No ha pasado
desapercibido el final del capítulo tercero, en su cuarta temporada, de El ministerio del tiempo. En él,
Julián, el reaparecido agente interpretado por Rodolfo Sancho, lleva a Federico
García Lorca, interpretado por Ángel Ruíz, hasta el año 1979 a través de una de
las puertas del tiempo y asisten ambos, emocionados, a un concierto de Camarón de la Isla en el que
canta La leyenda del tiempo, uno de
los poemas del escritor que pertenece a la obra de teatro Así que pasen cinco años, estrenada en 1931. El personaje de Lorca reconoce
que es cierto que se puede viajar por el tiempo y descubre que en ese futuro
lejano su figura y su obra aún están presentes. «España se acuerda de mí, he ganado yo», dice el autor, más bien el
personaje, y de este modo asume su destino fatal, tal vez también esa necesidad
de trascendencia que, dicen, todo escritor posee como deseo.
Hubiera sido un ejercicio
bonito y muy literario saber qué hubiera dicho García Lorca de Camarón de la
Isla. No lo podemos saber: hay cuarenta y tres años por medio entre una muerte
que simboliza como ninguna otra el drama de aquella guerra, aunque sin duda
ninguna muerte hubiera debido suceder, y una canción, una de las más bellas sin
duda del cantaor gaditano, todo ello en un país que, dicen, posee un espíritu
demasiado trágico, aunque yo no me acabo de creer mucho eso de que exista un
espíritu colectivo que defina a todo un país. El espíritu, de existir, va
cambiando con el tiempo, en los pueblos y en las personas.
Es un final que ha
llamado más la atención que el mismo capítulo y la nueva temporada de la serie. Se ha escrito
sobre ese breve homenaje a García Lorca y a todas luces ha conmovido, emocionado
y sobrecogido. También ha creado alguna que otra polémica sobre el autor, la
política y su muerte trágica a manos de quienes se levantaron contra la
República y cimentaron una dictadura que ocupó casi todos esos años entre la
muerte de Lorca y la canción de Camarón. Claro que no veo el interés por
definir al poeta en alguno de los bandos políticos de aquel momento, al fin y
al cabo él no se definió de un modo claro, no hizo política, al menos una
política militante, como entendemos por lo general cuando utilizamos la
expresión hacer política. Conoció, es
cierto, a políticos en activo y a personas que optaron por militar, en uno u
otro campo. Pero su compromiso social estaba en su obra, en su reflexión sobre
la realidad y los seres humanos, muchas veces más importante que el compromiso
político en sí mismo. A menudo olvidamos que lo político no se circunscribe a
lo institucional o al debate ideológico, sino que tiene que ver también con lo
comunitario, con las relaciones entre las personas de una comunidad. Pero no es
de esto de lo que hablamos.
Sea lo que fuere, también
es verdad que un escritor como García Lorca sólo pudo aparecer en un contexto
como el que se vivió en España durante esa edad de plata de las artes y de las
letras. Hubo además, desde finales del siglo XIX, un interés enorme por elevar
el nivel educativo de la población y surgieron iniciativas de todo tipo por
articular una población que pudiera salir del analfabetismo. Hay que tener en
cuenta que García Lorca nace en 1898, un año ya de por sí emblemático. Cuando
él nace, la Institución Libre de Enseñanza llevaba veintidós años funcionando y
seguiría presente durante treinta y ocho años más. En paralelo, surgieron
ateneos –tanto los ateneos burgueses como los populares–, sociedades culturales
y recreativas, asociaciones y sindicatos que potenciaron, muchos de ellos, la
alfabetización de una población desprovista de herramientas educativas. Durante la
Restauración y bajo la dictadura de Primo de Rivera se empezó a crear
tímidamente un sistema escolar público, hasta entonces en manos de la Iglesia
Católica, pero fue sobre todo tras la proclamación de la República, el año de
la obra de Lorca con el poema La Leyenda
del tiempo, cuando se dio un enorme impulso a la educación.
Sin duda fue el mayor y
quizá único logro de aquella República, lo que más le caracterizó. Por
desgracia, en unos tiempos como estos en que vivimos en los que no parece
valorarse mucho lo cultural y la educación está más bien encauzada a integrar a
los alumnos en el sistema económico, más que en dotarles de herramientas propias de
conocimiento y decisión, ese esfuerzo educacional de la República pasa más y
más desapercibido, nadie lo recuerda ni parece ser objeto de estudio. Quizá sea
en varias novelas de Josefina Aldecoa donde podamos conocer algo de aquel
sistema educativo.
Tal vez por ello el
personaje de García Lorca, en la serie, se emociona al ver a un cantaor gitano
convertir en canto su poema. Puede que vea una continuidad de su grupo de
teatro, La Barraca, en ese concierto de 1979, un año complicado también, no exento
de tensión y de muerte, la transición no fue al fin y al cabo tan modélica como
nos dijeron que fue. Y sí, no hubiera estado mal que García Lorca escribiera
sobre Camarón de la Isla, sobre su música que rompió moldes y que tuvo mucho de
inconformista y deshizo moldes. No sería descabellado pensar que le gustase ese
cantaor de voz ruda y fuerte. Quiero creer, a diferencia de lo que ocurre en el
capítulo, que no hubiese pensado tanto en que le seguían recordando cuarenta y
tres años después de su muerte, sino en que se pudiera recuperar esa edad de plata
cuyo hilo se rompió con la guerra y la dictadura, un hilo que, sin saberlo, retomaba
Camarón de la Isla.
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