Del 18 de Julio de 1936 es la última nota que recoge el hijo de Rafael Cansinos-Assens y que agrupa y recopila con un criterio temporal en una serie de escritos, notas, reflexiones, anécdotas o descripciones del casi olvidado escritor y que se publicaron hace unos años bajo el título de La Novela de un literato. En esta última nota el autor escribe sobre unos hechos del norte de África, una sublevación militar que dará comienzo, sin él saberlo en ese momento, a una cruenta guerra. Durante las páginas anteriores Cansinos-Assens dará cuenta de la vida cultural y social de Madrid en ese largo periodo de tiempo que José Carlos Mainer calificó como la Edad de Plata de la cultura española y que reunió a escritores y artistas de diversas generaciones, tendencias y estilos. Fueron los años de tertulias de café, en Madrid fueron varias y muy intensas todas ellas, de intercambio de ideas y de alguna que otras algaradas. Se dan algunas noticias de lo que va pasando mientras tanto en el país, aunque se centra el autor sobre todo en la infrahistoria de los debates y reuniones cafeteriles.
Fueron años intensos también en lo político, en los que el país intento por fin llevar a cabo una serie de reformas a lo largo de los tres modelos de Estado que se sucedieron: la monarquía constitucional de la Restauración, la dictadura de Primo de Rivera con dos fases internas, y por último la República. Ninguno de los tres logró, sin embargo, solventar los muchos problemas existentes. Fueron años de intensos conflictos sociales en los centros obreros del país -Madrid, Vizcaya o Barcelona-, también en el campo, en Andalucia, Castilla o Extremadura. Pío Baroja recoge en algunas de sus primeras novelas los conflictos de clase en Madrid y también consigue describir un cierto estado de ánimo de la sociedad española. Por cierto, la hermana de Pío Baroja, Carmen Baroja y Nessi, escribió sobre aquellos años y, al igual que Cansinos-Assens, describió la vida cultural más cotidiana en aquel periodo de cambio de siglo. Otro problema que no acabó de resolverse fue el de las relaciones entre el centro y la periferia o, dicho de otra forma, los conflictos de tipo nacional que dividieron y enfrentaron a veces a los pueblos de España, principalmente en Cataluña, de un modo por entonces incipiente al País Vasco y Navarra, con un nacionalismo importante, y en menor medida a Galicia, donde estaba en ciernes un galleguismo cultural y político.
Tampoco la salud de la democracia estuvo muy bien que digamos. La restauración no dejó de ser un pacto entre las élites, una mera fachada de democracia. La dictadura de Primo de Rivera, calificada de dictablanda en algún momento, limitó la construcción de un Estado de derecho. Pero la República, aun cuando se esforzó por avanzar y profundizar en una democracia real, tuvo también sus lagunas y claroscuros. La represión en algunos momentos fue enorme, por ejemplo en Asturias durante las revueltas del 34, pero donde más quedó patente los desajustes fue durante la Guerra Civil, donde el caos ganó la calle y hubo el capítulo posiblemente que más enturbió a la República, la represión del POUM, con la prohibición del partido y la desaparición de sus dirigentes, entre ellos la de Andreu Nin, asesinado sin que se haya sabido con certeza donde se enterró su cadaver, y que ha quedado además como un hecho olvidado, sólo analizado en las últimas décadas más allá de los círculos trotskistas o heterodoxos.
Sobre este incidente son tres los libros que yo destacaría: El Pianista, de Manuel Vázquez Montalbán, novela notabilísima escrita por este autor catalán que se movió además para que su partido, el PSUC, lamentara su papel respecto a la represión de los poumistas, Enterrar a los Muertos, de Martínez de Pisón, ensayo sobre la desaparición de José Robles y donde se habla también de Nin, y por último El hombre que amaba los perros, del escritor cubano Leopoldo Padura, que narra la vida de Ramón Mercader, el asesino de Trotski, con menciones a los sucesos de la Guerra.
La Guerra Civil marcó por tanto el final de una sucesión de reformas. O de intento de reformas. Lo que hubo después fue una dictadura que duró hasta 1975 y en la que hubo varias fases. Suele decirse que la guerra la ganaron los llamados nacionales porque mantuvieron la unidad frente a las divisiones y enfrentamientos internos del bando republicano. Claro que si se analizamos las fracciones de quienes apoyaron a este bando, nos damos cuenta de que no eran pocas las divisiones y que incluso hubo choques entre las diversas facciones. Hubo falangistas, carlistas, monárquicos isabelinos, republicanos de derecha e incluso nacionalistas catalanes a los que las perspectivas revolucionarias no les daba muchos ánimos para mantenerse fieles a la República, además de militares sin una opción política definida. Las relaciones entre ellos no fueron siempre buenas y en ocasiones hubo sus divisiones que llegaron a los puños. ¿Por qué entonces tenemos esa idea de unidad? Dionisio Ridruejo, en sus Casi unas memorias, nos da quizá una clave para respondernos: el poeta que por los años finales de la República militaba en la Falange y estuvo en tareas de propaganda en Burgos nos indica que el Ejército alzado rompe con la República, esto es, con el Estado, por tanto se convierte durante un tiempo en un Ejército sin Estado. Recuérdese que todo Estado lo es porque conserva el monopolio de la violencia y lo ejerce a través de las fuerzas armadas y las diversas policías, además de los tribunales que conceden la legitimidad legal a dicho monopolio. Por tanto, el Ejército necesitó de establecer o construir un Estado y lo hizo a imagen y semejanza del Ejército. En la tesis de Ridruejo, quien escribió sus casi memorias cuando sus discrepancias hacia Franco le decantaron hacia el abandono con el tiempo del ideario falangista, que en algún momento consideró traicionado por el Generalísimo, hubo un claro aprovechamiento de los diversos idearios que apoyaron el alzamiento para legitimar el nuevo Estado.
