Odete Semedo, poeta de
Guinea Bissau y sin duda una de las escritoras más interesantes de África, se
refiere en algunos de sus poemas a ese vínculo emocional, afectivo, entre las
palabras y los sentimientos. Son las palabras las que adquieren una relación
intensa con nosotros, con nuestro universo de valores y símbolos, con los
afectos. Lo relaciona también con el idioma de la creación, cuando son varios,
como es su caso, los idiomas hablados.
De ahí que la literatura haya
adquirido desde épocas lejanas un lugar preponderante y que sea básica para
poner orden ya nos sólo en nuestro interior, como individuos, sino también en
la comunidad. Porque las palabras poseen fuerza y entonan la realidad que nos
rodea. Nos vemos reflejados en los relatos que las palabras conforman, proyectan
también un hilo rojo con nuestros contemporáneos y con nuestros antecesores. Mario
Vargas Llosa lo explica de un modo formidable en su novela El hablador.
Claro que se afianza la
impresión de que la literatura ya no tiene tanta importancia en nuestra
sociedad actual, donde domina lo audiovisual, y que además nuestra sociedad se
rige más por el espectáculo y por lo comercial. Aunque es posible también que
se sigan contando historias mediante esos nuevos formatos.
Tal vez sea cosa de la
edad, pero sin embargo uno no deja de pensar que, pese a todo, o por ello
mismo, se tiende a la mera superficialidad y que detrás de la fachada cada vez
hay menos contenido.
Asistir estos días a la
Feria del Libro de Bilbao me ha dado esta sensación de hecatombe en el ámbito
cultural. Es verdad que se ha intentado recuperar una cierta normalidad,
perdida por la situación vivida desde el año pasado, pero también se me ha
vuelto más evidente que el ambiente cultural no ha podido escapar a cierto
gregarismo, a una estrechez elitista, a una tendencia a simplificar contenidos,
a nos asumir nuevos retos literarios, a huir de la experimentación, a reducir
riesgos, quien sabe si para no menguar los beneficios editoriales, y esto
ocurría, me parece a mí, ya mucho antes de la pandemia.
Aunque esto no es del
todo cierto, hay pequeñas editoriales que están asumiendo estos retos, aun
cuando sea a costa de no crearse grandes expectativas económicas. Surgen
también proyectos alrededor de algunas librerías que, con toda su modestia,
llevan a cabo una intensa gestión cultural que rompe con esa sensación de
sequía que uno cree ver en esta contemporaneidad tan poco atractiva. Son
proyectos muy locales. En mi entorno inmediato puedo hablar de la librería
Guantes de Portugalete o la librería Libreramente de Barakaldo.
Claro que esto no impide
cierto fatalismo, pura proyección quizá de un estado de ánimo.
Llama la atención la
cantidad de libros que se publican todos los años y la aparición por doquier de
escritores, justo cuando, como se ha dicho, la literatura cada vez pinta menos
en nuestra sociedad, incide bastante menos, si es que alguna vez tuvo de verdad
influencia, y lo que parece dominar el panorama es un tipo de literatura
ociosa, de entretenimiento. Tal vez no sea malo, que haya más gente escribiendo
que acceda a la edición. Nos lleva a tener que ser, eso sí, más selectivo y a
no dejarnos llevar por cantos de sirena comerciales, al mero marketing editorial,
en el que hemos caído en gran medida.
Mientras, la Feria de
Libro se vuelve un punto de encuentro. Desde luego, está lejos de ser como
otras ferias más importantes. Pero hay presentaciones de libros, pocos debates
literarios, todo hay que decirlo, ninguno en la práctica, y mucho colegueo entre escritores y prensa.
Comienza a hacer calor en este Bilbao preveraniego. Dan ganas de aprovechar
para leer en algunos de los bancos cercanos, en El Arenal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario