No parece que vaya a
conmemorarse por todo lo alto el quincuagésimo aniversario del Mayo del sesenta
y ocho, y eso que tenemos verdadera afición por los números redondos. Quizá el
que vaya a pasar la fecha de un modo tan desapercibido responda al
conservadurismo reinante en toda Europa, un conjunto de sociedades que ya no
contempla siquiera la viabilidad de las utopías y todas las opciones a la
izquierda –incluida la izquierda de la
izquierda, según vieja proclama de parte de esa izquierda revolucionaria- parecen
pasar por lo institucional, como si de repente la acción colectiva de ruptura
ya estuviera por completo diluida y nadie creyera en absoluto que bajo los
adoquines hubiera playas por descubrir, sino cloacas (reales y metafóricas). Nadie
reclama hoy perseguir lo imposible y ni siquiera está vigente ese lema reciente
de «otro mundo es posible», lema este
del movimiento antiglobalización que adornó en el último cambio de siglo las
movilizaciones en el viejo continente y hoy nos parece ya tan añejo, cuando es
de hace unos pocos años, de ayer mismo.
Las cosas envejecen mal o
tal vez sea la avidez con que pasa hoy el tiempo.
Es cierto, ni siquiera el
paisaje es el mismo. Uno pasea por Bilbao, la ciudad que tengo más cerca, y de
aquella ciudad obrera, tan luchadora y movilizada, queda apenas el vago
recuerdo de los astilleros de la Ría con el Guggenheim en forma de barco, las
grúas que aún funcionan en los muelles de Sestao o de Santurce, el aspecto de
algunos barrios. Nada rememora hoy las duras batallas obreras, las cuales los
más jóvenes del lugar desconocen por completo e incluso puede ser que ignoren
que existieron. Bilbao tiende hoy a convertirse en una ciudad burguesa no muy
diferente a su competidora, San Sebastián.
Tampoco es cuestión de lanzarse
a la nostalgia de lo que fue. Aunque hay mecanismos que sin duda vuelven
ciertos algunos viejos lemas, como aquel que dice que «cuánto más lejana la revolución, más seductora es». Claro que una
mirada al tedio del presente justifica cierta añoranza de tiempos que, si no
mejores, sí fueron al menos algo más creativos. Sin embargo, hay que tener en
cuenta lo grotesco que puede llegar a ser que los modelos a seguir fueran en
algunos casos sistemas horrendos que nadie, realmente, quisiera para sí, como
los de la revolución cultural de Mao o el de Enver Hoxha, más cerca éste, en la
misma Europa, o que se defendiera instrumentos como el de la lucha armada que en
este apacible Bilbao de hoy acabó siendo una verdadera pesadilla.
No obstante, el que
muchas alternativas sociales de antaño resulten hoy cuanto menos ridículas no
convierte el actual modelo social, económico y político en un ejemplo a defender
o cuanto menos a justificar. El puerto de este Bilbao tan idílico y burgués es
la puerta de salida de un mercado del armamento con el que se masacra a poblaciones
civiles, armas que acaban en manos de regímenes que no pasan el más mínimo
examen de los derechos humanos. Tampoco la precariedad en el empleo parece ser
el mejor sistema para el desarrollo humano, muy al contrario, nos retorna en
gran medida a épocas decimonónicas tan bien descritas por Dickens, Balzac o
Gorki, ya en el siglo XX, entre otros. Puede que ciertas alternativas sociales
hayan fracasado rotundamente, pero seguimos necesitados de alternativas a este
(des)orden del mundo.
Sea lo que fuere y aun
cuando a cincuenta años vista de aquella década de los sesenta tan combativos puedan
resultar algunas de sus expresiones un tanto ñoñas y estrambóticas, no podemos
obviar que hay siempre una medición de los intentos por sus resultados, y si a
estos nos atenemos, son innegables también los triunfos sociales logrados
entonces, como el de la libertad en las costumbres individuales, la moda, el
librarnos de no poco rigorismo en el trato social o, el más evidente, el de la
emancipación de la mujer aún en proceso de ser completo, pero en esa década el
esfuerzo acumulado por las sufragistas del pasado pudo transformarse en un plural
y dinámico movimiento feminista que ha desembocado en el actual.
Sea lo que fuere, algo se
está escribiendo al respecto, pero parece que no va a haber una gran
conmemoración por todo lo alto. Tal vez sea mejor: suele haber a veces tendencia
a edulcorar demasiado los tiempos heroicos y que a menudo se conviertan en
insoportables ejercicios narcisistas y en comparaciones siempre injustas con no
poco exhibicionismo algo ególatra. Aunque no estaría de más intentar aprehender
y trasladar algunas componentes de ese mayo a este tedioso, y a veces funesto, presente.
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