sábado, 16 de abril de 2016

Chico Buarque

Chico Buarque
Budapeste
Publicaçoes Dom Quixote
Lisboa, 2003
Companhia das Letras
Brasil, 2003

¿Somos las mismas personas cuando hablamos otro idioma, cuando nos identificamos con otra lengua?¿Nos contemplamos a nosotros mismo de un mismo modo o nos ven igual cuando comunicamos en una u otra lengua?¿Y cuando pasamos tiempo en otra ciudad?

En un mundo donde domina el multilingüismo o la multiculturalidad, cualquier cosa que sea lo que queramos decir con esas palabras -con esos palabros, que diría Miguel de Unamuno-, ese es en cierto modo, también, el tema de esta novela del escritor, además de cantante, Chico Buarque. 

La vida de José Costa, convertido en Zsoze Kósta, la vemos tremolar cuando, tras un accidentado viaje de regreso a casa, a Río de Janeiro, ha de pasar una noche en una solitaria habitación de hotel a cargo de la compañía aérea en Budapest. De pronto se ve atrapado por ese idioma que, según las malas lenguas, es la única lengua que el diablo respeta, el hungaro.

Y a través de la confusión de lenguas -propia de la tradición de la torre de Babel-, el escritor anónimo, negro que escribe por encargo y algunas de cuyas obras firman otros, pagándoselo a precio de oro, ve cuestionar su vida burguesa en la muy cosmopolita Río, con estancia más o menos larga, y sobre todo paralela, en Budapest. ¿Doble vida, vidas paralelas? Que cada lector saque sus propias consecuencias. Sea lo que fuere, el dominio de varios idiomas, reflejo cada una de ellas, según se dice, del alma de los pueblos, no nos salva de la turbación, de la soledad o de la crisis, sea o no de mediana edad.

Dominar varios idiomas, con lo que podemos comunicar más con más gente, no nos libera de una sensación de soledad extraña -la soledad es en realidad mero vacío, escuché decir una vez-, como tampoco las nuevas tecnologías, con eso que llaman redes sociales, nos impiden el aislamiento. Quizá porque el idioma -o las palabras que las componen- es al fin y al cabo un instrumento y eso del alma se lo damos cada uno de nosotros, mero reflejo de nuestros deseos o frustraciones.

Claro que al menos nos queda la capacidad de crear belleza por medio de las palabras. No nos salvarán de la soledad, del vacío o de la sensación de absurdo, pero al menos nos brindarán la posibilidad de sentirnos mejor, de sanarnos incluso, no en vano es una forma de liberarse de los males del alma, contarlos y mejor si es mediante la escritura, de componer por medio de las palabras una tela con la que confrontar nuestra realidad.

Quizá sea una posible interpretación de la novela, quedarnos con la sonoridad de las palabras, en cualquier idioma, que se vuelven un símbolo mágico, esa palabra turca, Zil, que significa campana y que ha quedado grabada en la memoria del narrador, como pudiera ser janela, ventana en portugués, que para mí tiene también no poco simbolismo, no sé si mágico. O tal vez tengamos que aceptar que el único sentido es la mera búsqueda de belleza, única forma de restituirnos del castigo de Babel.


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