jueves, 11 de junio de 2020

Lo que el viento se llevó


En medio de las protestas en Estados Unidos y en buena parte del mundo por el asesinato de George Floyd, nos encontramos con que la plataforma HBO Max ha anunciado estos días su intención de retirar de su catálogo la película Gone with the wind (“Lo que el viento se llevó”), un clásico del cine en toda regla, por ofrecer cierta idealización de la esclavitud y algunos estereotipos racistas. Afirman que con el tiempo la volverán a incorporar, añadiéndosele los correspondientes comentarios que sitúen la película en su contexto. Al mismo tiempo, Marta Kauffman, una de las creadoras de la serie Friends, muy popular en los años noventa, pedía disculpas públicas por no haber reflejado la diversidad racial de la sociedad norteamericana.

Imagino que guarda relación está reacción del mundo audiovisual con los incidentes estos días, causados por un asesinato que añade una víctima más causada por una actuación policial cuanto menos cuestionable y desde luego más real que cualquiera de sus representaciones en el cine o en alguna serie. Hay tras tal reacción una actitud tal vez vergonzante del racismo, lo que a primera vista puede parecer positivo: denota que, frente al aparente auge del racismo y la xenofobia, cada vez más personas, entidades y empresas quieren dejar claro su actitud firme contra tales lacras. Sin embargo, estamos una vez más ante un mero parche que no busca solucionar los problemas, sino remendarlos para sentirnos cómodos en nuestra atalaya moral.

En este sentido, los creadores de la serie Los Simpsons anunciaron, hace ya algún tiempo, su intención de retirar de la serie al personaje Apu, el tendero indio que trabaja a todas horas, y también se alegó que se estereotipaba a toda una población inmigrante, cuando una de las gracias de la serie son los clichés sociales que nos confrontan a visiones simplistas de la sociedad.

Pero más allá de estas reacciones en sí mismas, lo que tenemos delante una vez más es el espinoso tema de lo políticamente correcto, aquello que se debe mostrar o no y, en caso de mostrar, cómo ha de hacerse para no herir sensibilidades. Es un debate no muy diferente al de ciertos colectivos en España que reclaman a la Real Academia de la Lengua Española que elimine de su diccionario algunas acepciones porque resultan ofensivas. Ocurre en concreto con la entrada gitano y con algunos términos referentes a la mujer que revelan un claro machismo. La Academia alega que el diccionario recoge los usos de las palabras, sin entrar en disquisiciones valorativas y optando por catalogar tal uso como ofensivo o discriminatorio.

Es absolutamente cierto: el racismo o el machismo son males sociales, pero están en la sociedad que es donde hemos de combatirlo, la lengua no deja de ser un reflejo de ese mal, pero no es la culpable, no por eliminar las acepciones hirientes vamos a eliminar el problema, por desgracia no es tan fácil la solución. Ni tan mágica.

Ante estas decisiones, peticiones y disculpas, nos podemos formular algunas preguntas: ¿Debe una obra actual reflejar la pluralidad de la sociedad en que se enmarque?¿Es absolutamente obligatorio que así sea?¿Si una obra no contempla la cuota de minorías de todo tipo, es por ello racista, machista o patriarcal?¿Los personajes de una novela o de una película o una serie han de ser una copia exacta de los diferentes grupos humanos existentes?¿Han de actuar y reflejar con absoluta fidelidad los valores dominantes?¿Resultaría hiriente plantear un conflicto que afectase la igualdad o pudiera entenderse como un alegato de la marginación?¿Debemos limitar al acceso a obras de otros tiempos y que muchas veces reflejan posiciones a todas luces rechazables hoy?

Asumir hoy el criterio de lo políticamente correcto es aceptar una censura peligrosa, que coarta e infantiliza. Pero parece que la sociedad ha optado por emplear eufemismos y por redecorar el pasado para que podamos mantener nuestras posiciones presentes sin la incomodidad de nuestras propias contradicciones. Por lo demás, buscamos con ello simplificar los mensajes y renunciar al ejercicio de entender una obra, interpretando su contexto, contemplando el conflicto en toda su amplitud. Lo políticamente correcto, en definitiva, supone el triunfo de una visión facilona de la realidad, ya sea en nuestro presente, ya sea en nuestro pasado. Ese es el objetivo: establecer relatos que no nos compliquen la vida, que nos apacigüe ante una historia y un presente que no son fácilmente asumibles.

Puede que la película Gone with the wind (“Lo que el viento se llevó”) sea un alegato nostálgico de los Estados Confederados, de una sociedad esclavista de caballeros sureños que rememore la felicidad sobre campos de algodón y unos esclavos leales a sus amos y felices en su estado, pero sin duda lo escandaloso fue que la actriz Hattie McDaniel, que interpretara a Mammy, tuviera que sentarse aparte en la gala de los Oscar de 1939 por el hecho de ser negra y a pesar de que se le concedió el galardón, el primero que se daba a una persona negra. Lo escandaloso es que pasados ochenta años de todo ello aún tengamos que estar protestando por el racismo y sus crímenes, sin que parezca que se vaya a combatir ninguna de las políticas que los fomenten.

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