sábado, 23 de enero de 2021

Los refugiados del Vapor Habana

 


En 1937, entre el 6 de mayo y el 13 de junio, el buque Habana, realizó seis viajes desde el puerto de Santurce a Francia y a Inglaterra con el fin de trasladar sobre todo a niños. El barco lo facilitó el Gobierno Vasco que gestionó tal acción para que escaparan de la guerra. Ya en ese momento las perspectivas eran malas para el bando republicano en el frente norte. Navarra y Álava habían quedado prácticamente desde el inicio de la guerra civil bajo el mando del ejército sublevado y ya en agosto de 36 cayó Irún, en Guipúzcoa, el 12 de septiembre se ocupó San Sebastián y cuando Mola decidió detener los avances por cuestiones estratégicas, esta provincia ya estaba bajo mando nacional casi en su totalidad. En enero del 37 se retomó el avance por el norte. Poco después, el primero de abril la aviación italiana bombardeó Durango. Apenas una semana antes del primero de los viajes del vapor Habana se produjo el bombardeo de Guernica, esta vez por la Legión Cóndor alemana, en día de mercado además, lo que causó una verdadera tragedia entre la población.

Había por tanto razones más que evidentes para que se llevara a cabo esta salida de niños. La guerra estaba afectando en especial a la población civil. Los bombardeos se intensificaron e incluso el 13 de junio de 37, coincidiendo con la última de las salidas del Habana, se bombardeaba el centro de Portugalete, a escasos dos kilómetros del puerto de Santurce.

El buque Habana se eligió para tal final por ser uno de los más grandes en aquel momento. Se había construido en Sestao, en el astillero de la Sociedad Española de Construcción Naval, empresa conocida hasta hace bien poco como La Naval, y su botadura fue en 1920, correspondiendo el honor de la misma a Victoria Eugenia, reina consorte. Se trataba de un buque enorme destinado a cubrir la línea de pasajeros entre el puerto vizcaíno de Santurce y Nueva York, La Habana y México. Como si fuera un presagio del triste papel que le correspondería tres lustros después, a los dos meses de su botadura, en noviembre de 1920, hubo un incendio en él, sin que se supiera si se trató de un sabotaje, consecuencia de un conflicto laboral, o si fue un mero accidente, no hubo certeza de ninguna de las dos posibilidades. El destino quiso que el 18 de julio de 1936 el buque estuviera a punto de salir hacia América, lo que se suspendió ante los acontecimientos. Poco después se destinaría a acoger a los refugiados procedentes de Guipúzcoa y también se utilizó como barco-hospital, hasta que el gobierno vasco decidió el traslado de los niños.

La idea era que tal refugio fuese provisional, que durase lo que durara el conflicto armado, aunque ya los acontecimientos bélicos indicaban que las cosas no le eran propicias a la República Española, y que tal vez buena parte de esos niños ya no regresarían al País Vasco. Pocos días después del último viaje del Habana, en concreto a Pauillac, las tropas franquistas tomaban Bilbao y fue cuestión de horas que cayeran Portugalete y Santurce. El buque quedó amarrado en Burdeos durante el resto del conflicto y tras la guerra lo reclamaron las nuevas autoridades españolas. Su capitán, Ricardo Fernández Orsi, extremeño y cuyo padre fue fusilado por las tropas nacionales, se presentó voluntario para la misión de llevar a esos niños al exilio anticipado. Al acabar la guerra, tuvo él mismo que refugiarse en Francia, sin que pudiera regresar ya más.



El capitán Fernández Orsi tenía razones de sobra para saber que no habría garantías jurídicas en la nueva España, lo sabían los miles de refugiados que salieron en las últimas semanas del conflicto, se calcula que entre cuatro cientos y quinientos mil personas cruzaron la frontera con Francia, a los que hay que sumar los que salieron por otros medios o, como aquellos niños vascos, quienes marcharon durante los casi tres años de enfrentamiento bélico, ante la brutalidad de la propia guerra. Lo sabían porque el bando nacional ya mostró su carácter represivo durante el conflicto, en aquellos territorios que iba ganando.

El médico José Luis Arellinas fue también víctima de aquella situación. Durante algunas semanas, mientras el vapor Habana fue barco-hospital, estuvo éste bajo su jurisdicción al ser inspector sanitario del ejército vasco. Logró huir de Bilbao antes de la toma por las tropas de Franco, intentó escapar de Santander en agosto del 37 mientras caía la capital cántabra, pero no pudo salir de la ciudad dado el caos imperante. Fue hecho prisionero y se le juzgó sin que realmente aquello fuera un juicio, debido a la falta absoluta de garantías judiciales. No sólo había ocupado un cargo de importancia en las instituciones gestionadas por el Gobierno Vasco, además era un marxista reconocido y había escrito a favor del derecho de autodeterminación de los pueblos de España. Por si esto fuera poco, había visto como su partido, el POUM, era perseguido y disuelto por la República, aun cuando la mayoría del gobierno no estuviera de acuerdo, su máximo dirigente, Andreu Nin, desaparecía tras detenérsele a la salida de una reunión en las Ramblas de Barcelona, puro centro de la ciudad, y no tuvo tiempo de conocer otro proceso judicial, tan juicio farsa como el suyo, el de la dirección del POUM, que fue juzgada con acusaciones basadas en puras calumnias de quintacolumnismo.

José Luis Arenillas murió fusilado en diciembre del 37, cuatro meses después de su detención. Hubo miles de casos similares. Todos los hombres y las mujeres que pudieron salir del país marcharon, cualesquiera que fueran sus circunstancias, su nivel de estudios, su situación económica o profesional, sabían a la perfección lo que dejaban atrás y cuáles eran los motivos de su huida, no albergaban ninguna duda del carácter fascista de quienes ocupaban el poder en España.



No hay desde luego situaciones idénticas en la historia, tal vez podamos establecer a lo sumo similitudes entre circunstancias y momentos diferentes, sobre todo en los casos más personales. Nada se parece más a alguien exiliado que otro exiliado que huye por sobrevivir o por procurar unas garantías de vida que no tiene en su lugar de origen. Es inevitable por otro lado recordar a esos niños vascos que desde Santurce huían de la guerra cuando sabemos de las personas en busca de asilo, menores muchas de ellas, que se amontonan en Lesbos, procedentes de Siria, de Sudán o de Afganistán. Se persiguen ideas, etnias, cuestiones personales, y quedarse en sus lugares de origen, muchas veces, es perder la propia vida.

No pocas veces se ha recordado aquel barco, el vapor Habana, y sobre todo a las personas que marcharon en él. En el 2019 se contó incluso con la presencia de Sabine Lalanne, la nieta de Ricardo Fernández Orsi, aquel capitán de la marina mercante merecedor de tantos honores, y cuyo barco, el Habana, se desguazó en 1978.

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