miércoles, 4 de septiembre de 2019

Todo se desmorona


En su primera novela Things Fall Apart (Todo se desmorona), publicada en 1958, el escritor nigeriano Chinua Achebe describe la desazón que provoca en Okonkwo enfrentarse a la llegada de los blancos a su rincón del mundo. El autor sitúa su historia en la primera mitad del siglo XIX, cuando el colonialismo adopta una nueva forma, surge un imperialismo más audaz para el cual el ser humano es un objeto, empieza a ser un bien de intercambio económico que se puede comprar y vender, una pieza más de un engranaje mucho mayor e imposible de aprehender desde la individualidad. Claro que, pensándolo bien, lo que ocurre en ese momento no es nada nuevo, nada que no se hubiera vivido ya en otras épocas y en otros parajes en los que otros Okonkwos saben, intuyen más bien, no sin una base, desde una experiencia vital e histórica, con un vaticinio de lo qué es la humanidad, que su mundo se desmorona sin vuelta atrás. Es una novela que transmite pesimismo y fatalidad.

He recordado ese libro al escuchar una entrevista en el programa Efecto Doppler, de Radio 3, a Lucas Barrero, joven estudiante de biología y de ciencias ambientales, uno de los organizadores en España de las protestas de los viernes por el medio ambiente, ese movimiento cuyo inicio se atribuye a Greta Thunberg. Estas protestas son herederas del ecologismo, del medioambientalismo, del interés por la naturaleza que ha existido siempre, pero que ahora adopta tintes dramáticos, casi apocalípticos. Pocas esperanzas pueden haber cuando el Amazonas se quema y no parece que Bolsonaro se preocupe mucho por ello, más bien se entrevén los beneficios que imaginan él y su camarilla y sus amigos –socios tal vez– que van a hacer negocio del árbol caído, nunca mejor dicho, mientras Trump pretende comprar Groenlandia con sus recursos incorporados y ningún dirigente de país ninguno parece muy presto a cumplir ni siquiera los planes ambientales que cualquier mandatario y otros estadistas han pactado, todo ello con protestas, sí, al menos la hay, debe haberlas frente al caos y el desastre, aun cuando no haya lugar para el optimismo, por mucho que nos empeñemos en serlo, unas protestas que, por ser jóvenes quienes las protagonizan, se pretenden optimistas.

Ahora, como a principios del siglo XIX, las buenas intenciones esgrimidas, en la época de Okonkwo fueron la evangelización, la expansión de la civilización, del progreso, la educación de todos los pueblos en los valores, por supuesto superiores, de los europeos, sólo ocultan el deseo de saciar los beneficios empresariales de unos pocos a costa de una buena parte de la humanidad. Todo lleva hoy la etiqueta verde o ecológico, desvirtuando el propio mensaje, aun cuando luego todo siga igual, y ese grupo de jóvenes, los Okonkwos de nuestro tiempo, sospechan que todo se desmorona sin remedio y protestan por ello, con un aplauso generalizado, incluido el de muchos de los gestores del desastre. Sin duda, es el mismo grito de ansiedad ante lo real o lo inevitable.

Diecisiete años antes de la publicación de la novela de Chinua Achebe, un escritor peruano, Ciro Alegría, publicaba El mundo es ancho y ajeno, que describe el proceso de una comunidad indígena en su intento de mantener la comunidad viva frente a las ambiciones de un hacendado que pretende usarlos como mineros y cómo ese puñado de hombres y mujeres se hunden en una realidad más y más abrupta, todo ello en medio de una naturaleza despiadada, tan despiadada como el destino de sus protagonistas. No muy diferentes son los escenarios descritos por José María Arguedas, Jorge Icaza, Manuel Scorza o, en Centroamérica, Miguel Ángel Asturias. Subyace en sus novelas una desazón enorme ante ese mundo que se desmorona, no cabe de ningún modo ese optimismo que se atribuye a la voluntad, como si los indígenas amerindios compartieran la misma decepción que los igbos, que Okonkwo.

A veces da la sensación de que todo se repite, una y otra vez, generación tras generación, ciclos que se suceden sin que en realidad vayamos a ningún sitio. Tal vez sea consecuencia de una falsa idea de progreso o de linealidad del tiempo. Quizá tengamos que ansiar la naturaleza como medio de vida, esa naturaleza asombrosa y tan turbadora que describe Gabriel García Márquez o acaso la naturaleza sobria de la Castilla de Delibes. Cualquier cosa antes que las insustancialidad contemporánea.


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