Todas las primaveras son pecado
Ediciones Carena, Barcelona 2016
Malos tiempos para la lírica afirmaban los de Golpes Bajos, en una famosa canción que nos indicaba algo que los aficionados a la poesía se decían con frecuencia, que no eran buenos tiempos para la poesía, en efecto, apenas leída y menos aún disfrutada, y de esto tal vez sepan mucho los autores y las editoriales que osan aún hoy gastar su tiempo, su energía y su dinero en publicar poemarios.
Malos tiempos para la lírica, en efecto, más en nuestra época, tan dada a la tontería y a la vacuidad, con tanta vanagloria en directo y de consumo inmediato, tendente siempre al simple mercadeo donde todo se compra y todo se vende para disfrute rápido, en apenas unos segundos todo pasa de moda y todo se olvida.
Malos tiempos para la lírica en unos años donde volvemos a un solemne aburrimiento vital, si alguna vez salimos de él, hablo de un modo genérico, por fortuna hay excepciones, y los globos se desinflan a un ritmo vertiginoso a la sombra de un sinfín de palabras vacías y de tópicos sin sentido.
Claro que a lo mejor todo esto de que son malos tiempos para la lírica sea también un mero tópico porque al fin y al cabo se sigue escribiendo poesía, incluso buena poesía, y se sigue publicando, aunque al final no se lea, o no se lea lo suficiente. Pero corren por ahí buenos poemarios y se van descubriendo nuevos autores que gracias a las musas o al trabajo insistente -Picasso dixit- nos van dando, además de buenos poemas, una pizca de muy necesaria esperanza, que esta es, rememorando a uno de los grandes de la poesía, Gabriel Celaya, la gran arma cargada de futuro que es la poesía.
Alba Seoane recién publica, saca del horno como quien dice, su segundo poemario que a todas luces es un grito -un alarido, como el título de uno de sus poemas- en favor de la busca desesperada por la identidad, por la existencia, por la vida y por el amor, búsquedas cada una de ellas que se van entretejiendo una y otra vez en un amasijo de versos que nos suenan a melodía del origen, uno de sus versos, una imagen preciosa, por cierto, tal vez por aquello de que la literatura en general, la poesía en particular, es en gran medida una vuelta al origen de todo, tópicos incluidos y hasta incluso necesarios.
Se trata a todas luces de un poemario telúrico y fogoso, fogoso en su doble acepción, la del fuego y la de la intensidad. Sospecho que hay detras de cada poema una necesidad imperiosa de entenderse y de reescribirse, al afirmar rotunda la autora, a modo de justificación, digo yo, que no me encuentro, lo que al fin y al cabo es una de las causas y motivaciones de la poesía. Aunque no sé si hay un exceso de celo "psicologizante" por mi parte en esta percepción.
Alba Seoane nos reclama la atención para lanzarnos los temas y las cuitas de toda la vida, una y mil veces tratados por un sinfín de poetas y un mar de poemas de todas las épocas, con diferentes formas y en muy distintos idiomas, nada nuevo tal vez, aunque esto es en gran medida la literatura y la originalidad, una vuelta constante al origen. Pero al mismo tiempo la autora reclama su singularidad, soy lo que soy, en la mejor tradición de Sieur de Montaigne, desde el yo más absoluto.
Evidente, nada se pierde por lanzarse a este poemario, todo lo contrario, se gana y mucho, la posibilidad de diálogo, diálogo sempiterno y atemporal, como las largas tardes de verano, con alguien que se atreve a expresar porque al fin y al cabo: (...) sólo perdura el que crea / el que con la vida se recrea.
Evidente, nada se pierde por lanzarse a este poemario, todo lo contrario, se gana y mucho, la posibilidad de diálogo, diálogo sempiterno y atemporal, como las largas tardes de verano, con alguien que se atreve a expresar porque al fin y al cabo: (...) sólo perdura el que crea / el que con la vida se recrea.
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