viernes, 13 de abril de 2018

Olivenza


Siento cada vez menos simpatía por conceptos como los de patria, de nación, de pertenencia a un país o a otro, conceptos que, aun cuando se les quiera forzar el significado, van a ser siempre excluyentes porque lo que refuerzan es la identidad más inmutable. Cuánta razón tiene Amín Maalouf al hablar en un ensayo suyo de las identidades asesinas, no sólo de un modo evidente, cuántos muertos ha habido para construir las patrias, también metafórico: se matan culturas, lenguas, formas de expresión culturales, todo ello en nombre de la uniformidad nacional. Son conceptos que requieren de la frontera como evidencia de la separación incluso física de los seres humanos. Lo que pasa en el Mediterráneo, ese gran cementerio marino, marca sin duda, con toda su crudeza, la irracionalidad de las lógicas fronterizas.

Una frontera es una construcción política, social y económica. Lo crean los poderes políticos para indicar lo que es propio y lo que es ajeno en lo que a territorio se refiere, pero también en lo que respecta a conceptos inmateriales como la soberanía, y que a la larga afecta a las personas que, dependiendo del lado de la frontera donde hayan nacido, son de un país o son de otro con todas sus consecuencias. La frontera como barrera es, además, una construcción europea, pensada para los Estados que evolucionaron a partir del Renacimiento, y cuyo modelo, al final, se exportó al mundo entero por vía del colonialismo, los imperios y, en última instancia, de las independencias con arreglo a tales modelos fronterizos, que en realidad lo son de Estado.

Objeto de discusión, guerras, pactos, acuerdos y tratados, la cuestión de las fronteras ha centrado en gran medida los debates de política y de derecho internacionales, aún hoy, cuando creemos que se da cierta estabilidad en tal ámbito. Allí está el ejemplo de Ucrania, pero también, tras el Brexit, la reaparición del conflicto de Irlanda, que puede tener como consecuencia que se refuerce de nuevo la frontera entre Irlanda del Norte y la República de Irlanda cuando Gran Bretaña salga formalmente de la UE.

Las grandes conferencias internacionales han tenido, en este sentido, las fronteras como gran tema central, del mismo modo que las actuales organizaciones internacionales, la ONU en la actualidad, por ejemplo, han tenido que centrarse en gran medida en las fronteras como tema fundamental, entre otros motivos porque las guerras han sido en buena medida las consecuencias de las muchas desavenencias.

Sin duda, el Congreso de Viena de 1815 marcó un modelo de discusión internacional y de confección de fronteras. Sin embargo, pese a la voluntad de estabilizar la cuestión de los límites entre Estados, el mapa de Europa ha cambiado de un modo radical y no hay que remontarse a muchos lustros atrás para darse cuenta de ello. La Europa que cosió el Congreso de Viena se parece poco a la Europa actual en lo que a fronteras se refiere, sobre todo en la Europa central y del Este. Pero tampoco la parte central y sur del continente ha quedado excluida de no pocos cambios.

Tal vez podamos pensar que la península ibérica ha mantenida la estabilidad en tal ámbito. Puede, si lo comparamos al resto de Europa, que haya gozado de una mayor estabilidad, o al menos las fronteras se han mantenido más estables, pero eso no significa que no haya pocos bretes y complicaciones.  Ya en este sentido España tiene dentro de sus fronteras no pocos conflictos de tipo nacionalista, centrados sobre todo en dos, con reclamaciones de Estado propio en Cataluña y en el País Vasco y, por tanto, de creación de fronteras, a pesar de que en ciertos discursos soberanistas se dice defender que en realidad no se quiere crear fronteras, lo que no parece posible si creas un Estado. Puede que estén más o menos diluidas, pero fronteras, evidente, las habrá. Hay que tener en cuenta además, en este último caso, que el País Vasco quedó dividido en dos, una parte quedó bajo jurisdicción española y la otra parte, más pequeña, bajo la francesa.

 La frontera con Portugal, por su parte, no está exenta de problemas. En 1868 desaparecía el Couto Mixto, un embrión de Estado entre Portugal y Galicia, sin consultarle a su población, por cierto, aunque plantear una consulta en el siglo XIX puede resultar cuanto menos ucrónico. Pero donde se ha mantenido el follón es más al sur, en Olivenza, una comarca que España considera parte de Extremadura y que Portugal reclama como parte del Alto Alentejo. La expresión actual que mejor muestra tal cuestión es ese puente sobre el Guadiana en el que hay un cartel en su lado este que indica que se entra en España sin que al otro lado, al oeste del puente, haya el correspondiente cartel de entrada en Portugal, porque este país considera que la frontera no está sobre el Guadiana, sino varios kilómetros hacia el este, en la raya que separaría Olivenza de España.