Ochenta años después el tema sigue despertando pasiones. No es casualidad que la Guerra Civil Española sea uno de los capítulos más estudiados de la historia europea del siglo XX. Hay quien presenta también esté conflicto, con independencia de las claves internas, como parte de un conflicto mundial en que se enfrentaban dos modelos de sociedad, en parte será la antesala de la Segunda Guerra Mundial, aunque hay quien defiende que los dos grandes guerras de ese siglo, junto a los conflictos intermedios, en realidad formaron parte de una misma gran guerra.
Sea lo que fuere, ya apenas quedan supervivientes de aquel conflicto, tal vez permanecen aún quienes lo vivieron siendo niños y adolescentes, apenas sin un aporte directo del momento, salvo sus experiencias vividas como niños y el que vivieron en sus casas. Claro que hay que tener en cuenta que en el interior del país se impuso un silencio brutal respecto a la guerra y a los primeros años de dictadura, hasta el punto de parecernos lejanísimo aquel conflicto. Las generaciones del exilio, los que salieron del país y sus hijos, lo vivieron seguramente de otro modo, pero quedaron anclados, como señalaba Max Aub, en un país que fue y que ya no era.
La Guerra Civil marcó por tanto el final de una sucesión de reformas. O de intento de reformas. Lo que hubo después fue una dictadura que duró hasta 1975 y en la que hubo varias fases. Suele decirse que la guerra la ganaron los llamados nacionales porque mantuvieron la unidad frente a las divisiones y enfrentamientos internos del bando republicano. Claro que si se analizamos las fracciones de quienes apoyaron a este bando, nos damos cuenta de que no eran pocas las divisiones y que incluso hubo choques entre las diversas facciones. Hubo falangistas, carlistas, monárquicos isabelinos, republicanos de derecha e incluso nacionalistas catalanes a los que las perspectivas revolucionarias no les daba muchos ánimos para mantenerse fieles a la República, además de militares sin una opción política definida. Las relaciones entre ellos no fueron siempre buenas y en ocasiones hubo sus divisiones que llegaron a los puños. ¿Por qué entonces tenemos esa idea de unidad? Dionisio Ridruejo, en sus Casi unas memorias, nos da quizá una clave para respondernos: el poeta que por los años finales de la República militaba en la Falange y estuvo en tareas de propaganda en Burgos nos indica que el Ejército alzado rompe con la República, esto es, con el Estado, por tanto se convierte durante un tiempo en un Ejército sin Estado. Recuérdese que todo Estado lo es porque conserva el monopolio de la violencia y lo ejerce a través de las fuerzas armadas y las diversas policías, además de los tribunales que conceden la legitimidad legal a dicho monopolio. Por tanto, el Ejército necesitó de establecer o construir un Estado y lo hizo a imagen y semejanza del Ejército. En la tesis de Ridruejo, quien escribió sus casi memorias cuando sus discrepancias hacia Franco le decantaron hacia el abandono con el tiempo del ideario falangista, que en algún momento consideró traicionado por el Generalísimo, hubo un claro aprovechamiento de los diversos idearios que apoyaron el alzamiento para legitimar el nuevo Estado.
Ochenta años después el tema sigue despertando pasiones. No es casualidad que la Guerra Civil Española sea uno de los capítulos más estudiados de la historia europea del siglo XX. Hay quien presenta también esté conflicto, con independencia de las claves internas, como parte de un conflicto mundial en que se enfrentaban dos modelos de sociedad, en parte será la antesala de la Segunda Guerra Mundial, aunque hay quien defiende que los dos grandes guerras de ese siglo, junto a los conflictos intermedios, en realidad formaron parte de una misma gran guerra.
Sea lo que fuere, ya apenas quedan supervivientes de aquel conflicto, tal vez permanecen aún quienes lo vivieron siendo niños y adolescentes, apenas sin un aporte directo del momento, salvo sus experiencias vividas como niños y el que vivieron en sus casas. Claro que hay que tener en cuenta que en el interior del país se impuso un silencio brutal respecto a la guerra y a los primeros años de dictadura, hasta el punto de parecernos lejanísimo aquel conflicto. Las generaciones del exilio, los que salieron del país y sus hijos, lo vivieron seguramente de otro modo, pero quedaron anclados, como señalaba Max Aub, en un país que fue y que ya no era.
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