¿Cómo recordaremos la
pandemia?¿Qué evocará cuando se rememore?¿Se mantendrá la misma retórica cuasi
bélica –lo peor está por llegar, es una
guerra, de hecho, hubo incluso presencia militar en muchas ruedas de prensa
en España, junto a responsables sanitarios, además todos esos héroes y heroínas del momento que lo han dado todo,
los sanitarios, los trabajadores de las tiendas, las fuerzas de seguridad,–,
el tremendismo acuciante –nada será igual–, se
habló pero sobre todo se habla aún de reconstrucción,
o por el contrario dominará el discurso –el
relato– de estas dos últimas semanas, las terrazas, los viajes, las
vacaciones, las playas, dos presidentes autonómicos reuniéndose felices y
esperanzados en la demarcación que separa una comunidad de otra, nada será
igual, pero se vuelve a producir, a consumir, regresamos al mismo modelo que
dejamos atrás, a copiar cada detalle aun cuando sigamos llevando mascarillas y
no nos juntemos mucho, como recuerdo de algo tremendo y desconocido?
Todo indica que por el
momento gana esta segunda interpretación de la realidad, aunque salta a la
vista que no hemos pasado el bache.
Por otro lado, ¿habrá
algún escritor o algún cineasta que convierta el covid19 y su contexto en
materia narrativa? Ya ha habido algún intento de producir ficción de esta
realidad. Ha salido también algún escrito reflexivo publicado con rapidez. Pero,
¿quedará el recuerdo de algo?¿O será tal vez materia para el olvido?
No hay que olvidar que
estamos en la época de la prisa. Todo pasa con excesiva velocidad temporal. De
pronto, desaparece la información de los incidentes raciales en Estados Unidos.
¿Se han diluido o se ha dejado de hablar de ello, de repente, y lo que ayer fue
noticia hoy no interesa a nadie? Ya nadie se acuerda de la estúpida polémica alrededor
de Gone with the wind (“Lo que el viento se llevó”) ni sabemos
en qué ha quedado. Mientras tanto, poco a poco, las principales cadenas de
televisión diversifican su programación, incluso ha vuelto el fútbol.
Puede que en algunos
meses, si no se dan rebrotes tan agudos como el vivido ahora, el tema se vaya disipando,
como nadie se acuerda ya del terrorismo islámico –parece que hayan pasado mucho
tiempo de los bolardos que nos protegían de acciones de fanáticos aislados–, de la
guerra de Siria ya no se habla –¿sigue o ha habido el fin de los enfrentamientos
cruentos entre facciones?– y sólo la llegada desperdigada de alguna patera nos
recuerda el tema de la inmigración más brutal, aquella en que miles de personas
arriesgan su vida por el sueño europeo.
Michel Goldhaber
profundizó una idea sugerida por Herbert Simon y habló de la economía de la
atención, que se produce cuando es tan intenso el volumen de información que
recibimos que nos bloquea, nos incapacita para entender, sucumbimos al efecto
de un mar de datos por el que acabamos sin prestarle atención a nada. Marina
Garcés escribe sobre la impotencia que produce esta situación. «Lo sabemos todo y no podemos nada», nos
dice.
Parece algo pensado y
planificado: en vez de ocultar información, lo que crea recelos y potencia
ideas conspiranoides, se opta justo por
lo contrario, el exceso de información muchas veces mezclada con opinión y
sobre la que se da una y mil vueltas en debates sempiternos. Ha ocurrido con la
pandemia actual: se ha hablado tanto, se ha discutido tanto, se han planteado
tantas aclaraciones y aserciones, que al final nadie comprende nada, por mucho
que se hable una y otra vez sobre ello, y muchos optamos por la información
mínima, la justa para seguir las recomendaciones sanitarias generales. Hay que
tener en cuenta además que era una cuestión médica, científica, ante lo que
muchos estamos incapacitados para entender más allá de lo fundamental,
analfabetismo científico del que somos responsables quienes la padecemos, desde
luego, pero que ha incidido en la angustia que producía tanta impotencia.
¿Nos acordaremos de todo
esto?¿Lo olvidaremos?¿Se mantendrá la retórica que tanto parece necesitarse
colectivamente, puede que potenciada por los poderes públicos? Es innegable el
dolor que ha producido la pandemia, un gran número de afectados, muertos, demasiado muertos, angustia excesiva
entre los contagiados por cómo iban a salir de este mal, entrega de los
sanitarios, temor entre los colectivos que siguieron trabajando, miedo ante el
futuro económico. Pero da la impresión de que de pronto alguien dio un puñetazo
sobre la mesa y pasamos a hablar de cómo disfrutar en las terrazas. La vida
sigue, nos dicen. Corresponde ahora entrar en la nueva normalidad. A saber cómo será esta nueva distropía.
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