viernes, 2 de agosto de 2024

Nos acordaremos de nosotros

 


Ya no es sólo Barcelona la única ciudad donde se protesta por el turismo masivo, sino que en Baleares o en Canarias también se está extendiendo el malestar, así como en otros lugares, reconvertidos en enclaves atractivos para los viajes de ocio. El ayuntamiento de San Sebastián (PNV), por ejemplo, ha anunciado que ya no concederán licencias de Viviendas Turísticas y en 2028 no se prorrogarán las existentes. Llama la atención que en zonas donde el turismo se ha convertido en la principal fuente de ingresos las críticas se expresen en manifestaciones amplias que reflejan ese descontento cada vez mayor. Mientras, la Ministra de Vivienda, la Sra. Isabel Rodríguez afirma: «Si los malagueños y malagueñas no tienen un lugar en el que vivir, ¿quién va a atender a los turistas?¿Dónde se alojan los camareros que nos sirven un vino y un espeto?» (Correo de Andalucía, 20 de julio de 2024), palabras estas que son por lo menos ambiguas, sin duda no las ha reflexionado lo suficiente al expresarlas, dando un mensaje que, esperemos, no sea el aparente.

Hay quien se pregunta por qué se protesta por una actividad que deja dinero al país y crea puestos de trabajo, sobre todo en ciudades, provincias o islas donde el turismo es la principal actividad económica.

Pero a estas alturas a nadie se le escapa, con independencia de lo que se piense o no de esta industria, que el turismo, tal como se ha desarrollado en los últimos lustros, se ha convertido en un problema para muchas de las zonas que viven de él. Ha modificado los lugares, ha afectado la vida cotidiana de su población, ha generado un consumo excesivo de recursos naturales, por ejemplo agua en un momento de sequía (se ha llegado a limitar el consumo de agua en la vida cotidiana mientras no se limitaba en los hoteles o en los campos de golf), ha encarecido aún más el precio de la vivienda, aunque no sea la causa principal de los precios, ha creado conflictos de convivencia, y no hay más que darse una vuelta por el barrio barcelonés de la Barceloneta por la noche o por Lloret para percibir esto último.

Es cierto que poder viajar por ocio es ahora mismo más que una posibilidad, que muchos lo hemos hecho más de una vez, incluido quienes protestan en sus ciudades de origen o residencia, también lo es que buena parte de los turistas, como individuos, no son responsables de la degradación de los destinos, aunque los haya que contribuyan bastante, lo que está en cuestión es el turismo de masas concebido como industria que sólo busca beneficios rápidos y que llena ciudades de grupos, que vacía ciudades o barrios, que se vuelve insoportable incluso para el propio turista. Venecia o Barcelona se han convertido en ciudades vacías y destinadas al deleite del turista, han perdido identidad propia. Los propios turistas se quejan, por su parte, del exceso de turistas. Además, las han embellecido tanto que las han convertido más en parques temáticos que en ciudades reales, sensación que provoca la presencia constante de grupos organizados de turistas. Pero además hay muchas personas en Barcelona o en Lisboa, en Oporto o Budapest que sienten que les han robado la ciudad. Es mucho más que mera subjetividad.

La periodista Anna Pacheco nos ofrece en Estuve aquí y me acordé de nosotros un testimonio interesante de quienes trabajan en este sector y no sólo se ganan mal que bien el salario, más mal que bien, todo hay que decirlo, sino que han de participar como actrices en el espectáculo de alegría y ocio que es hoy el turismo de masas. Han de dar una imagen desclasada de la ciudad, del hotel, del restaurante, del club nocturno, de las plazas de moda, de las calles, incluso de aquellas que antaño fueron escenario de la lucha de clases. Donde hoy se levanta el Museo Guggenheim o el Palacio Euskalduna de Congresos y de la Música, en el centro de Bilbao, antaño fue un puerto, nos lo demuestra la Grúa Carola que se erige solitaria en recuerdo de aquel tiempo, miles de trabajadores se ganaron la vida en él y fue también el escenario de duras batallas sindicales, las de los cercanos astilleros, las del hierro y el acero, cuyas empresas fueron objeto de una dura reconversión.

No es posible aceptar esta situación, y si cedemos a esta idea dominante, que al menos sea con la conciencia de lo que estamos creando. No podemos quedarnos en el «la vida es así», que afirma una de las camareras con quien habló Anna Pacheco. No podemos asumir la mediocridad de una clase media más ideal que real a la que nos hacen creer que pertenecemos.

Ciudades sin identidad, más allá de los edificios emblemáticos convertidos en polo de atención para una fotografía o un selfie. Estuvimos aquí, le gritamos al mundo, da igual el lugar o el momento, sin rastro ya de la historia real o de las visiones literarias que generaron tantos rincones y barrios. Leeremos por lo demás los libros de Juan Marsé, de Patrick Modiano, de Alberto Moravia o de tantos otros escritores como testimonio de lo que fueron sus barrios, sus ciudades, una visión de un pasado que se diluye en la falsa alegría del presente.

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