Sin duda enterarse de la
muerte de Amílcar Cabral le produjo a Titina Silá un profundo desgarro, un
desolado abatimiento por haber sido en gran medida su mentor, su maestro, el
líder al que admiraba y del que aprendía. Claro que Amílcar Cabral, asesinado en
enero de 1973 en Conakry por una facción interna de su propia organización, el
Partido Africano para la Independencia de Guinea y Cabo Verde (PAIGC), hubiera
podido decir lo mismo, la admiraba y aunque el líder y poeta era veintiún años
mayor que ella, sin duda había aprendido mucho también de quien se encargaba,
entre otras, de labores de formación. No sólo combatió mano a mano con otros
compañeros, además ella les transmitía lo que había aprendido en la Unión
Soviética: socorrismo y prevenciones médicas para sobrevivir en el día a día,
bajo unas difíciles condiciones físicas derivadas de una brutal y cruenta lucha
en los matos de Guinea Bissau, cuidados que no sólo se circunscribían a
cuestiones físicas, a su vez eran cuidados anímicos en unos momentos en que el
enfrentamiento con las tropas coloniales portuguesas afectaba al cuerpo y a las
ánimas de los combatientes. Pero también les formaba en las razones de una
lucha contra el colonialismo, contra los estereotipos de los que eran víctimas
como africanos, y en la necesidad de construir una nueva sociedad, la de su
país, sin olvidar además que estaban vinculados a otros combates y a otros
pueblos, incluido la lucha de los tugas,
los portugueses, contra el régimen que les oprimía, como a ellos.
En 1961, con dieciocho
años, se había comprometido con la lucha en el PAIGC de la mano de Nino Vieira,
guerrillero en aquel momento y después hombre polémico, cuestionado por muchos,
admirado por otros, asesinado en 2009 mientras ocupaba la presidencia de la
República bissauguineana, tras una larga carrera política. En todo caso, en
aquel momento no parecía fácil tomar una decisión así, más cuando se es mujer.
La clandestinidad y la guerrilla son cosas de hombres, nos lo puede parecer a
veces y nos engañan los pocos nombres que nos quedan de las activistas de la
liberación africana, lo mismo nos ocurre también con otras luchas
emancipatorias, en cualquier lugar del mundo. Pero las hubo y el hecho de ser
mujeres añadía una razón más para el compromiso. «Temos que ir à frente para mostrar aos homes que também somos capazes»,
le diría a su compañera de luchas Carmen Pereira, la primera mujer en ocupar
altos cargos políticos en toda África. Ambas se encuadraron durante un tiempo
en el frente sur y Titina Silá llegó a ser su comandante. Fue tal su
compromiso, su importancia, que António Spinola, por aquel entonces gobernador
militar de Guinea Bissau y después vicejefe del Estado Mayor portugués, cuando
se produjo la Revolución de los Claveles, la consideró como uno de los
principales blancos a batir.
Spinola ya no estaba en
Guinea Bissau cuando se consiguió. El 30 de enero de 1973, diez días después de
la muerte de Amílcar Cabral, Titina Silá viajaba por el río Farim, en el norte
del país, con destino a Guinea Conakry para asistir a los funerales del
activista revolucionario. Sufrió una emboscada y murió durante el
enfrentamiento. Aún hoy se la recuerda en Guinea Bissau y desde hace años el 30
de septiembre ha quedado como fecha de homenaje a las mujeres que combatieron
por la liberación del país.
Ni Amilcar Cabral ni
Titina Silá pudieron ver una Guinea independiente. Tampoco se materializó el
ideal de una sociedad emancipada, una sociedad de hombres y mujeres libres con
la que ambos soñaron. El propio Cabral murió como consecuencia de fricciones
internas que tal vez presagiaban una historia complicada, una historia de
luchas de poder, derrotas y dejaciones. Parece una condena, que todas las
revoluciones y todos los procesos de emancipación, cualesquiera que sean los medios
empleados, pacíficos o violentos, rupturistas o paulatinos, sucumban bien a la
violencia, bien a la tiranía, bien a la desidia, esa desidia que se apoderó de
Guinea Bissau a finales de siglo, que continuó durante años. Es como si la
historia quisiera mostrar como vanos los esfuerzos de las combatientes, como si
hubiera una condena eterna, la imposibilidad de salir de los esquemas de
opresión. Claro que sin tales esfuerzos las cosas serían hoy mucho peores, sin
duda.
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