Como «aldea marinera abrazada por el mar» define
Rosa María Mielgo de Aguirrezabala la localidad de Santurce. Es toda una
tradición ligar esta población vizcaína con lo marino, no sólo por el hecho
físico de ser costera, de estar en la bahía del Nervión, en el Abra, por disponer
a su vera de una Escuela Técnica Superior de Náutica y Máquinas Navales en
Portugalete, sino también porque se asocia a la actividad de la pesca, a los
pescadores vascos, ahora en su totalidad de bajura, aunque antaño los hubo que buscaban
la ballena. La tradición nos habla también de las sardineras por medio, sobre todo,
de una celebrada canción muy versionada de principios del siglo XX o finales
del XIX, quién sabe.
Pero tal vinculación,
creo yo, es más simbólica que real, una mera ojeada a la ciudad nos lleva a
pensar que la tradición pesquera poco tiene que ver con la realidad del
Santurce actual y del de hace tiempo. Existe el puerto de toda la vida, estatua
de la Virgen del Carmen a un lado, unos pocos pescadores, la lonja donde se
subasta el pescado, pero ya no hay sardineras ofreciendo el producto en el
puerto, a pie de calle, las que quedan vivas llevan ya tiempo jubiladas y las
pescaderías profesionales han recogido el testigo de tal actividad y desde hace
mucho la mayor parte de la población local se dedica a otros menesteres, siendo
la de la pesca muy marginal.
Esa rápida ojeada al
perfil urbano permite deducir a quien no conozca nada de los tópicos y las
tradiciones del lugar que estamos en una localidad dormitorio, destino y
residencia de trabajadores de la industria, del comercio o del puerto.
Porque es el puerto el
que recoge ahora mismo ese abrazo del mar del que habla la poeta.
Ni qué decir tiene que es
inmenso. No en vano es el más grande de toda la cornisa cantábrica y ahora
mismo se divide entre Santurce, su parte principal, Ciérvana o Zierbena y
Getxo. Curiosamente se le conoce como el Puerto de Bilbao, aun cuando se
fundara incluso antes que la propia Villa. La actividad es enorme y a todas
luces estamos ante uno de los focos económicos más importantes de Vizcaya y del
norte, con un gran trasiego de cargueros y de grúas, de camiones y de un vial
ferroviario de mercancías. No es por tanto casualidad la relación del Abra y
del Nervión con la actividad portuaria, desde hace siglos además.
Claro que tal actividad
tiene sus claroscuros, como todo en la vida, puede decirse. De este puerto
salen las armas que se producen no muy lejos de Santurce y en provincias
vecinas, y cuyo destino no pocas veces nos sonroja como sociedad, o al menos
debería. En 2017 se conoció el gesto de Ignacio Robles, el bombero de la
Diputación de Vizcaya que se negó a participar en la estiba de armas a un barco
destinado a Arabia Saudí, en guerra contra el Yemen. Como carga peligrosa, se
requiere siempre la presencia de los bomberos. Su objeción de conciencia motivó
un expediente y también que se conociera tal actividad. La respuesta por otro
lado a su gesto, que nunca se agradecerá lo suficiente, fue que si no salía tal
carga de Bilbao, saldría de otro puerto, de Santander, por ejemplo, con la
correspondiente pérdida económica. Pero no es de esto, de las pérdidas económicas,
en lo que uno piensa cuando nos hablan de la situación de los niños yemeníes
víctimas de la guerra o ahora, aunque no tenga relación directa, pero la tiene,
de Afganistán.
Por suerte, no sólo son
armas lo que pasa por este puerto. Sin duda, habrá una y mil historias alrededor
del mismo que nada tienen que ver con ese lamentable negocio y mucho más aptas
de ser conocidas y reconocidas. Como la salida de sus muelles en 1937 del Vapor
Habana con niños que escapaban de la guerra. Pero a menudo se quedan
circunscritas a los propios ámbitos laborales.
Por lo demás, hay una
línea marítima de la ciudad que ahora se está modificando, en buena medida por
el crecimiento de la zona y la construcción de nuevos edificios de viviendas, levantados
de un modo bastante impersonal. Dicen que son los tiempos y que es inevitable que
se construya así. En mi opinión desnaturaliza la vida comunitaria, aísla y, en
última instancia, deshumaniza las ciudades. Pero al menos quienes ahí residan
disfrutarán de una buena vista, de un paisaje impresionante, algo es algo.
Santurce es la última
localidad de la Margen Izquierda. Posee todas las características de la
comarca, esa imagen inequívoca de zona industrial y obrera, construida a golpes
de trabajo y de luchas, de conflictos y momentos de cierto esplendor. Pero me
temo que esta historia obrera va a ser objeto del olvido. Parece que estamos ya en una fase de la
historia que requiere del olvido de lo que fuimos para convertirnos en otra
cosa, no sé si mejor.
Quizá todo esto de la
pandemia desmoralice no poco, nos vuelve aún más fatalista por lo que ha de
venir. Sea lo que fuere, no parece que haya lugar para la añoranza ni cabe
tampoco en el caos controlado de las calles de Santurce.
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