Vicente Blasco Ibáñez
escribió a su muerte que «Aranaz
Castellanos, no lo dude, es el gran pintor literario de Bilbao». No sólo
acertó al perfilar tal definición, las seis series de relatos agrupados en los Cuadros Vascos daban una visión
particular a escenas de la ciudad en aquel comienzo del siglo XX, sino que
además es posible ir más allá y afirmar que este autor simbolizaba como nadie
el espíritu de la Villa, si podemos hablar de un espíritu colectivo en algo tan
dinámico como una urbe en pleno proceso de desarrollo y expansión.
En 1900, cuando contaba
veinticinco años, Manuel Aranaz Castellanos consiguió convertirse en corredor
de comercio, en un Bilbao que ya se había vuelto un centro mercantil
importante, además de una ciudad industrial fundamental, gracias a la minería y
a la industria del hierro. Pero seis años antes inició también su carrera
periodística, en un momento en que la prensa escrita se volvía esencial y en la
misma Bilbao se fundaban varios diarios: El
Noticiero Universal, en 1874, el decano de la prensa vasca, El Porvenir Vascongado, en 1881, El Basco, en 1884, El Diario de Bilbao, en 1888,
El Nervión, en 1891. Otros muchos llegarían ya en el siglo XX, El Liberal entre ellos, del que Aranaz
Castellanos no sólo fue un asiduo colaborador, sino que además dirigió desde
1910.
A su vez pudo desarrollar
en prensa su vocación literaria, cuando comienza a repuntar un cierto ambiente
cultural, con esos cuadros de carácter costumbrista, género muy extendido a lo
largo del último cuarto del siglo XIX, y en el caso de este autor con fortuna
muy discutida. Hay quien le acusa de ser un escritor muy de segunda fila, de
dudosa calidad literaria y exceso de tópicos muy al uso, aunque los retratos de
costumbres juegan siempre mucho con los tópicos. En este sentido, nacionalistas
vascos le reprochan el tono burlón con que retrata a los campesinos, los jebos, cuando acuden a Bilbao, a
comerciar, a comprar o a pasar la tarde. Jon Juaristi, por su parte, señala que
fue un buen observador de las clases ociosas bilbaínas de principios del XX,
sector al que le gusta retratar, a menudo con no poco tono crítico por su
hipocresía social. Claro que Juaristi le tacha también de ser un moralista
intachable sin mucha intención de resolver los problemas sociales. Javier de la
Granja destaca a su favor la crítica de la política, la sátira mordaz contra el
clero, su ironía con ciertos hábitos cotidianos, la glotonería o el
alcoholismo, por ejemplo, o el reflejar en sus escritos el mundo industrial de
la ciudad. Por cierto, que el pintor y caricaturista José Arrue ilustra algunos
de sus escritos.
Pero no sólo las
preocupaciones de Aranaz Castellanos van en paralelo con las de la ciudad en lo
que concierne a los negocios y a la prensa, también dinamiza la vida cultural.
Participa de la tertulia del Café Lion d´Or, es buen amigo y colaborador de
Pedro Mourlane Michelena, admira a Ramón de Basterra. Junto a participantes de
esta tertulia, entre otros, forma parte de la comisión que fundará el Círculo
de Bellas Artes y Ateneo de Bilbao en 1914. Contribuye también a fomentar el
teatro e incluso escribe alguna que otra obra corta que es representada en la
ciudad.
Sus intereses nos quedan
limitados a lo mercantil, a la literatura y a la cultura en general, sino que
se interesa bastante por la actividad deportiva, cuando en muchas ciudades,
Bilbao entre ellas, y en no pocos sectores cambia la sensibilidad por las
prácticas del deporte. El propio autor recuerda que «en aquel momento las prácticas deportivas eran consideradas propias de
señoritos holgazanes sin nada mejor que hacer», percepción esta que
comienza a variar durante el salto de siglo, no sólo en ambientes burgueses, también
entre el proletariado. En 1905 nace la Federación Atlética Vizcaína, con la
contribución de Aranaz Castellanos, se organizan campeonatos de varias
disciplinas y contribuye el autor al fomento del boxeo y del ciclismo, este
último deporte muy en boga hasta hoy en el País Vasco.
A todas luces las
inquietudes intelectuales y sociales del autor parecen coincidir con las de su
Bilbao de acogida (Aranaz Castellanos nació en La Habana, de padre español y
madre cubana; la familia decide marchar de Cuba por la inestabilidad que se
respira ya en la isla y en 1885, cuando el escritor todavía es un niño, se
traslada a Bilbao). Se podría decir que vive en el momento oportuno y sabe
canalizar sus diversas vocaciones a la par que la ciudad.
Pero el incipiente
capitalismo vizcaíno le juega una mala pasada. En febrero de 1925 la entidad
Crédito de la Unión Minera entra en suspensión de pagos. Manuel Aranaz Castellanos
es el agente de cambio y bolsa de esta sociedad. Se abre una investigación
judicial por diversas irregularidades en la gestión societaria. La crisis
afecta a numerosos ahorradores, muchos de ellos trabajadores humildes. Al
propio autor se le cita a declarar ante el juez, lo que aumenta su propio
desasosiego, observado ya por sus amigos y conocidos, sin duda por el cargo de
conciencia que le supone la situación y el estado en que puede quedar su propia
familia y en general los afectados. El 23 de febrero se suicida de un disparo
junto a las vías del tren, en el barrio de Rekaldeberri. Su entierro se vuelve
todo un homenaje del mundo cultural, periodístico y social.
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