sábado, 13 de marzo de 2021

Nuevos tiempos

 


Ya se ha dicho: la historia de la humanidad es la historia de su violencia. Del mismo modo, la historia del País Vasco lo ha sido también, una historia de violencia desatada el siglo pasado y también el anterior con sus tres guerras carlistas y sus conflictos sociales, incluso podríamos remontarnos a los gramonteses y beaumonteses durante el Renacimiento o a la lucha medieval de los banderizos.

Resulta extraño, pero la violencia más cercana en el tiempo y de la que ha pasado apenas unos pocos años parece ahora mismo materia sobre todo de novelistas, sin duda quienes resultan más certeros a la hora de atrapar el ambiente real de aquellos años, tan ajenos por su parte los discursos oficiales, los de los estamentos políticos, intentando unos establecer un relato, otros sacar partido aún hoy de una cruenta, injusta e injustificada socialización del sufrimiento que nos convirtió a todos en víctimas potenciales o colaterales, otros no queriendo pasar página, detrás de cualquier disidencia está siempre el terrorismo, sin tocar, eso sí, otras violencias que existieron o se permitieron mientras se proclamaba (se proclama) que en democracia no hay lugar para la violencia, y otros que desean pasar página y hacer tabla rasa, tentación de un oasis mientras a nuestro alrededor, en el resto del mundo, brotan incidentes fruto del malestar de estos nuevos tiempos, quizá no tan nuevos en realidad.

¿Cómo será la violencia del mañana, de ya mismo porque el futuro está en construcción aquí y ahora? Una película mexicana concluida en 2019 y estrenada hace unos meses, Nuevo Orden, nos viene a marcar la senda por donde nos encaminamos posiblemente. Su guionista y director, Michel Franco, nos muestra una revuelta desatada sin mucho sentido, una mera explosión de rabia que no persigue cambio alguno ni revolución, de la que ni siquiera conocemos el motivo, se desencadena y así refleja las disensiones de la sociedad actual, y el Estado reacciona, sí, pero mostrando que tal vez toda esa violencia, contra quienes afirman que en la democracia no cabe la violencia, es en realidad lo que reactiva cualquier modelo social, y a mayor complejidad social y mecanismos disciplinarios más violencia normativizada que al final afecta a todos los individuos, aunque esto no significa equidistancia ni neutralidad, todos padecen la violencia, sin duda, pero algunos legitiman con ella sus cuotas de poder y la normalizan, y obtienen notables ventajas de la misma.

Sea lo que fuere, Nuevo Orden no sólo causa zozobra al mostrarnos la realidad que se nos viene encima, sino que vemos en ella aspectos que nos recuerdan bastante lo que tenemos ya entre nosotros, la regularización de la vida cotidiana, por ejemplo, que ha venido de la mano de la pandemia. 

Hay que tener en cuenta, en esta realidad nuestra, que en algunos momentos incluso se ha querido establecer paralelismos entre las medidas sanitarias y la guerra, que es el acto de violencia más extremo sin duda y lo que cambia más la cotidianidad, y vimos el año pasado en las ruedas de prensa en las que se explicaba el día a día de la pandemia a un alto grado militar, gestionando junto a médicos y científicos las explicaciones de la situación, sin que muchos entendiéramos el porqué de su presencia, por muy loable que pudiese ser la labor del ejército, que se encuadraba en un apoyo a los cuidados sanitarios.



Ahora, por si no fuera poco, el FMI contempla la posibilidad de estallidos sociales, de revueltas tal como se reflejan en la película mexicana mencionada y de las que los incidentes vividos en España a raíz del encarcelamiento de un rapero han sido, tal vez, un adelanto. No se trata de una violencia revolucionaria dirigida a cambiar el orden de las cosas, ni de una violencia partidista, muy propias de la historia de la humanidad, incluso esa democracia que se presenta como escenario donde no cabe la violencia nació de un momento cruento, recuérdese, sino que todo apunta hoy a una rabieta socializada de enorme envergadura. Desde luego, tampoco esto es nuevo, lo hemos visto en Londres o en ciudades norteamericanas por motivos raciales la mayoría de las veces.

Claro que a la hora de tener en cuenta sus efectos poco importa que la violencia tenga o no un objetivo. Al final sólo produce desgracia y enriquecimiento para los mercaderes de armas. Algunos de ellos vascos, por cierto. Lo que nos lleva a plantearnos el sentido de las revoluciones, muchas de las cuales, para colmo, han creado realidades monstruosas y distópicas. ¿Significa esto que tengamos que aceptar el (des)orden del mundo? Desde luego no. Nada más lejos que justificar la actitud de quienes tienden a la neutralidad, a la equidistancia, a no tomar partido o aceptar lo existente, guste o no. Dante los coloca en la Divina Comedia a las puertas del infierno, ni siquiera son dignos de entrar en él.

Mientras tanto, me llama la atención que en las calles vascas se viva al margen de esos presagios amenazantes. Uno cruza sus calles, sus plazas, sus rutas campestres y sus bidegorris y parece que nunca se vivieron malos tiempos, ya lo he comentado alguna vez. Es como una necesidad de olvido a pie de calle, que se ocupen de ello quienes escriban novelas o quienes redactan discursos institucionales, como si tras la tormenta la calma ocultara los restos del diluvio y no dejase ver las nubes en lontananza.

 

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