En 1937, entre el 6 de
mayo y el 13 de junio, el buque Habana,
realizó seis viajes desde el puerto de Santurce a Francia y a Inglaterra con el
fin de trasladar sobre todo a niños. El barco lo facilitó el Gobierno Vasco que
gestionó tal acción para que escaparan de la guerra. Ya en ese momento las
perspectivas eran malas para el bando republicano en el frente norte. Navarra y
Álava habían quedado prácticamente desde el inicio de la guerra civil bajo el
mando del ejército sublevado y ya en agosto de 36 cayó Irún, en Guipúzcoa, el
12 de septiembre se ocupó San Sebastián y cuando Mola decidió detener los
avances por cuestiones estratégicas, esta provincia ya estaba bajo mando
nacional casi en su totalidad. En enero del 37 se retomó el avance por el
norte. Poco después, el primero de abril la aviación italiana bombardeó
Durango. Apenas una semana antes del primero de los viajes del vapor Habana se produjo el bombardeo de
Guernica, esta vez por la Legión Cóndor alemana, en día de mercado además, lo que
causó una verdadera tragedia entre la población.
Había por tanto razones
más que evidentes para que se llevara a cabo esta salida de niños. La guerra
estaba afectando en especial a la población civil. Los bombardeos se
intensificaron e incluso el 13 de junio de 37, coincidiendo con la última de
las salidas del Habana, se
bombardeaba el centro de Portugalete, a escasos dos kilómetros del puerto de
Santurce.
El buque Habana se eligió para tal final por ser
uno de los más grandes en aquel momento. Se había construido en Sestao, en el
astillero de la Sociedad Española de Construcción Naval, empresa conocida hasta
hace bien poco como La Naval, y su botadura fue en 1920, correspondiendo el
honor de la misma a Victoria Eugenia, reina consorte. Se trataba de un buque
enorme destinado a cubrir la línea de pasajeros entre el puerto vizcaíno de
Santurce y Nueva York, La Habana y México. Como si fuera un presagio del triste
papel que le correspondería tres lustros después, a los dos meses de su
botadura, en noviembre de 1920, hubo un incendio en él, sin que se supiera si
se trató de un sabotaje, consecuencia de un conflicto laboral, o si fue un mero
accidente, no hubo certeza de ninguna de las dos posibilidades. El destino
quiso que el 18 de julio de 1936 el buque estuviera a punto de salir hacia
América, lo que se suspendió ante los acontecimientos. Poco después se
destinaría a acoger a los refugiados procedentes de Guipúzcoa y también se utilizó
como barco-hospital, hasta que el gobierno vasco decidió el traslado de los
niños.
La idea era que tal
refugio fuese provisional, que durase lo que durara el conflicto armado, aunque
ya los acontecimientos bélicos indicaban que las cosas no le eran propicias a
la República Española, y que tal vez buena parte de esos niños ya no
regresarían al País Vasco. Pocos días después del último viaje del Habana, en concreto a Pauillac, las
tropas franquistas tomaban Bilbao y fue cuestión de horas que cayeran Portugalete
y Santurce. El buque quedó amarrado en Burdeos durante el resto del conflicto y
tras la guerra lo reclamaron las nuevas autoridades españolas. Su capitán,
Ricardo Fernández Orsi, extremeño y cuyo padre fue fusilado por las tropas
nacionales, se presentó voluntario para la misión de llevar a esos niños al
exilio anticipado. Al acabar la guerra, tuvo él mismo que refugiarse en
Francia, sin que pudiera regresar ya más.
El capitán Fernández Orsi
tenía razones de sobra para saber que no habría garantías jurídicas en la nueva
España, lo sabían los miles de refugiados que salieron en las últimas semanas
del conflicto, se calcula que entre cuatro cientos y quinientos mil personas
cruzaron la frontera con Francia, a los que hay que sumar los que salieron por
otros medios o, como aquellos niños vascos, quienes marcharon durante los casi
tres años de enfrentamiento bélico, ante la brutalidad de la propia guerra. Lo
sabían porque el bando nacional ya mostró su carácter represivo durante el
conflicto, en aquellos territorios que iba ganando.
El médico José Luis
Arellinas fue también víctima de aquella situación. Durante algunas semanas,
mientras el vapor Habana fue
barco-hospital, estuvo éste bajo su jurisdicción al ser inspector sanitario del
ejército vasco. Logró huir de Bilbao antes de la toma por las tropas de Franco,
intentó escapar de Santander en agosto del 37 mientras caía la capital
cántabra, pero no pudo salir de la ciudad dado el caos imperante. Fue hecho
prisionero y se le juzgó sin que realmente aquello fuera un juicio, debido a la
falta absoluta de garantías judiciales. No sólo había ocupado un cargo de
importancia en las instituciones gestionadas por el Gobierno Vasco, además era
un marxista reconocido y había escrito a favor del derecho de autodeterminación
de los pueblos de España. Por si esto fuera poco, había visto como su partido,
el POUM, era perseguido y disuelto por la República, aun cuando la mayoría del
gobierno no estuviera de acuerdo, su máximo dirigente, Andreu Nin, desaparecía
tras detenérsele a la salida de una reunión en las Ramblas de Barcelona, puro
centro de la ciudad, y no tuvo tiempo de conocer otro proceso judicial, tan
juicio farsa como el suyo, el de la dirección del POUM, que fue juzgada con
acusaciones basadas en puras calumnias de quintacolumnismo.
José Luis Arenillas murió
fusilado en diciembre del 37, cuatro meses después de su detención. Hubo miles
de casos similares. Todos los hombres y las mujeres que pudieron salir del
país marcharon, cualesquiera que fueran sus circunstancias, su nivel de estudios, su
situación económica o profesional, sabían a la perfección lo que dejaban atrás
y cuáles eran los motivos de su huida, no albergaban ninguna duda del carácter
fascista de quienes ocupaban el poder en España.
No hay desde luego
situaciones idénticas en la historia, tal vez podamos establecer a lo sumo
similitudes entre circunstancias y momentos diferentes, sobre todo en los casos
más personales. Nada se parece más a alguien exiliado que otro exiliado que
huye por sobrevivir o por procurar unas garantías de vida que no tiene en su
lugar de origen. Es inevitable por otro lado recordar a esos niños vascos que
desde Santurce huían de la guerra cuando sabemos de las personas en busca de
asilo, menores muchas de ellas, que se amontonan en Lesbos, procedentes de
Siria, de Sudán o de Afganistán. Se persiguen ideas, etnias, cuestiones
personales, y quedarse en sus lugares de origen, muchas veces, es perder la
propia vida.
No pocas veces se ha
recordado aquel barco, el vapor Habana,
y sobre todo a las personas que marcharon en él. En el 2019 se contó incluso
con la presencia de Sabine Lalanne, la nieta de Ricardo Fernández Orsi, aquel
capitán de la marina mercante merecedor de tantos honores, y cuyo barco, el Habana, se desguazó en 1978.
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