Tal vez lo más parecido a
las añejas botellas que se lanzaban al proceloso mar con un mensaje en su
interior sean los blogs, webs y otros artificios tecnológicos de hogaño que se
lanzan a la red infinita para deambular y quizá alcanzar algún puerto, esto es,
algún hipotético lector.
Aquellos manuscritos de
las botellas con sus mensajes en busca de lector, como los mensajes de hoy, corren
el peligro de que apenas los lea casi nadie. Claro que si acudimos a lo
tradicional, a lo de toda la vida, los libros publicados en papel, es posible
que los mensajes de cualquier autor contenidos en ellos pasen también
desapercibido, tal es la enorme cantidad de lo que se publica, dicen que
demasiado, además de que no hay suficiente tiempo en la vida de una persona
para asumir una ínfima parte de lo que se escribe y se publica, en un formato u
otro, teniendo en cuenta también que hay lecturas que poseen preferencia, la de
los escritores consagrados, la de las excelentísimas autoras y la de los
encomiables autores que dejan, todos ellos, una inefable huella. En definitiva,
muchos de los nombres no tan consagrados ni tan conocidos que acompañan los
títulos de cabecera se pueden dar por satisfechos si alcanzan un puñado de
lectores en su caminar por entre las olas del proceloso mar de la vida.
En todo caso, buena parte
de esos autores permiten por medio de la lectura una reescritura de lo que
previamente se ha escrito. Digo buena parte porque, con tanto material escrito,
hay que tener mucho espíritu crítico porque no todo lo que se publica y se envía
de un modo u otro alcanza siempre una mínima calidad: hay que saber
seleccionar. Mejor dicho, hay que saber leer.
Respecto a los mensajes
de las botellas, de los artificios tecnológicos o de los libros, los hay de
todos los tipos: de ayuda, de intercambio, de aprendizaje, de reflexión, de
amistad, de erudición, de muestra, de picoteo, de exhibición (no confundir con
los autores exhibicionistas, a muchos de los cuales les vence un ego
inabordable). Hay que tener en cuenta también otras actividades, como la
música, la pintura, la escultura, en las que es muy importante, básico, la
necesidad de comunicar.
Porque ni qué decir tiene
que detrás de toda escritura hay una necesidad de comunicar. A la tonta
pregunta a un escritor de por qué escribe habría que responder siempre que para
contar cosas, para comunicar, en última instancia para que se le lea, es obvio,
y a veces incluso, como dicen que respondió una vez Gabriel García Márquez,
para que a uno se le quiera, que es la mejor forma de que se le reconozca, lo
cual no es fácil de lograr, no siempre por culpa de los demás, hay que
reconocer. Necesidad de comunicar, al fin, porque «se morirá tu tercer perro y seguirás en habitaciones huecas, donde
solamente se amontona el eco partido de tu vacío», que es lo que tal vez
respondería, espero que no se moleste por la apropiación de sus propias
palabras, Cecilio Olivero Muñoz.
¿Y quién es Cecilio Olivero Muñoz?
A buenas y primeras
podría decir que un tipo curioso, singular, excéntrico, encantador, a veces un
tanto tiquismiquis con altas dosis de refunfuñón, muchas veces cascarrabias,
pero siempre curioso, atento, bien humorado, crítico y burlón.
No sé si es bueno hablar
de un poeta a buenas y primeras comenzando por las características personales. Los
poetas son gentes que con frecuencia, tal vez por sensibilidad o por
inseguridad, puede que por exagerada susceptibilidad, lo entienden todo a
partir del entrelineado y, claro, cabe que se molesten porque si empiezas por
sus rasgos personales es porque, piensan, estás dejando en segundo lugar su
obra y eso es porque la cuestionas, y no es así, al menos no lo es siempre.
Bueno, tal vez se trate de un prejuicio que yo tengo sobre los poetas (no contra
los poetas). Sea lo que fuere, una vez le envié un relato en el que me metía
con ellos, con los poetas, no recuerdo los detalles del mismo, y me llamó por
teléfono para pedirme explicaciones y acusarme de insensato (o algo parecido).
Cecilio Olivero es poeta,
aunque no deberíamos utilizar el verbo ser
para definirnos por lo que hacemos y mucho menos por nuestras maneras de
ganarnos la vida, que son las más de las veces circunstanciales. Se dedica a
escribir, a colmar su necesidad de comunicar, a contarle a los demás cosas de
sí mismo y del mundo en que vive y le rodea, y de paso a hacer curiosos collages que ha expuesto en más de una
ocasión.
Es posible conocerle a él
y lo que hace en su web: https://capplannetta.com/
Yo tuve la oportunidad de
frecuentarle en dos ocasiones. La primera en la casa barcelonesa de Manuel
Molina, poeta, editor, tertuliano a la vieja usanza, de las tertulias de
verdad, las de los salones y los cafés, copa y puro en ocasiones, nada que ver
con la batahola de las pretendidas tertulias televisivas y radiofónicas. Manuel
Molina es uno de esos personajes al que me hubiese encantado conocer más y
lamento no haberlo conseguido. Como Cecilio Olivero, era un burlón cuasi
profesional, si hubiese un oficio de burlón. Producto de aquellas reuniones,
caóticas, a veces pretensiosas, salía una revista, Catarsis, que duró un tiempo y murió quizá por sus excesos. Aunque
el motivo formal de desaparecer fue una repentina enfermedad que mantuvo a Manuel
Molina apartado mucho tiempo y conllevó también el final de aquellas reuniones
de los jueves por la tarde.
Tiempo después me llamó
Cecilio Olivero y nos encontramos de nuevo. Volvimos a vernos y a hablar de
libros y de la vida. Se había comprado un piso en una pedanía de Sabadell,
Torre Romeu, un lugar maravilloso surgido de la marginación de los años cincuenta,
destino de emigrantes y muy activa en los setenta, hasta que el sistema pegó un
profundo zarpazo que nos trajo a esta amorfa normalidad de hoy. En todo caso,
estando como estamos en tiempos de proclamas republicanas, no estaría mal que
Torre Romeu se proclamara ella misma República. De hecho, se lo propuse a
Cecilio en aquel momento, en un arranque de confusión entre lo fantasioso y lo
real, algo muy propio de esta época actual, por cierto. De tal confusión de lo
fantasioso con lo real, surgió Nevando en
la Guinea, un proyecto que duró un tiempo y se acabó entre malentendidos,
crisis personales y, después, cambios de aire y nuevos proyectos.
Atraído por lo
tecnológico y la red, en esta segunda etapa de nuestra amistad se desarrolló
mucho más esta faceta suya de ilustrador, esos collages que tienen mucho de modernismo, de surrealismo y una pizca
de hippismo new age, pero que es
además un juego, un juego cordial y efusivo, porque el arte ha de tener también
mucho de juego para ganar en sinceridad.
Que no se entienda que
hago gala de una repentina nostalgia del tiempo que pasó. El pasado lo es por
eso mismo, porque ya pasó, y hay que estar para bien o para mal en el presente
y recordar, sí, pero asumir que uno vive en el tiempo en que está. En todo
caso, he vuelto a estar en contacto con Cecilio estos días y los recuerdos son,
al fin, inevitables.
Lo que de verdad vale la
pena, en todo caso, es darse una vuelta por sus mensajes que un día se puso a lanzar
en botellas al mar y los sigue lanzando. Ojeándola, me doy cuenta de que Cecilio
ha ganado en sentido del humor: se burla de sí mismo, se ríe incluso con lo que
es. Puede incluso que se ría de su propia poesía, que es su sombra, aunque
viniendo de un poeta…
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