miércoles, 19 de octubre de 2016

Disidencias y memoria

En su libro La Resistencia silenciosa. Fascismo y cultura en España, el profesor Jordi Gracia plantea la situación complicada y a todas luces ambigua que vivieron algunos pensadores y artistas al tener que optar por un bando en 1936. Pone el acento en aquellas personas que no se encuadraban bien en ninguno de ellos, como es el caso de aquellos liberales que no se identificaban en absoluto con el filofascismo de la Falange, con el integrismo de los carlistas de la época o con el autoritarismo de los militares, pero tampoco se sentían cómodos en una República inestable que corría el peligro, según estos liberales, de sucumbir a los cantos de sirena del comunismo soviético o de aventurarse por otras sendas revolucionarias. Era el caso, por ejemplo, del Doctor Marañón o del filósofo Ortega y Gasset

Pero no sólo fueron los liberales de los años treinta quienes tuvieron que tomar decisiones difíciles y sin duda transcendentales en momentos poco aptos para una reflexión pausada.  Hubo también casos como el de Pío Baroja, lo menciona Jordi Gracia, a quien desde luego no se le puede encuadrar como liberal, ni mucho menos, no es de fácil catalogación en el plano ideológico, pero en todo caso se sentía también muy distanciado de aquellas, por lo menos, dos Españas, más por actitud que por ideología. Sea lo que fuera, tuvieron que elegir y optaron por lo que consideraron el mal menor. Al mismo tiempo, en los dos bandos en que se dividió el país pervivieron subgrupos que tenían que tomar decisiones rápidas, muchas veces sin que pudieran atenderse a los matices que a todas luces merecían tenerse en cuenta.

En el bando republicano anarquistas -agrupados en la CNT, en la FAI, también en una red de asociaciones culturales o de forma de vida- y militantes del POUM tuvieron que discutir qué hacer ante el gobierno del Frente Popular, si formar parte de esta coalición y del gobierno que conformó o distanciarse de él y de su gobierno, en una situación además de asedio de los sectores reaccionarios. En el campo anarquista saltaba a la vista la contradicción que existía entre sus planteamientos ácratas y la necesidad de formar parte de un gobierno que, por muy izquierdista que fuera, tenía que gestionar un Estado, con lo que ello comportaba. En el caso del POUM, la presión recayó sobre todo en el sector que provenía del trotskismo, los militantes que habían sido parte de la Izquierda Comunista, mientras el propio Trotski lanzaba diatribas contra el Frente Popular por su carácter interclasista. Conocemos el golpe de mesa que impuso el PCE en ese momento y el final trágico en las filas del anarquismo y del POUM. Frente a estos sectores, había una derecha en el País Vasco y en Cataluña identificada con los respectivos nacionalismos vasco y catalán, y que encontraron en la República una cierta vía de solucionar el conflicto entre el Estado central y las naciones periféricas. Sin embargo, en el caso catalán, más afín su derecha a posiciones liberales, se encontraron con un mismo dilema que los liberales españoles, tuvieron que elegir entre la República, ideológicamente más próxima, o el Alzamiento, que les daba más seguridad frente a aventuras revolucionarias. En muchos casos optaron por lo segundo.

En el bando llamado nacional hubo también una pluralidad ideológica que no siempre fue fácil gestionar. Falangistas, carlistas, monárquicos isabelinos, los sectores más derechistas de la CEDA y los mencionados sectores liberales, catalanistas incluidos, confluyeron en apoyar el golpe y posterior bando derivado de él. En 1937 el mando militar ordenó una unificación que no todos compartieron, pero acataron al menos durante la guerra, más por imperativos militares que por convicción. Se crea la Falange Española Tradicionalista y de las JONS en 1937. Casi en la misma época en que estalla en el lado republicano un enfrentamiento entre los partidarios de la revolución, donde se sitúan el POUM y un sector de los anarquistas frente al gobierno, principalmente frente al PCE y al PSUC, se da una primera disensión en el lado nacional, la que protagoniza uno de los líderes de la Falange, Manuel Hedilla, que se opone a la unificación que, según él, traiciona los principios de la Falange. Se impone no obstante la disciplina militar y tras una serie de detenciones se logra silenciar cualquier disidencia, que surgirán mucho después, tras la guerra. Habrá nuevas disidencias falangistas, como la de Dionisio Ridruejo, así como también el cada vez mayor distanciamiento de los carlistas, al menos de un sector importante del mismo, también de los monárquicos isabelinos. Llama la atención que llegara un momento en el que los dos pretendientes al trono, Juan de Borbón, hijo de Alfonso XIII, y Carlos Hugo de Borbón, por la línea carlista, se distanciaran del régimen. El primero vivió en Portugal. El segundo fue incluso expulsado de España por orden gubernativa.

