Ya no es sólo Barcelona
la única ciudad donde se protesta por el turismo masivo, sino que en Baleares o
en Canarias también se está extendiendo el malestar, así como en otros lugares,
reconvertidos en enclaves atractivos para los viajes de ocio. El ayuntamiento
de San Sebastián (PNV), por ejemplo, ha anunciado que ya no concederán
licencias de Viviendas Turísticas y en 2028 no se prorrogarán las existentes. Llama
la atención que en zonas donde el turismo se ha convertido en la principal
fuente de ingresos las críticas se expresen en manifestaciones amplias que
reflejan ese descontento cada vez mayor. Mientras, la Ministra de Vivienda, la
Sra. Isabel Rodríguez afirma: «Si los malagueños y malagueñas no tienen un
lugar en el que vivir, ¿quién va a atender a los turistas?¿Dónde se alojan los
camareros que nos sirven un vino y un espeto?» (Correo de Andalucía, 20 de
julio de 2024), palabras estas que son por lo menos ambiguas, sin duda no las
ha reflexionado lo suficiente al expresarlas, dando un mensaje que, esperemos,
no sea el aparente.
Hay quien se pregunta por
qué se protesta por una actividad que deja dinero al país y crea puestos de
trabajo, sobre todo en ciudades, provincias o islas donde el turismo es la
principal actividad económica.
Pero a estas alturas a
nadie se le escapa, con independencia de lo que se piense o no de esta
industria, que el turismo, tal como se ha desarrollado en los últimos lustros,
se ha convertido en un problema para muchas de las zonas que viven de él. Ha
modificado los lugares, ha afectado la vida cotidiana de su población, ha
generado un consumo excesivo de recursos naturales, por ejemplo agua en un
momento de sequía (se ha llegado a limitar el consumo de agua en la vida
cotidiana mientras no se limitaba en los hoteles o en los campos de golf), ha
encarecido aún más el precio de la vivienda, aunque no sea la causa principal
de los precios, ha creado conflictos de convivencia, y no hay más que darse una
vuelta por el barrio barcelonés de la Barceloneta por la noche o por Lloret
para percibir esto último.
Es cierto que poder
viajar por ocio es ahora mismo más que una posibilidad, que muchos lo hemos
hecho más de una vez, incluido quienes protestan en sus ciudades de origen o residencia,
también lo es que buena parte de los turistas, como individuos, no son responsables
de la degradación de los destinos, aunque los haya que contribuyan bastante, lo
que está en cuestión es el turismo de masas concebido como industria que sólo busca beneficios rápidos y que llena ciudades de grupos, que
vacía ciudades o barrios, que se vuelve insoportable incluso para el propio
turista. Venecia o Barcelona se han convertido en ciudades vacías y destinadas
al deleite del turista, han perdido identidad propia. Los propios turistas se
quejan, por su parte, del exceso de turistas. Además, las han embellecido tanto
que las han convertido más en parques temáticos que en ciudades reales,
sensación que provoca la presencia constante de grupos organizados de turistas.
Pero además hay muchas personas en Barcelona o en Lisboa, en Oporto o Budapest que
sienten que les han robado la ciudad. Es mucho más que mera subjetividad.
La periodista Anna
Pacheco nos ofrece en Estuve aquí y me
acordé de nosotros un testimonio interesante de quienes trabajan en este
sector y no sólo se ganan mal que bien el salario, más mal que bien, todo hay
que decirlo, sino que han de participar como actrices en el espectáculo de
alegría y ocio que es hoy el turismo de masas. Han de dar una imagen desclasada
de la ciudad, del hotel, del restaurante, del club nocturno, de las plazas de
moda, de las calles, incluso de aquellas que antaño fueron escenario de la lucha
de clases. Donde hoy se levanta el Museo Guggenheim o el Palacio Euskalduna de
Congresos y de la Música, en el centro de Bilbao, antaño fue un puerto, nos lo
demuestra la Grúa Carola que se erige solitaria en recuerdo de aquel tiempo,
miles de trabajadores se ganaron la vida en él y fue también el escenario de
duras batallas sindicales, las de los cercanos astilleros, las del hierro y el
acero, cuyas empresas fueron objeto de una dura reconversión.
No es posible aceptar
esta situación, y si cedemos a esta idea dominante, que al menos sea con la
conciencia de lo que estamos creando. No podemos quedarnos en el «la vida es así», que afirma una de las camareras
con quien habló Anna Pacheco. No podemos asumir la mediocridad de una clase
media más ideal que real a la que nos hacen creer que pertenecemos.
Ciudades sin identidad,
más allá de los edificios emblemáticos convertidos en polo de atención para una
fotografía o un selfie. Estuvimos
aquí, le gritamos al mundo, da igual el lugar o el momento, sin rastro ya de la
historia real o de las visiones literarias que generaron tantos rincones y
barrios. Leeremos por lo demás los libros de Juan Marsé, de Patrick Modiano, de
Alberto Moravia o de tantos otros escritores como testimonio de lo que fueron
sus barrios, sus ciudades, una visión de un pasado que se diluye en la falsa
alegría del presente.
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