La historia de la
humanidad es en gran medida la historia de su violencia. Al menos así se ha
estudiado durante mucho tiempo: a partir de sus guerras, sus expansiones nunca
pacíficas, sus dominios no exentos de explotación y saqueo, sus relaciones de poder.
Por suerte, se va imponiendo otra forma de acercarse a los hechos históricos más
próxima a otras perspectivas, a la cultura o a la cotidianidad, por ejemplo, lo
que nos permite otra visión de la realidad. Sin embargo, la violencia sigue
siendo el factor más determinante, en lo que más nos solemos fijar, más cuando
el debate actual vuelve a centrarse en el uso de la violencia y en quién está
legitimado para emplearla.
El País Vasco no ha
estado exento de ello. El territorio vasco ha sido el escenario de una
violencia en ocasiones tremenda. Si nos limitamos a los últimos dos siglos, ahí
tenemos las consecuencias de la guerra de independencia, las guerras carlistas,
las primeras huelgas y su represión, la explotación en las relaciones
laborales, la guerra civil, la dictadura, el terrorismo y una transición que,
contra la imagen idílica ahora tan cuestionada, no ha sido desde luego
pacífica. Y hablamos aquí de la violencia generalizada, sin mencionar la que
afecta a colectivos específicos.
Hoy hace 45 años se
produjo uno de esos hechos que sacudió al País Vasco y a todo el Estado. El 3
de marzo de 1976, iniciándose por tanto esa transición que intentaba trocar un
Estado autoritario por uno democrático a partir de pactos entre facciones en el
poder y de una parte importante de la oposición, la policía desalojó la iglesia
vitoriana de San Francisco de Asís, en el barrio obrero de Zaramaga. Dentro se
celebraba una asamblea, en un día en que se llevó a cabo una huelga general seguida
masivamente. Como consecuencia del desalojo violento, cinco personas murieron y
más de ciento cincuenta resultaron heridas. En 2018 el director de cine Víctor
Cabaca rodó una película que recordaba tales hechos, Vitoria, 3 de marzo, con guion de Héctor Armada y Juan Ibarrondo.
Desde luego, no fue la
única movilización obrera que se produjo en el País Vasco o en el conjunto de
España. Era un momento de crisis económica y de cambio institucional, cuyo
futuro no resultaba siempre evidente. Para una parte de quienes ocupaban cargos
en el aparato de Estado franquista, los cambios tenían que ver más con una
adaptación a las exigencias del Mercado Común, antecesora de la Unión Europea,
para el ingreso de España, no tanto con unas convicciones democráticas
sinceras. Aunque desde luego hubo entre aquellos prohombres del régimen (prohombres porque la mayoría eran
hombres) quienes sí que vieron también necesario un cambio de régimen, que
deseaban democrático, siempre y cuando ello no supusiera una ruptura, tal como
había ocurrido en la vecina Portugal.
Sin embargo, el proceso
no fue fácil. Aquella crisis económica intensa creó una enorme inestabilidad
social, con numerosas huelgas tanto laborales como políticas. Los dos
principales partidos de izquierda, anteriores a la dictadura, el PSOE y el PCE,
parecían comprometidos con la transición, pero nadie, a ciencia cierta, conocía
realmente la influencia real de ambos ni la capacidad de otras fuerzas
políticas que fueron apareciendo en aquellos años finales de la dictadura o su incidencia
en los sindicatos. Tampoco se sabía qué peso podría tener la CNT, otra de las
organizaciones históricas que ya se había pronunciado contra todo pacto. En el
País Vasco, además, estaba la lucha nacional, con varias organizaciones
armadas. A esto se debía añadir la presencia de sectores inmovilistas dentro
del régimen y que no iban a ponerlo fácil. Surgió además un terrorismo de
extrema derecha.
En este contexto, los
sucesos de Vitoria, a poco más de tres meses de la muerte del dictador y cuando
apenas se había movido nada de la maquinaria del Estado, fue un momento de
tensión sin igual. La reacción de la policía no se alejó en absoluto del
funcionamiento represivo propio de una dictadura, con la consecuencia fatal en
vidas humanas, lo que parecía decantar la balanza a favor de quienes sostenían
en la oposición que nada iba a cambiar y que sólo cabía una acción radical,
rupturista y revolucionaria frente al inmovilismo del aparato del Estado.
Llegarían en aquellos
años otros actos violentos. No fue la Transición ni de lejos un modelo pacífico
tan ejemplar como nos quisieron mostrar, aunque el proceso continuó hasta el
actual sistema democrático, no sabemos si pleno o no, siempre mejorable en todo
caso, aun cuando una vez culminado el proceso de cambio, hacia mediados de los
ochenta, continuaron presentes flecos de aquellos años, de la dictadura
inclusive, como fue el terrorismo de ETA, el de la extrema derecha o
actuaciones del Estado bastante cuestionables.
Hoy, a raíz de los
disturbios en varias ciudades españolas, se vuelve a repetir que la violencia
no cabe en el debate político, un objetivo a todas luces deseable, pero sin que
podamos eludir que la violencia, desgraciadamente, forma parte de las
relaciones de poder que se da siempre en cualquier sistema humano complejo, a
veces de forma evidente, otras de un modo más sutil. Las administraciones
públicas muchas veces, en ese afán declarado de establecer un relato, esto es, de dar una interpretación única de
la historia, va construyendo un memorial que pretende mantener el recuerdo. En
el caso de los hechos de Vitoria, se ha decidido, a raíz de este aniversario,
levantar en la propia Iglesia de San Francisco de Asís un Centro Memorial de
las Víctimas del 3 de Marzo, no sé muy bien si en consonancia con la labor que
realiza la Asociación 3 de Marzo, que reúne a víctimas, familiares y amigos de
quienes sufrieron aquellos hechos (http://www.martxoak3.org/)
y que realiza sus propios actos de recuerdo.
Tal vez necesitemos que
desde el cine y la literatura se afronte más esta historia reciente en el País
Vasco y en España, como ya está ocurriendo. Sin duda la visión aportada desde
este ámbito sea más certera de lo que se da, me temo, en otros foros, más
atentos a intereses políticos y a establecer
esos relatos que a todas luces se pretenden únicos.
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