miércoles, 3 de marzo de 2021

Vitoria, 3 de Marzo

 


La historia de la humanidad es en gran medida la historia de su violencia. Al menos así se ha estudiado durante mucho tiempo: a partir de sus guerras, sus expansiones nunca pacíficas, sus dominios no exentos de explotación y saqueo, sus relaciones de poder. Por suerte, se va imponiendo otra forma de acercarse a los hechos históricos más próxima a otras perspectivas, a la cultura o a la cotidianidad, por ejemplo, lo que nos permite otra visión de la realidad. Sin embargo, la violencia sigue siendo el factor más determinante, en lo que más nos solemos fijar, más cuando el debate actual vuelve a centrarse en el uso de la violencia y en quién está legitimado para emplearla.

El País Vasco no ha estado exento de ello. El territorio vasco ha sido el escenario de una violencia en ocasiones tremenda. Si nos limitamos a los últimos dos siglos, ahí tenemos las consecuencias de la guerra de independencia, las guerras carlistas, las primeras huelgas y su represión, la explotación en las relaciones laborales, la guerra civil, la dictadura, el terrorismo y una transición que, contra la imagen idílica ahora tan cuestionada, no ha sido desde luego pacífica. Y hablamos aquí de la violencia generalizada, sin mencionar la que afecta a colectivos específicos.

Hoy hace 45 años se produjo uno de esos hechos que sacudió al País Vasco y a todo el Estado. El 3 de marzo de 1976, iniciándose por tanto esa transición que intentaba trocar un Estado autoritario por uno democrático a partir de pactos entre facciones en el poder y de una parte importante de la oposición, la policía desalojó la iglesia vitoriana de San Francisco de Asís, en el barrio obrero de Zaramaga. Dentro se celebraba una asamblea, en un día en que se llevó a cabo una huelga general seguida masivamente. Como consecuencia del desalojo violento, cinco personas murieron y más de ciento cincuenta resultaron heridas. En 2018 el director de cine Víctor Cabaca rodó una película que recordaba tales hechos, Vitoria, 3 de marzo, con guion de Héctor Armada y Juan Ibarrondo.

Desde luego, no fue la única movilización obrera que se produjo en el País Vasco o en el conjunto de España. Era un momento de crisis económica y de cambio institucional, cuyo futuro no resultaba siempre evidente. Para una parte de quienes ocupaban cargos en el aparato de Estado franquista, los cambios tenían que ver más con una adaptación a las exigencias del Mercado Común, antecesora de la Unión Europea, para el ingreso de España, no tanto con unas convicciones democráticas sinceras. Aunque desde luego hubo entre aquellos prohombres del régimen (prohombres porque la mayoría eran hombres) quienes sí que vieron también necesario un cambio de régimen, que deseaban democrático, siempre y cuando ello no supusiera una ruptura, tal como había ocurrido en la vecina Portugal.

Sin embargo, el proceso no fue fácil. Aquella crisis económica intensa creó una enorme inestabilidad social, con numerosas huelgas tanto laborales como políticas. Los dos principales partidos de izquierda, anteriores a la dictadura, el PSOE y el PCE, parecían comprometidos con la transición, pero nadie, a ciencia cierta, conocía realmente la influencia real de ambos ni la capacidad de otras fuerzas políticas que fueron apareciendo en aquellos años finales de la dictadura o su incidencia en los sindicatos. Tampoco se sabía qué peso podría tener la CNT, otra de las organizaciones históricas que ya se había pronunciado contra todo pacto. En el País Vasco, además, estaba la lucha nacional, con varias organizaciones armadas. A esto se debía añadir la presencia de sectores inmovilistas dentro del régimen y que no iban a ponerlo fácil. Surgió además un terrorismo de extrema derecha.



En este contexto, los sucesos de Vitoria, a poco más de tres meses de la muerte del dictador y cuando apenas se había movido nada de la maquinaria del Estado, fue un momento de tensión sin igual. La reacción de la policía no se alejó en absoluto del funcionamiento represivo propio de una dictadura, con la consecuencia fatal en vidas humanas, lo que parecía decantar la balanza a favor de quienes sostenían en la oposición que nada iba a cambiar y que sólo cabía una acción radical, rupturista y revolucionaria frente al inmovilismo del aparato del Estado.

Llegarían en aquellos años otros actos violentos. No fue la Transición ni de lejos un modelo pacífico tan ejemplar como nos quisieron mostrar, aunque el proceso continuó hasta el actual sistema democrático, no sabemos si pleno o no, siempre mejorable en todo caso, aun cuando una vez culminado el proceso de cambio, hacia mediados de los ochenta, continuaron presentes flecos de aquellos años, de la dictadura inclusive, como fue el terrorismo de ETA, el de la extrema derecha o actuaciones del Estado bastante cuestionables.



Hoy, a raíz de los disturbios en varias ciudades españolas, se vuelve a repetir que la violencia no cabe en el debate político, un objetivo a todas luces deseable, pero sin que podamos eludir que la violencia, desgraciadamente, forma parte de las relaciones de poder que se da siempre en cualquier sistema humano complejo, a veces de forma evidente, otras de un modo más sutil. Las administraciones públicas muchas veces, en ese afán declarado de establecer un relato, esto es, de dar una interpretación única de la historia, va construyendo un memorial que pretende mantener el recuerdo. En el caso de los hechos de Vitoria, se ha decidido, a raíz de este aniversario, levantar en la propia Iglesia de San Francisco de Asís un Centro Memorial de las Víctimas del 3 de Marzo, no sé muy bien si en consonancia con la labor que realiza la Asociación 3 de Marzo, que reúne a víctimas, familiares y amigos de quienes sufrieron aquellos hechos (http://www.martxoak3.org/) y que realiza sus propios actos de recuerdo.

Tal vez necesitemos que desde el cine y la literatura se afronte más esta historia reciente en el País Vasco y en España, como ya está ocurriendo. Sin duda la visión aportada desde este ámbito sea más certera de lo que se da, me temo, en otros foros, más atentos a intereses políticos y a establecer esos relatos que a todas luces se pretenden únicos.

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