Durante algunos meses entre
1929 y 1930, no llegó al año, Federico García Lorca vivió en Nueva York. La
ciudad era ya en aquellos años un gran centro social y cultural, un polo
atractivo y también contradictorio, sin duda, de ese mundo en construcción y
que, en su caso, dadas las dimensiones y la tecnificación, acentuaba la
dicotomía entre naturaleza y civilización, tema este a todas luces muy actual al
que no fue ajeno el autor andaluz. Huía García Lorca del ambiente un tanto
cerril de España, pero también necesitaba tomar distancias para pensar en sí
mismo, en sus circunstancias, y nada mejor para ello que cierto retiro, aunque
fuese en un lugar tan dinámico como esa ciudad gigantesca que tanto nos influye
en lo cultural. Sea lo que fuere, tal vez por ese mismo dinamismo, le resultó
imposible no atender a lo que le envolvía.
Vivió la gran crisis del
29 en su epicentro. Descubrió también la vida de los negros que no pudo menos
que sorprenderle, con su vivacidad y su marginación, con sus contradicciones,
sus esperanzas y su frustración colectiva. Escribió: «(…) No hay angustia comparable a tus rojos oprimidos, / a tu sangre
estremecida dentro del eclipse oscuro, / a tu violencia granate, sordomuda en
la penumbra, / a tu gran rey prisionero en un traje de conserje.» Es parte
de un poema titulado El Rey de Harlem,
de su libro Poeta en Nueva York, cuyo
manuscrito entregaría a José Bergamín en 1936, el mismo año del asesinato de
Lorca, y tras la guerra española se publicó simultáneamente en México y en
Estados Unidos, en 1940.
Han pasado noventa años
de su estancia en Nueva York y ochenta de la publicación de su libro. Hoy, como
entonces, estamos en plena crisis, ya no sólo sanitaria, también económica,
aunque no somos todavía tan conscientes de su envergadura, aun cuando haya
voces que apuntan que va a ser casi tan grave como la del veintinueve. No sé
tampoco hasta qué punto se repiten los fenómenos históricos, sea en forma de
tragedia sea como miserable farsa, que diría Marx, Karl, aunque la frase
hubiera sido también digna de Groucho; o, dicho de otro modo, si los ciclos de
crisis actuales desembocarán, como desembocó aquella, en fascismo y en un nueva guerra
mundial. Esperemos que no, a pesar de los signos que indican que por desgracia
estamos ante la farsa miserable. Lo que no cambia es la situación de los negros
en Estados Unidos. La muerte una vez más de un ciudadano a manos de la policía
por una detención brutal ha desencadenado protestas en todo el país y no pocos
enfrentamientos. Puede ser verdad que al día se dan cientos de operaciones
policiales que no conllevan la muerte de nadie, pero no es la primera vez que
ocurre y tampoco es la primera vez que quien muere es una persona negra.
¿Cuántas muertes se
necesitan para que una estadística se convierta en un dato infame, cruento y
repugnante?
No creo que haya que
responder a la pregunta. Aunque fuera una sola vez, el hecho resultaría por lo
menos inaceptable. Pero hay quien se fija sólo en la reacción, no en el hecho;
hay quien pone el grito en el cielo por el vandalismo sin querer ver que la
violencia la desata lo que es un nuevo asesinato o incluso, antes, una mirada
recelosa, un gesto prejuicioso, esa línea muy tenue que coloca a cada uno en un
lugar diferente de la escala social.
En 2013 se inició un
movimiento que se conoció por su lema: Black
lives matter (Las vidas negras sí
importan) a raíz de la absolución de quien mató a un adolescente negro por
un disparo. A partir de entonces el lema se ha ido repitiendo cada vez que
moría alguien afroamericano por actuación policial o se producía alguna
detención policial cuestionable, y no han sido pocas tales ocasiones. Estamos
acostumbrados a verlo en películas o en series y no nos damos cuenta de que,
otra vez, como dijera Oscar Wilde, la realidad supera la ficción.
En Europa tales muertes y
las protestas que provocan tienen un enorme eco, abren informativos y ocupan
las portadas de los diarios. Se ven como una característica muy propia de los
Estados Unidos, esas cosas que pasan allí,
es fácil simpatizar con las víctimas del racismo y de los abusos del poder
cuando se dan lejos. Quizá domine la idea de que eso no puede pasar ya aquí.
Pero surge aquí una nueva extrema derecha que vocifera lemas xenófobos y
algunos datos calculan en 20.000 los muertos en el Mediterráneo desde 2014 (https://news.un.org/es/story/2020/03/1470681),
nuestros muertos que no aparecen tanto en los informativos o apenas provocan
protestas en Europa. Casi nos hemos olvidado con la pandemia que en Grecia
miles de personas esperan sus peticiones de asilo mientras muchos países
europeos les cerraron sus fronteras o gestionaron el problema a cuentagotas.
Como hemos olvidado que en 2010 el Gobierno de Francia, por poner sólo un
ejemplo, expulsó a comunidades gitanas, aun cuando algunas de ellas tenían
ciudadanía de algún país de la Unión Europea.
Nos hemos insensibilizado
a la crítica o a la exposición del problema. Es lo que hay, el mundo es así y
como mucho servirá de argumento a futuras películas y series, o ser objeto de
atención de algún poeta sensible. Todo volverá a su cauce hasta la próxima vez
que ocurra algo así, que no parece que vaya a ser muy tarde.
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