sábado, 19 de junio de 2021

La ría y el tiempo

 


Miramos la ría y comentamos que por fin parece que salimos de ésta, de una pandemia que nos ha trastocado la vida durante dos años. Van reduciendo restricciones y aumenta, al menos en esta parte del mundo, el número de vacunados. El presidente Sánchez anuncia que la mascarilla no será obligatoria en espacios abiertos a partir del último domingo de junio y habla de no sé qué alegría de la vida, la joie de vivre, fundamento de nuestro modo de vivir. Dice algo así, o parecido, no he estado muy atento.

Miramos la ría, llena de hierbajos y ramas de árboles arrastradas tras las riadas y las tormentas de estos días. Tal vez se esté pecando de optimismo. Aún hay contagios y buena parte de los habitantes del planeta no están vacunados.

En todo caso, imposible no preguntárselo: ¿Cómo será nuestro mundo tras la pandemia?

Ha habido frases con gran contenido épico: saldremos más fuertes, lo seremos: mucho más fuertes, todo va a ir mejor. No hemos estado exentos de épica, me temo. La ha habido, y mucho, en estos meses, toda una tendencia bastante ridícula que busca incorporar una epopeya falsa en la descripción de los acontecimientos, los de un presente que tiende más bien a la mediocridad y al sin sentido. Claro que hubo gravedad en lo que pasó. Ha sido una pandemia, al fin y al cabo, con todo lo que esto supone. Hubo algún momento en que, sin embargo, se habló de la pandemia como de una guerra. Incluso en las ruedas de prensa para compartirnos el parte diario de la enfermedad hubo presencia de un portavoz militar, como en las películas norteamericanas sobre arribadas repentinas de naves extraterrestres.

No quiero caer en una superficialidad frívola sobre lo ocurrido, ni siquiera en la forma de tratar la enfermedad desde el poder, pero creo que con tanta comparación bélica lo que se frivoliza es la guerra, justo cuando estamos en el octogésimo cuarto aniversario de la toma de Bilbao por parte del bando nacional, en la guerra (in)civil, tras bombardeos atroces, batallas cruentas y una opresión terrible, repleta de fusilamientos, juicios sumarísimos, españoles exiliados y otros que fueron perseguidos, encarcelados. Claro que hasta lo de aquella guerra empieza a parecer un decorado lejano.



En todo caso, en este final de la pandemia, si es que realmente estamos saliendo de ella, hay algo que no se entiende muy bien, demasiadas prisas por aparentar normalidad. Demasiadas alegrías frente al tremendismo de unos meses atrás. Los intereses económicos mandan. Hay que producir. Hay que consumir. Hay que volver a lo de antes. Mientras, miramos la ría, tan importante en este rincón de Vasconia, tan importante en la economía de Bilbao y de la Margen Izquierda, tan alabada por escritores. Don Miguel de Unamuno escribió no poco sobre la ría. También Rafael Sánchez Mazas. Con intensidad, ambos.

Hace unos días me comentaba Patxi Iturregi, autor que ha escrito sobre esta misma ría y antiguo marino, que los barcos ya no van a poder llegar a Bilbao con los cambios del espacio urbano. Recuerdo cuando todavía algunos mercantes descargaban en los muelles en pleno Bilbao. Ya no hay rastros de esa zona portuaria ni de las atarazanas en la zona de Erandio o de Deusto. Ahora está el Guggenheim, las bibliotecas universitarias, los paseos junto a la ría, nada que ver con el mundo industrial y portuario de entonces. En el muelle de Uribitarte han colocado, eso sí, una escultura dedicada a las sirgueras, aquellas mujeres que tiraban de las embarcaciones mediante unas sirgas, de allí su nombre. Mari Carmen Azkona escribió sobre ellas, de un modo sentido y emotivo, como ella escribe, y fue cuando me habló la primera vez que fui consciente de la situación de estas mujeres. La escultura es de Dora Salazar, bonito testimonio por su parte, desde luego, sin embargo no sé si hay algo de frivolidad en el homenaje, no por parte de la escultora, sino de una contextualización que no explica el trabajo muchas veces inhumano de aquel momento. Todo está quedando tan bonito en este Bilbao reformado y posmoderno que nos olvidamos de muchas cosas, de ese mundo del trabajo brutal y precario, de la vida de miles de personas en las minas, en las industrias, en los astilleros, en los puertos, hacinadas muchas de ellas en los barrios obreros del sur de la ciudad o de las ciudades de la margen izquierda, al norte, condiciones de trabajo y de vida que ha creado ese producto/objeto/bien de consumo que es hoy Bilbao.



En una sociedad con mentalidad de clase media, parece ser, no cabe hablar mucho de antiguas humillaciones ni de riquezas creadas con jornadas muy duras de trabajo y de vida. La estatua de las sirgueras se incorpora al paisaje, sin más mensaje.

Miramos la ría y hablamos de que se va acabando la pandemia, parece ser, y se retoman viejos proyectos urbanísticos: la reforma de Zorrotzaurre, la isla al norte de Bilbao donde se pone en marcha un viejo proyecto urbanístico que transformará la zona; la obras en las vías de tren en su último tramo, la de la estación de Abando, aprovechando la llegada del AVE y con lo que se pretende también una reforma profunda en el barrio de San Francisco, barrio otrora lúdico y un tanto canalla, hoy variopinto, de inmigración y un tanto marginal, pero apetitoso por estar en el centro de la ciudad, a orillas de la ría, casi cuando el Nervión empieza a dejar de serlo, ría, para volverse un río, más allá del puente de San Antón.

Son los tiempos que pasan. Es lo que dicen.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario