domingo, 12 de mayo de 2019

«Vitoria: 3 de marzo»


A la entrada de Sestao, cuando se circula desde Barakaldo por la carretera vieja, la que bordea la ría, en una pared junto a una fábrica, en el lado derecho de la ruta, hay una pintada solitaria de un grupo político de izquierdas que reza: «Euskadi, ejemplo de lucha obrera». La carretera continúa en paralelo al Nervión. Aún hay algunas empresas ubicadas en la Margen Izquierda, aunque apenas es lo que fue hace ya varios lustros, cuando a ambos lados de la ría se concentraba parte importante de la industria del hierro vasca: los Altos Hornos, algún que otro astillero y varias empresas que prestaban servicio a esa potente industria.

Todo aquello se desbarató durante los ochenta, tras unos años de crisis profunda, despidos masivos y reconversión. Afectó a todo el País Vasco, en unos momentos de tensión política y coincidiendo con la transición española. No fueron tiempos fáciles en el norte. La crisis pegó fuerte, la clase trabajadora sufría condiciones de vida cada vez más nefastas, con sueldos que no alcanzaban para soportar la alta inflación, tras años de relativa bonanza en los cincuenta y sesenta, de recuperación tras una posguerra complicada y con un Estado paternalista en lo social, aunque desde luego del lado del empresariado. Y sí, la respuesta obrera a aquel estado de cosas fue amplio y combativo, como estaba ocurriendo en otras partes del Estado, aunque la coincidencia con el conflicto nacional, con lucha armada de por medio, añadía altas dosis de nerviosismo a una transición que no fue ni de lejos pacífica, ni tan modélica como a veces nos han querido mostrar.

Hoy se cuestiona en gran medida esta interpretación ejemplarizante de aquellos años setenta y ochenta, al terrorismo de ETA hubo que añadir la acción de la extrema derecha que golpeó con dureza –abogados de Atocha, el asesinato de Yolanda González, entre otros- y a una actuación policial que a veces fue excesiva y cuyo resultado estuvo y está cuanto menos cuestionada. Lo sucesos de Vitoria, a principios de marzo de 1976, fue en gran medida uno de los principales puntos álgidos de un momento de enorme tensión. Las huelgas masivas en las industrias alavesas, a las que se unieron el comercio y la enseñanza, puso incluso en entredicho un modelo sindical que empezaba a despuntar: pactista, de representación y de sometimiento a directrices políticas más interesadas en afianzar la transición que en defender los intereses obreros.

El 3 de marzo de aquel año una asamblea en la Iglesia de San Francisco de Vitoria, en la que se tenía que decidir la continuidad de las huelgas y los procesos de lucha, fue disuelta por la policía que introdujo gases de humos en el edificio mientras disparaba a los manifestantes que se concentraban en la zona. Cinco trabajadores resultaron muertos. Nadie pudo justificar una acción policial tan cruenta, pero tampoco nadie asumió la responsabilidad de una serie de decisiones que a todas luces conllevó una violencia desatada y la muerte de cinco personas, además de un sinfín de heridos.

 El pasado 1º de Mayo, sin duda una fecha bien escogida, se estrenaba la película Vitoria: 3 de Marzo, dirigida por Víctor Cabaco y con guion de Héctor Amado y Juan Ibarrondo. En ella, entre la ficción y el documentalismo, se narran unos hechos que pasan ante los ojos de una familia cuyos miembros son testigos no sólo de los acontecimientos, sino de un estado de ánimo que sin duda dominó la ciudad y todo el país. La hija, Begoña, interpretada por Amaia Aberasturi, vive con pasión política la posibilidad de asaltar los cielos y transformar la sociedad, participa en las manifestaciones, distribuye propaganda y acompaña a Mikel, interpretado por Mikel Iglesias, un joven obrero y sindicalista que se encuadra en el ala más asamblearia y radical de las movilizaciones. Sus padres contemplan, al mismo tiempo, toda esa realidad no sin temor, fruto de años de dictadura, y con contradicciones latentes en todo momento. El padre, José Luís, interpretado por Alberto Berzal, es un periodista que no simpatiza en absoluto con el poder ni con quienes lo ocupan, pero en su momento renunció a buena parte de sus ideales y se enfrenta en ese instante a unas decisiones con las que no está de acuerdo, pero que acata por la falta de alternativas sociales y personales, mientras que la madre, Ana, interpretada por Ruth Díaz, vive en un estado de renuncias por su condición de mujer ante las que parece rebelarse a veces, sin que acabe de situarse.

La película refleja las contradicciones que hubo en ambos lados: las divisiones entre concepciones políticas enfrentadas, vanguardismo clásico frente a asamblearismo, en el lado de los trabajadores, y divisiones en el campo del poder entre quienes defendían una negociación y un aperturismo para no cambiar lo esencial, muy al estilo del Príncipe de Salina en El Gatopardo, cambiarlo todo para no cambiar nada, frente a un sector que anteponía sobre todas las cosas sus propios intereses y una acción dura frente a reivindicaciones obreras que ponía en peligro el orden establecido.

A todas luces se trata de una cinta interesante con que se intenta recuperar parte de esa memoria de la historia reciente del país, pero su singularidad radica también en que trata de mostrar esa historia reciente desde la perspectiva de la clase trabajadora, en la línea de Joaquín Jordà y sus documentales Numax Presenta (1980) y Veinte años no es nada (2004). No hay que olvidar que en la actualidad toda esa cultura obrera parece haberse diluido en España, sociedad que se pretende absolutamente de clase media, pero que posee unas bolsas de pobreza enormes –cuarenta por ciento de la población en índices por debajo de la media– y una precariedad laboral y vital que se han traducido en desahucios y otros problemas graves. Llama la atención, en este sentido, que muchas de las reivindicaciones salariales y sociales reflejadas en la película, reales en 1976, podrían ser hoy de nuevo reclamadas si hubiese un movimiento sindical ni la mitad de exigente de lo que fue el movimiento obrero en aquel momento, de hecho casi las mismas exigencias surgieron en las movilizaciones del 15M, que este año ni siquiera ha sido objeto de conmemoración. Lo cual indica muchas cosas.

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