Lo dice Gonzalo Fernández
Parrilla en su libro Al sur de Tánger,
publicado por La línea del horizonte: «No
lo podemos evitar, somos rehenes de la ficción». Hemos creado a nuestro
alrededor un sinfín de palabras, de discursos heredados, de miradas al otro, de
prejuicios o de idealizaciones, de nostalgias o de olvidos, de imágenes que se
superponen y determinan la realidad, cualquier cosa que sea esto de la realidad
y que siempre vamos forjando de otro modo, de manera deformada a menudo, a
merced de intereses propios o ajenos. Se atribuye a Anaïs Nin la afirmación de
que vemos las cosas no como son, sino como somos. Pero es posible que incluso
lo que somos, la imagen de nosotros mismos, del yo si vamos al extremo, sea
también una construcción forjada de muchas cosas. La vida, al fin, como el
mundo del que hablaba Ciro Alegría, es ancha y ajena.
El profesor de Estudios Árabes
e Islámicos en la Universidad Autónoma de Madrid subtitula su libro como un viaje
a las culturas de Marruecos. Ese plural es muy acertado, todos los países
tienen en realidad varias expresiones culturales, y no son necesariamente
opuestas entre sí, aun cuando a veces estén contrapuestas. Añade el profesor
Fernández Parrilla que «cuando una sed
insaciable de exotismo acalla y oculta la realidad, nos convertimos en rehenes
de nuestras fantasías». Eso lleva a que miremos al otro, individual o
colectivo, instalado en un mero decorado que no se corresponde a lo real,
ocurre con la imagen de Marruecos, país que nos intenta el autor mostrar en su
libro breve aunque intenso, frente a una mirada fantasiosa, deformada, irreal,
la de los colonizadores de antaño, que justificaban la ocupación, la de los
viajeros bohemios que creaban sus vidas en la imaginación de lo exótico, la de
los turistas de hogaño en busca de experiencias diferentes y huyendo tal vez de
vidas mediocres o rutinarias. En medio, muchas otras miradas. No pocas veces la
realidad o los indígenas disgustan
porque no se corresponden a nuestros deseos, a lo que pretendemos contemplar.
No pocas veces procuramos luego adaptar lo que hemos visto a lo que sostenemos
que hemos visto, así, mediante una especie de calzador de realidades.
El turismo de masas
actual, cuasi industrial, está cambiando la mirada del mundo. Claro que antes
tampoco es que dicha mirada fuera más exacta. Muchas ciudades hoy son meras
caricaturas de nuestras fantasías. Antes lo fueron de intereses políticos o
mercantiles. Es algo que, por cierto, no sólo ocurre con los lugares que
visitamos, es extrapolable a muchos otros ámbitos, incluso en los más
personales. Suele decirse que nuestra opinión respecto a cualquier cosa depende
de cómo nos vaya, puro subjetivismo o mera incapacidad de objetivar nuestro
trato con lo que nos rodea. Quizá se trate de imposibilidad de ver lo general,
que puede incluso no existir, tal vez sólo haya particularidades sin la perspectiva
de vincularlas para componer algo global o de conjunto.
Tánger se convierte de
este modo en un paradigma de esa mirada al otro. Fue una ciudad internacional,
sede de negocios y de espías, pero también de artistas y escritores. Paul Bowles
vivió en ella y actuó de puente para que no pocos autores norteamericanos
pasaran por el lugar. Muchos españoles nacieron y residieron en ella. Ángel
Vázquez o Eduardo Haro Tecglén la retrataron con finura. Mohamed Chukri la describió también de un modo
descarnado. Tanto que su novela más conocida, El pan desnudo, fue prohibida durante años, las autoridades
marroquíes no estaban dispuestas a comprometer la buena imagen del país, la que
deseaban dar, no en vano fingían también una imagen de lo que querían ser como
país, no de lo que se era. No podemos olvidar que la literatura es una buena
forma de conocer la realidad, muchas veces mejor que las miradas en vivo y en
directo, la de los colonizadores, la de los turistas, la de quienes pasan por
allí en busca de exotismo. Fue Marx quien afirmó que había aprendido mucho más
de economía en las novelas de Balzac que en los estudios sesudos de su época.
Todo ello se menciona en Al sur de Tánger. Un viaje a las culturas de
Marruecos. Su autor acude a los escritores y poetas marroquíes, a sus
músicos, a sus directores de cine y actores, a sus artistas para descubrir de
pronto una realidad mucho más rica, a sus exotismos que también existen, que
forman parte del mapa del país. O de los mapas, que sin duda quien viaje con
curiosidad y atención puede confeccionar incluso varios. No siempre somos ni
miramos del mismo modo.
Leer este libro invita a
mirar también el lugar desde el cual se lee. Bilbao y su zona de influencia han
recibido muchas miradas, dependiendo de épocas e intereses. La ciudad de los
empresarios, de la gran burguesía. La ciudad de la clase trabajadora, activa y
reivindicativa. La ciudad de los chabolistas de los que habla Ignacio López
Simón y que se movían entre la esperanza y la desolación. La ciudad mestiza o
la identitaria. La ciudad de Unamuno y la de Blas de Otelo. La ciudad mugrienta
de la heroína. La ciudad conflictiva. La ciudad de los patriotas de distintas
patrias. La ciudad de hoy, la de los turistas que amenazan con convertirla en
otro parque temático como ya lo son tantas otras ciudades.
O de la ciudad que nos
constituye, según el verso de Abderrahman El Fathi que recoge Fernández
Parrilla en su libro, «Dentro de mí hay
una ciudad».
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