En medio de las protestas
en Estados Unidos y en buena parte del mundo por el asesinato de George Floyd,
nos encontramos con que la plataforma HBO Max ha anunciado estos días su
intención de retirar de su catálogo la película Gone with the wind (“Lo que el
viento se llevó”), un clásico del cine en toda regla, por ofrecer cierta
idealización de la esclavitud y algunos estereotipos racistas. Afirman que con
el tiempo la volverán a incorporar, añadiéndosele los correspondientes comentarios
que sitúen la película en su contexto. Al mismo tiempo, Marta Kauffman, una de
las creadoras de la serie Friends,
muy popular en los años noventa, pedía disculpas públicas por no haber
reflejado la diversidad racial de la sociedad norteamericana.
Imagino que guarda
relación está reacción del mundo audiovisual con los incidentes estos días,
causados por un asesinato que añade una víctima más causada por una actuación
policial cuanto menos cuestionable y desde luego más real que cualquiera de sus
representaciones en el cine o en alguna serie. Hay tras tal reacción una
actitud tal vez vergonzante del racismo, lo que a primera vista puede parecer
positivo: denota que, frente al aparente auge del racismo y la xenofobia, cada
vez más personas, entidades y empresas quieren dejar claro su actitud firme
contra tales lacras. Sin embargo, estamos una vez más ante un mero parche que
no busca solucionar los problemas, sino remendarlos para sentirnos cómodos en
nuestra atalaya moral.
En este sentido, los
creadores de la serie Los Simpsons
anunciaron, hace ya algún tiempo, su intención de retirar de la serie al
personaje Apu, el tendero indio que trabaja a todas horas, y también se alegó
que se estereotipaba a toda una población inmigrante, cuando una de las gracias
de la serie son los clichés sociales que nos confrontan a visiones simplistas
de la sociedad.
Pero más allá de estas
reacciones en sí mismas, lo que tenemos delante una vez más es el espinoso tema
de lo políticamente correcto, aquello que se debe mostrar o no y, en caso de
mostrar, cómo ha de hacerse para no herir
sensibilidades. Es un debate no muy diferente al de ciertos colectivos en
España que reclaman a la Real Academia de la Lengua Española que elimine de su
diccionario algunas acepciones porque resultan ofensivas. Ocurre en concreto con
la entrada gitano y con algunos
términos referentes a la mujer que revelan un claro machismo. La Academia alega
que el diccionario recoge los usos de las palabras, sin entrar en
disquisiciones valorativas y optando por catalogar tal uso como ofensivo o
discriminatorio.
Es absolutamente cierto:
el racismo o el machismo son males sociales, pero están en la sociedad que es
donde hemos de combatirlo, la lengua no deja de ser un reflejo de ese mal, pero
no es la culpable, no por eliminar las acepciones hirientes vamos a eliminar el
problema, por desgracia no es tan fácil la solución. Ni tan mágica.
Ante estas decisiones,
peticiones y disculpas, nos podemos formular algunas preguntas: ¿Debe una obra
actual reflejar la pluralidad de la sociedad en que se enmarque?¿Es absolutamente
obligatorio que así sea?¿Si una obra no contempla la cuota de minorías de todo
tipo, es por ello racista, machista o patriarcal?¿Los personajes de una novela
o de una película o una serie han de ser una copia exacta de los diferentes
grupos humanos existentes?¿Han de actuar y reflejar con absoluta fidelidad los
valores dominantes?¿Resultaría hiriente plantear un conflicto que afectase la
igualdad o pudiera entenderse como un alegato de la marginación?¿Debemos
limitar al acceso a obras de otros tiempos y que muchas veces reflejan
posiciones a todas luces rechazables hoy?
Asumir hoy el criterio de
lo políticamente correcto es aceptar una censura peligrosa, que coarta e infantiliza.
Pero parece que la sociedad ha optado por emplear eufemismos y por redecorar el
pasado para que podamos mantener nuestras posiciones presentes sin la
incomodidad de nuestras propias contradicciones. Por lo demás, buscamos con
ello simplificar los mensajes y renunciar al ejercicio de entender una obra,
interpretando su contexto, contemplando el conflicto en toda su amplitud. Lo
políticamente correcto, en definitiva, supone el triunfo de una visión facilona
de la realidad, ya sea en nuestro presente, ya sea en nuestro pasado. Ese es el
objetivo: establecer relatos que no nos compliquen la vida, que nos apacigüe
ante una historia y un presente que no son fácilmente asumibles.
Puede que la película Gone with the wind (“Lo que el viento se llevó”) sea un
alegato nostálgico de los Estados Confederados, de una sociedad esclavista de
caballeros sureños que rememore la felicidad sobre campos de algodón y unos
esclavos leales a sus amos y felices en su estado, pero sin duda lo escandaloso
fue que la actriz Hattie McDaniel, que interpretara a Mammy, tuviera que
sentarse aparte en la gala de los Oscar de 1939 por el hecho de ser negra y a
pesar de que se le concedió el galardón, el primero que se daba a una persona
negra. Lo escandaloso es que pasados ochenta años de todo ello aún tengamos que
estar protestando por el racismo y sus crímenes, sin que parezca que se vaya a
combatir ninguna de las políticas que los fomenten.
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