue,
pero también con la esperanza de que mejore, sin por ello convertirse en una Ciudad Disney. Esperémoslo al menos.
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