La cuestión puede resultar ahora mismo baladí: las fronteras han quedado diluida en el marco de la UE, lo que no significa que hayan desaparecido. En todo caso, las poblaciones de los dos lados de la frontera, sea donde fuere que se establezca su límite, se relacionan con normalidad, se compra a un lado u otro, se crean lazos familiares y de amistad sin tener en cuenta en qué lado se está, incluso la población de Olivenza, por una decisión de Portugal de 2015, puede optar a la doble nacionalidad. Desde luego no hay en la actualidad un conflicto entre España y Portugal que pudiera degenerar en enfrentamiento abierto, como insinuaba hace poco un informe semisecreto del espionaje norteamericano, uno de esos informes que pareciera salido de la T.I.A. de Mortadelo y Filemón, pero sin duda hay una cuestión de Olivenza, como se vio la última vez que España puso el grito en el cielo por el tema de Gibraltar y en Portugal se resaltó el tema como muestra de la doble barra de medir de las autoridades españolas.

A tenor de todo ello, ¿quién entonces tendría razón, Portugal o España?

Si nos atenemos a los tratados, pactos y conferencias internacionales, desde el Tratado de Alcañizares de 1296, que estableció los límites entre los Reinos de Portugal y de Castilla, hasta el mencionado Congreso de Viena de 1815 en cuyo artículo 105 reconoce que Olivenza queda dentro de los límites de Portugal, Congreso que España ratificó en 1817, la cuestión está clara. De hecho, aunque una frontera siempre conlleva altercados y riñas entre los Estados, la cuestión de Olivenza no planteaba un gran problema, formaba parte de Portugal y así aparece desde el Livro das Fortalezas de Duarte de Armas de 1306, y no fue hasta 1801 cuando el primer ministro español, Manuel Godoy, conminado por Napoleón, le declaró la guerra a Portugal, la Guerra de las Naranjas que apenas duró poco más de dos semanas y, tras la cual, España retornó los territorios ocupados, salvo el de Olivenza. El referido Congreso de Viena vino a resolver la polémica. Sin embargo, pese a la ratificación del mismo, España se mantuvo en el territorio, ajeno a las reclamaciones portuguesas incluso ante organismos internacionales. Ni siquiera la aparente buena relación entre las dos dictaduras a ambos lados de la raya durante bastantes años vino a solucionar el tema.

Si nos atenemos a lo cultural, al patrimonio cultural más en concreto, la cuestión resulta mucho más evidente: no hay más que darse una vuelta por la zona y contemplar muchos de sus edificios para darnos cuenta de que esa pequeña comarca tiene vínculos estrechos con Portugal. No en vano, el primer portal plenamente renacentista que hubo en Portugal se construyó en Olivenza, en la Iglesia de Santa María Magdalena –a Igreja de Santa Maria Madalena-, en Olivenza también estuvo muy presente el estilo manuelino, tan importante en Portugal, y existe también una Capilla de la Misericordia, como en tantos otros rincones del Imperio portugués. En un reciente capítulo del programa Visita Guiada de la Televisión pública portuguesa – https://www.rtp.pt/play/p4530/e338033/visita-guiada – se habla de tal herencia cultural.

En estos momentos no parece que convenga plantear el asunto y sobre todo no hay lugar a grandes aspavientos al respecto. Incluso, aun cuando en algún momento el portugués pareció relegarse al uso interno de algunas familias, y casi ni a eso, se vuelve a usar este idioma con normalidad y se aprende en las escuelas e institutos del lugar. No sé si ahora mismo se debiera plantear una devolución formal a Portugal, dejar las cosas tal como están o buscar otras fórmulas. Quizá, de cumplirse el sueño de los iberistas de unir los dos Estados ibéricos, la capitalidad se podría ubicar en este enclave. En todo caso, por su situación, Olivenza tiene una entonación  sugestiva y sibilina. El escritor Ascênio de Freitas publicó en 2001 una novela, A reconquesta de Olivença, una reflexión sobre la identidad colectiva y personal, y puso en boca de uno de los personajes del relato una bella descripción del lugar, como si Olivenza se transformara en el símbolo de lo que buscamos, como si en realidad ese enclave fuese una arcadia donde tal vez muchos de nosotros preferiríamos estar de un modo u otro: «Nunca se sabe se Olivença é perto ou se é longe. Porque não há ponte para se chegar até lá. Dizem que é uma terra onde não se pode chegar a não ser em sonhos. Onde não há noites nem manhãs. Só há as névoas do rio».

No hay comentarios:

Publicar un comentario