Lluis Maria Todó
El último mono
Club Editor, 2015
Afirmaba Marx que había aprendido más sociología en las novelas de Balzac que en los profundos mamotrecos de sociología de su época. Quizá sea también una posible respuesta, bastante idónea, a la pregunta de para qué sirve la literatura. Nos puede transmitir imágenes de la realidad, como una foto fija que nos permite observar gestos y actos, relaciones y verdades hegemónicas, foto fija que, a lo mejor, no hay que tomársela al pie de la letra, no podemos convertir lo acontecido en una novela como verdad absoluta, al fin y al cabo es una obra de ficción que tal vez cumple con la regla de la verosimilitud, mas ficción al fin y al cabo, pero que nos puede ofrecer algunas claves interesantes de lo que hemos o han vivido en determinadas épocas. Claro que a lo mejor tampoco es recomendable que nos tomemos al pie de la letra algunas materias objetivas, como la historia -la escriben los vencedores- o la sociología -tan ideologizada-, así que quizá la cita de Marx no resulta en modo alguno desafortunada.
Hay otro acercamiento a la realidad que a mí me interesa mucho más, la que vincula la ficción y un espacio físico real, más en concreto la novela y la ciudad. Hay ejemplos evidentes, no descubro nada nuevo: podemos recorrer Madrid a través de las páginas de Galdós o de García Hortelano, Lima a través de las obras de Bryce Echenique o Julio Ramón Ribeyro o Nueva York a través de Paul Auster, por hablar de tres ciudades elegidas al tuntún.
Barcelona está presente en la novela de Lluís María Todó El último mono -cuidado con atenerse al significado inmediato que en seguida nos viene a la mente- de un modo magistral, porque no sólo aparece como decorado físico de lo que se narra, sino como decorado o referencia temporal, sin duda muy claro para quien haya conocido los cambios en dicha ciudad durante la transición y los años que le siguen, una vez acabada esta etapa político-cultural, pero desde luego no circunscrita sólo a esta ciudad. Porque no es una descripción que se deba limitar a dicha ciudad, sin duda desde otros lugares del Estado español, incluso de Europa, hay rasgos que removerán al lector en su cajón de los recuerdos particular, cualquiera qua haya sido la ciudad donde haya crecido, como el tema de la droga, tan presente, sobre todo la nefasta heroina, la aparición de nuevas formas de familia o una nueva manera de comprender y moverse en la cultura, con nuevos formatos, como la música que rompe con añejas armonías o el cine, ese arte del siglo XX.
También se da una descripción de un grupo social concreto, la de los hijos y nietos de una burguesía que viven y crecen entre los setenta y los inicios del siglo XXI, que se apoderan de las calles, de la cultura, del imaginario colectivo, que crean un mundo y sobre todo una sensación del tiempo, porque en cierto modo cada generación se apodera sobre todo del tiempo, de su tiempo. Me ha resultado inevitable recordar otra novela barcelonesa rememorada ya aquí, El Pianista de Manuel Vázquez Montalbán, en concreto la primera de sus tres partes, la que narra la noche de un grupo de amigos con características similares a las de la novela de Todó y aunque las comparaciones sean odiosas, hasta de mal gusto, por lo que habrá que pedir disculpas, aun cuando no haya intencionalidad de comparar en sentido estricto, lo cierto es que entre ambos relatos se puede aprehender qué pasaba en las calles, en un sector determinado de la sociedad.
Uno no ha podido evitar, pues, leer la novela como el relato de un apoderamiento del tiempo, pero también como la expresión de no poca culpabilidad que, por su parte, se va apoderando de algunos personajes, culpabilidad por haber abierto fallas respecto a las generaciones anteriores, naturales sin duda, pero también de haber determinado la vida de la generación posterior o de haberla lanzado al mal, a la zona obscura, no en vano es la pregunta que resuena una y otra vez en esas reflexiones del narrador de la novela.
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