Hace unos pocos días el
jugador francés Marcus Thuram, a punto de comenzar la competición por la Copa
de Europa, se pronunció de un modo claro contra el partido de Marine Le Pen, Rassemblement
National, de evidentes tintes xenófobos y racistas. Al igual que hiciera en
2002 Zinedine Zidane respecto al padre de la candidata actual, Thuram apeló a
la responsabilidad de los franceses para no votar a ese partido que, ahora sí,
puede alcanzar la mayoría en las elecciones del día treinta de este mes,
uniéndose Francia en tal caso, si se da tal victoria, a los países que ya
cuentan con organizaciones similares en el gobierno.
El debate tomó mayor envergadura
cuando otro jugador de la selección francesa, Kylian Mbappé, salió también a la
palestra, aunque de un modo más moderado, llamando a no votar por el
extremismo. Sus palabras tuvieron más repercusión, sobre todo en España, tanto
por el hecho de haberlo fichado el Real Madrid a principios de mes como por la
réplica de Unai Simón, jugador del Athletic de Bilbao y de la selección
española. «No sé si deberíamos opinar
sobre ciertos temas, nosotros somos futbolistas», afirmó el jugador vasco.
El debate está servido: deben
los futbolistas de élite, y por ende las personalidades públicas (las de la
cultura, el cine o el arte en general), pronunciarse sobre temas políticos o se
han de circunscribir a lo suyo, al fútbol (o a las actividades de cada cual,
aquellas que les han dado renombre). Estamos lejos de aquella época en que
salían con cierta frecuencia listas de intelectuales, personalidades públicas y
deportistas suscribiendo tal o cual manifiesto, por lo general de temas
políticos o comunes. El referéndum de la OTAN, en los ochenta, fue un momento
álgido de esta práctica. Desde entonces, hay que reconocerlo, se ha ido
imponiendo la no participación en los debates públicos, el limitarse a la
propia actividad, al fútbol como indica Unai Simón.
Claro que estrictamente
no estamos hablando de política. Ni Thuram ni Mbappé han expuesto opiniones
políticas ni se han decantado por una opción ideología concreta que, por lo
demás, conocerlas no sería más importante que conocer las de cualquier otra
persona, las de un albañil, un obrero, un funcionario o cualquier persona
anónima, sino que detrás de las declaraciones de los dos franceses late la
espinosa cuestión del racismo y la xenofobia. Y planteado así, la respuesta de
Unai Simón se nos aparecería cuanto menos insensible, al fin y al cabo su
compañero de filas en el Athletic de Bilbao, Iñaki Williams, ha sido más de una
vez objeto de vejaciones racistas, al igual que otros muchos futbolistas.
Incluso otros deportistas, lo vemos ahora mismo en redes sociales ante miembros
de la delegación española que participará este verano en los Juegos Olímpicos y
que tienen otros orígenes, otro color de piel.
En definitiva, Thuram y
Mbappé, entre líneas, están llamando a no votar a un partido racista y
xenófobo, tema este que está presente por desgracia en los campos de fútbol. El
silencio a este hecho, no se olvide, es cómplice. No denunciar la vejación
racial supone asumirlo, normalizarlo, convertirlo en una cuestión política: hablar
sobre ello como hablamos de la necesidad o no de impuestos o de la gestión
territorial o sanitaria de un territorio, y el racismo y la xenofobia no se
pueden asumir, normalizar ni aceptar como una gestión más de la res publica. En consecuencia, da igual
que Rassemblement National sea un partido de derechas, de centro o de
izquierdas (sí, hay partidos que se pretenden de izquierdas que están
incorporando posiciones identitarias, los hubo en las elecciones europeas), lo
que le vuelve deplorable es su posición xenófoba.
Hace unos años, un barco
de la organización Opens Arms esperaba en el puerto de Badalona, tras unos ajustes
técnicos, a que las autoridades portuarias autorizaran su salida al mar para
continuar su misión de salvamento de inmigrantes en el Mediterráneo. Un
periodista le preguntó a Xavier García Albiol, alcalde de Badalona, su opinión
sobre si se debía autorizar o no dicha salida, teniendo en cuenta la tarea de
la organización, y uno esperó lo peor en la respuesta de este político que se ha
caracterizado por sus proclamas poco pacíficas respecto a la inmigración no
legal. Sin embargo, la respuesta fue bien distinta y sin duda muy honrosa: la
misión era salvar vidas y esto estaba fuera de todo debate, no era la gestión
de la vida lo que se debía discutir, resultaba obvio, y resulta hoy, que nadie
puede negarse a salvar la vida de otra persona, cualquiera que sea su
circunstancia.
Lo mismo debería ocurrir
con este tema. Hablar sólo de fútbol mientras unos energúmenos lanzan sus improperios
infames es normalizar lo inasumible. Más cuando se nos intenta decir que el
fútbol es una enseñanza de vida, una forma saludable de mostrar el trabajo en
equipo, y no el mero negocio que a menudo parece que es.
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