«La declinación de ser en tener, y de tener en simplemente parecer»
escribe Guy Debord como fundamento de la sociedad actual, la de la clase media
más por mediocre que por mediana, la sociedad del espectáculo, en la que todo
es divertimento y apariencia, una fiesta continua en la que la cultura pasa a
ser parte del ocio, no un instrumento de comprensión del mundo y de la vida.
Paolo Sorrentino lo supo
reflejar en su película La Grande Bellezza
que reflejó el hastío de esa clase adinerada, culta y progresista de Roma que
pasa sus días entre fiestas, tan ociosa su vida como desinteresada por todo, ni
siquiera la estética consigue aportar un mínimo sentido a sus días, con un
personaje como Jep Gambardella, interpretado por Toni Servillo, que vive de la vieja
gloria de una obra de juventud, un libro que ya nadie lee apenas, aunque todos
mencionan, y que recorre las noches romanas agobiado por el esplín y el paso
del tiempo, inevitable.
Marina Garcés se
pregunta: «¿Cómo puede ser que seamos
cada vez más cultos y más obedientes?¿Cómo se ha forjado esta nueva docilidad
de las clases educadas que, más que defender sus privilegios, se afanan en permanecer
esclavizadas mediante su propia actividad productiva?¿De qué está hecha la
vulnerabilidad de los alfabetizados?» (“Cómo
nos va en la vida” en Malas Compañías).
El debate público brilla
por su ausencia. Todo se reduce a gritos, filfas y gestos. El gobierno se
deslegitima porque un futbolista de la selección saluda de una manera desairada
al presidente, sin mayor explicación, sin argumentos, sin más base que una
imagen retransmitida. La respuesta a los rebuznos racistas, a la falsa
afirmación de que los inmigrantes o los menas
son en su mayoría delincuentes, aunque sean en potencia, es la presencia en
dicha selección de dos futbolistas, muy jóvenes los dos, uno incluso menor, ambos
sobresalientes y encumbrados, que son hijos de inmigrantes afincados en España.
Hay que destacar para que les reconozcan su valía, incluso para que se les
otorgue la condición de seres humanos. Mientras, miles de inmigrantes se
desloman en la recogida de la fresa, de la cereza o en los invernaderos.
Todo es así, en todos los
ámbitos de discusión colectiva.
Todo ello cuando buena
parte de la sociedad, más los ciudadanos de edad media y los jóvenes, está
alfabetizada, y no sólo sabe leer y escribir, sino que cuentan con formación académica.
Sin embargo, no parece que haya mucha comprensión lectora, no entienden los
textos, muchos profesores, incluso los de la universidad, se quejan de que sus
estudiantes apenas leen, acogen incluso con desagrado las listas de libros para
el curso, listas muchas veces mínimas para entender las materias. Claro,
siempre hay los estudiantes excepcionales, los que siguen poseyendo la
curiosidad por lo que les rodea y la vida, los que leen como si la vida les
fuera en ello. Es también cierto el tópico habitual que apunta a que quienes
empiezan a tener una edad se quejan de las generaciones siguientes. Pero está ocurriendo.
En el último capítulo de
la primera temporada de la serie HIT,
cuando toca calificar los resultados académicos de los nueve alumnos
descarriados, se reconoce que no han adquirido los conocimientos suficientes,
pero han cambiado, han mejorado su comportamiento, son positivos (propositivo se dice ahora; ¿qué querrá
decir?), han crecido en lo emocional, se han descubierto a sí mismos. Los
aprueban. Después, una de las estudiantes afirma que quiere entrar en la
universidad. Su ámbito referencial, sin embargo, es bastante reducido.
La cultura, incluso la
inteligencia, es sobre todo la capacidad de poner en referencia datos,
conocimientos. Si no los hay, algo falla en el proceso de comprensión de la
realidad.
La escritora Nina Lykke
nos ofrece en su novela No hemos venido a
divertirnos (editorial Gatopardo, 2024) una sátira de la vida literaria noruega.
El escritor Knutt logra que le inviten a un importante festival literario. Al
igual que Jep Gambardella, es autor de una obra muy reconocida, pero la ha
escrito tiempo atrás y lo que le ha seguido es más bien mediocre, apenas la
escritura le da para vivir, lo compagina con un trabajo precario. Es además
víctima de polémicas que nada tienen que ver con la literatura, sino con obras
ajenas basadas en la autoficción y que le ridiculizan, cuando no le injurian. El
resultado es puro espectáculo, una carencia absoluto de debate real. La vida
misma: los gritos, las filfas y los gestos. Aunque puede que todo se reduzca a
mera decepción, al esplín por los tiempos que corren.
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