viernes, 19 de junio de 2020

Recordar el presente


¿Cómo recordaremos la pandemia?¿Qué evocará cuando se rememore?¿Se mantendrá la misma retórica cuasi bélica –lo peor está por llegar, es una guerra, de hecho, hubo incluso presencia militar en muchas ruedas de prensa en España, junto a responsables sanitarios, además  todos esos héroes y heroínas del momento que lo han dado todo, los sanitarios, los trabajadores de las tiendas, las fuerzas de seguridad,–, el tremendismo acuciante –nada será igual–, se habló pero sobre todo se habla aún de reconstrucción, o por el contrario dominará el discurso –el relato– de estas dos últimas semanas, las terrazas, los viajes, las vacaciones, las playas, dos presidentes autonómicos reuniéndose felices y esperanzados en la demarcación que separa una comunidad de otra, nada será igual, pero se vuelve a producir, a consumir, regresamos al mismo modelo que dejamos atrás, a copiar cada detalle aun cuando sigamos llevando mascarillas y no nos juntemos mucho, como recuerdo de algo tremendo y desconocido?

Todo indica que por el momento gana esta segunda interpretación de la realidad, aunque salta a la vista que no hemos pasado el bache.

Por otro lado, ¿habrá algún escritor o algún cineasta que convierta el covid19 y su contexto en materia narrativa? Ya ha habido algún intento de producir ficción de esta realidad. Ha salido también algún escrito reflexivo publicado con rapidez. Pero, ¿quedará el recuerdo de algo?¿O será tal vez materia para el olvido?

No hay que olvidar que estamos en la época de la prisa. Todo pasa con excesiva velocidad temporal. De pronto, desaparece la información de los incidentes raciales en Estados Unidos. ¿Se han diluido o se ha dejado de hablar de ello, de repente, y lo que ayer fue noticia hoy no interesa a nadie? Ya nadie se acuerda de la estúpida polémica alrededor de Gone with the wind (“Lo que el viento se llevó”) ni sabemos en qué ha quedado. Mientras tanto, poco a poco, las principales cadenas de televisión diversifican su programación, incluso ha vuelto el fútbol.

Puede que en algunos meses, si no se dan rebrotes tan agudos como el vivido ahora, el tema se vaya disipando, como nadie se acuerda ya del terrorismo islámico –parece que hayan pasado mucho tiempo de los bolardos que nos protegían de acciones de fanáticos aislados–, de la guerra de Siria ya no se habla –¿sigue o ha habido el fin de los enfrentamientos cruentos entre facciones?– y sólo la llegada desperdigada de alguna patera nos recuerda el tema de la inmigración más brutal, aquella en que miles de personas arriesgan su vida por el sueño europeo.

Michel Goldhaber profundizó una idea sugerida por Herbert Simon y habló de la economía de la atención, que se produce cuando es tan intenso el volumen de información que recibimos que nos bloquea, nos incapacita para entender, sucumbimos al efecto de un mar de datos por el que acabamos sin prestarle atención a nada. Marina Garcés escribe sobre la impotencia que produce esta situación. «Lo sabemos todo y no podemos nada», nos dice.

Parece algo pensado y planificado: en vez de ocultar información, lo que crea recelos y potencia ideas conspiranoides, se opta justo por lo contrario, el exceso de información muchas veces mezclada con opinión y sobre la que se da una y mil vueltas en debates sempiternos. Ha ocurrido con la pandemia actual: se ha hablado tanto, se ha discutido tanto, se han planteado tantas aclaraciones y aserciones, que al final nadie comprende nada, por mucho que se hable una y otra vez sobre ello, y muchos optamos por la información mínima, la justa para seguir las recomendaciones sanitarias generales. Hay que tener en cuenta además que era una cuestión médica, científica, ante lo que muchos estamos incapacitados para entender más allá de lo fundamental, analfabetismo científico del que somos responsables quienes la padecemos, desde luego, pero que ha incidido en la angustia que producía tanta impotencia.

¿Nos acordaremos de todo esto?¿Lo olvidaremos?¿Se mantendrá la retórica que tanto parece necesitarse colectivamente, puede que potenciada por los poderes públicos? Es innegable el dolor que ha producido la pandemia, un gran número de afectados, muertos, demasiado muertos, angustia excesiva entre los contagiados por cómo iban a salir de este mal, entrega de los sanitarios, temor entre los colectivos que siguieron trabajando, miedo ante el futuro económico. Pero da la impresión de que de pronto alguien dio un puñetazo sobre la mesa y pasamos a hablar de cómo disfrutar en las terrazas. La vida sigue, nos dicen. Corresponde ahora entrar en la nueva normalidad. A saber cómo será esta nueva distropía.


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