Sin duda, si los protagonistas de aquellos años tuvieran, como nosotros, el privilegio de la distancia temporal, tomarían con toda seguridad decisiones muy diferentes. La ventaja de contemplar los hechos desde dicha distancia temporal, en este caso cuando ya han pasado décadas, es que conocemos el final, jugamos con las cartas marcadas, que es al fin y al cabo lo que ocurre cuando evaluamos hechos históricos. Frente al conflicto español del 36 tenemos una posición, sí, pero conociendo lo que ocurrió. Aquellos que se identifiquen con las posiciones liberales pueden hoy distanciarse de los liberales de la época, muchos de los cuales apoyaron el alzamiento nacional creyendo que su victoria iba a reportar algo de seguridad y calma, que iba a ser un periodo transitorio que desembocaría en una rápida democratización. Ahora sabemos que fue un error pensar así, que la dictadura se mantuvo en el tiempo hasta que su adalid murió. Pero es difícil tomar una decisión cuando los hechos transcurren con vehemencia y parecen exigir una toma de postura sin dudas ni connotaciones. Del mismo modo, las otras corrientes en ciernes adoptarían posiciones muy diferentes.

Sin embargo, es evidente que en la toma de decisiones resulta muy diferente el papel de los políticos, de los cuadros que ocuparon puestos en cada uno de los partidos y organizaciones en ciernes, respecto al papel de pensadores, escritores, artistas en general que tuvieron que reflexionar sobre hechos que les afectaban, pero de los que no eran protagonistas directos. Aunque aquí sin duda habría mucho que matizar porque en algunos casos no siempre las fronteras estaban muy definidas. Hubo escritores, como José Bergamín o el citado Dionisio Ridruejo que tuvieron un papel muy importante en la acción política, en su caso en bandos opuestos. También hay que indicar que buena parte de la intelectualidad se puso a favor de la República, donde se hallaba además la legitimidad legal. Lo reconoce el propio Ridruejo al comparar, una vez acabada la guerra, el material gráfico de ambos lados y darse cuenta de la superioridad cualitativa y cuantitativa de revistas, ediciones de libros, materiales varios en el bando republicano. A lo que habría que añadir de la cada vez mayor distancia que adoptaron muchos de los pensadores y escritores que apoyaron al bando nacional, la del propio Ridruejo, o la de otros nombres como Sánchez Mazas, Gonzalo Torrente Ballester, Luis Rosales, Antonio Tovar o en menor medida, por ser más joven, José María Valverde, entre otros.


Es evidente que juzgamos hechos que están aún muy próximos, aun cuando hayan pasado tantos años desde que se iniciara la denominada transición, la cual se construyó, por cierto, a partir de pactos de silencio que a lo mejor no fueron tan convenientes: al final acaba saliendo a flor de piel muchos aspectos y heridas, como parece que está ocurriendo en estos días con una exposición en Barcelona, un sinfín de sentimientos no siempre muy razonados -son sentimientos- ni racionales, aunque en ocasiones parece que dominan intereses políticos locales. El amplio movimiento de recuperación de la memoria histórica procura aclarar las responsabilidades en la opresión y muerte de miles de personas que por pertenecer al bando perdedor o en gran medida a la población susceptible de represaliar, los descendientes de los vencidos, sufrieron en mayor medida el silencio impuesto. Hay quien sostiene que remover ese pasado cercano supone despertar viejas rencillas. No es verdad, no es necesario acudir a la historia para despertar rencillas, más bien parece que haya quien se encuentre muy cómodo entre las verdades oficiales y las leyes basadas en el silencio. Pero sin duda es una labor necesaria y existió esa disidencia entre quienes defendieron el alzamiento que ha cuestionado las actitudes propias, aunque muchos de las personas citadas ya hayan muerto y no pueden hoy aportar su grano de arena. Más cuando nos podemos permitir una reflexión mucho más pausada.

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