viernes, 20 de agosto de 2021

El Peñascal

 


El 21 de agosto de 1899 murieron dos trabajadores de la cantera situada junto a la mina conocida como Rosita, en la ladera del Pagasarri, y otros seis hombres resultaron heridos de gravedad al estallar fortuitamente un cartucho de dinamita. No nos han llegado sus nombres ni sus circunstancias. Sólo que trabajaban en aquella cantera que proveía de piedra a Bilbao, en pleno proceso de desarrollo urbanístico en el momento del accidente, y siguió aportando este material durante varios lustros, puede que hubiera otros accidentes durante todo ese tiempo que estuvo funcionando, hasta que se cerró y se dio paso, en estos últimos años, a la transformación de este paraje y la creación de una zona verde y de paseo para los vecinos de la Villa.

En medio, se llevaron a cabo obras, se establecieron talleres y alguna fábrica, se abrieron carreteras y durante la guerra civil esta zona fue objeto también, como el resto de la ciudad, de ataques aéreos. No hace mucho encontraron bajo tierra una bomba que no estalló en aquel conflicto y la policía la explosionó.



En los años cincuenta llegaron a Bilbao miles de personas en busca de trabajo, procedían de Extremadura, de Castilla, de Andalucía o de Galicia, muchas de ellas sin saber aún donde iban a alojarse. Entre 1955 y 1965 se calcula que llegaron a Bilbao alrededor de cien mil personas. En esa misma ladera del Pagasarri, a los pies del monte Arraiz, al sur del barrio de Rekalde, la propia gente recién llegada levantó chabolas e inició la edificación de otras viviendas precarias por Iturrigorri, el Gordeazabal y alrededor del propio camino del Peñascal. Nacía de este modo un barrio marginal, durante mucho tiempo desabastecido de las mínimas infraestructuras urbanas y con fama de miserable y corrompido, aunque se cuentan también historias de solidaridad y de apoyo mutuo entre los recién llegados.

Esta solidaridad suplía en parte la falta de sensibilidad por parte del Estado ante la situación. Llegó a intervenir el ejército para echar por tierra algunas de esas chabolas, orden directa, dícese, del propio dictador para erradicar el chabolismo, sin ofrecer alternativas a sus pobladores más allá de una caridad suntuosa y espuria.



Ya en los sesenta, cuando empezaban a correr nuevos aires más reivindicativos, a pesar de la dictadura y de las malísimas condiciones de vida, o tal vez por ello, la parroquia establecida en la zona organizó una asociación de acción social, embrión de la asociación de vecinos que se formaría más tarde, y se consiguió que la administración construyera 22 edificios para vivienda, creara una escuela e iniciara la dotación de alcantarillado y luz. No obstante, el Peñascal siguió teniendo mala fama, no la ha perdido todavía hoy, aun cuando todo va adoptando un aire más amable y el barrio carece de ese aspecto agresivo o peligroso de otros lugares de origen parecido.

Hubo, es cierto, una primera gran remodelación a raíz de las inundaciones de 1983, que dañaron bastante la zona.



Desde hace algo más de dos años se ha iniciado un nuevo plan urbanístico en el barrio, que cuenta ya con muchas zonas verdes, parques y caminos de asueto y paseo. Hay zonas difíciles, incómodas, calles empinadas y escaleras que dificultan la vida de una población con una media de edad avanzada.



Te cruzas con personas ya jubiladas, muchas de ellas aquellas que se establecieron allí hace ya tanto tiempo, o sus hijos, por aquella altura apenas unos niños, pero te encuentras con gente más joven, de etnia gitana o paya, pero también, hilando con esa tradición de inmigración que tiene el barrio, con extranjeros que van llegando y que buscan la vivienda más barata en una ciudad que no es especialmente accesible en cuanto a precios, aquí también es un problema y no parece de momento que se exija medidas, ni la administración las tiene en su agenda, en un asunto a todas luces grave para una buena parte de la población. Me temo que tampoco exista hoy ese afán reivindicativo de otrora.



Por otro lado, estamos en una zona tranquila, contribuye tal vez que sólo haya una carretera que asciende por la carretera hasta las letras que componen el nombre de Bilbao, al final del barrio. A veces, sobre todo en verano, por las ventanas abiertas se escucha música, a menudo flamenco. No hay mucha gente por la calle. En ocasiones uno tiene la impresión de que el tiempo se haya detenido, o que su paso lo apacigüe la vista del Pagasarri, al sur o los muchos rincones naturales, los vericuetos entre árboles, los rincones por donde perderse y poder flanear, lejos del centro. Se podría aplicar la cita de Francisco Umbral: «Cualquier sitio es el paraíso con sólo parar el tiempo». Ya el hecho de que el Peñascal esté separado físicamente de Rekalde contribuye a esta sensación de no estar ya en el bullicio de la ciudad.



Imagino que es normal que los lugares cambien y es muy justo que se mejoren los barrios, que pierdan los aspectos más incómodos y negativos, pero uno ya tiene la suficiente experiencia, lo he visto en otras ciudades, como para saber que muchas veces las grandes transformaciones urbanísticas van en detrimento de la población local, parte de la cual queda expulsada en beneficio de otros sectores. No parece que sea el caso, el lugar no está en el punto de mira de intereses especulativos, al menos con la misma intensidad que en otros barrios de Bilbao, en estos momentos más apetitosos, San Francisco por ejemplo. Quizá esto garantice al Peñascal no cortar de un modo radical con lo que fue, mantener ese recuerdo de barrio humilde, tal vez menos estereotipado de que lo aún está, pero consciente en la medida de lo posible de su pasado proletario y reivindicativo.

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