lunes, 14 de diciembre de 2020

Sobre el vasco

 


En 1888 la Diputación de Vizcaya creó una cátedra de vasco por la que compitió Miguel de Unamuno, en concurrencia por cierto con Sabino Arana, fundador del PNV. Ninguno de los dos la obtuvo, sino que fue Resurrección María de Azkue quien consiguió la plaza. No sé si esta derrota supuso el inicio de un distanciamiento emocional e intelectual que poco a poco fue adoptando el insigne profesor bilbaíno y que pasó incluso por recomendar a sus conciudadanos vascos que se distanciaran del idioma, que asumieran incluso que lo mejor era «enterrar santamente el vascuence», como propuso en una conferencia en el teatro Arriaga de Bilbao, puro centro cultural y social de la capital vizcaína, en 1901.

Lo cierto es que la posición de Unamuno hacia el idioma local fue cuanto menos contradictoria, como no podía ser menos, a veces uno tiene la sensación de que el modo de pensar del filósofo era claramente dialéctico, pero una dialéctica llevada al extremo, llena de contradicciones y de dudas, un constante sí pero no. Hablaba de un idioma euskérico incapaz de trasladar el espíritu de los vascos a la modernidad debido a su dificultad y arcaísmo, pero al mismo tiempo lo había estudiado desde joven, había observado sus variantes locales, su variedad interna, y también afirmaba que un español medianamente cultivado debía conocer además el portugués –Unamuno era un iberista convencido– y cualquiera de las otras lenguas españolas.

Hay que tener en cuenta que el vasco, a diferencia del catalán en Cataluña, vivía una realidad muy territorial, no se hablaba, ni se habla hoy, en todos lados por igual, y era en las grandes ciudades, al igual que ocurría y ocurre con el gallego o el catalán de Valencia, donde se hablaba y se habla menos. Incluso hoy ocurre, cuando los ciudadanos menores de cuarenta años de la Comunidad Autónoma Vasca han estudiado en vasco, al menos una parte de sus asignaturas escolares, y gracias a ello en parte el idioma vive una evidente eclosión. Ocurre otro tanto en la zona media y norte de Navarra. En el Bilbao de Unamuno, durante su infancia y juventud, el vasco no era una lengua local, la escuchaban en boca de los baserritaras que bajaban a la villa por Santo Tomás a pagar sus rentas y a vender sus productos de la tierra. Pero la vida transcurría en castellano.



Claro que Unamuno asistió a la aparición de un nacionalismo que halló en la lengua uno de sus pilares. Sin duda, el debate identitario puso el idioma en el centro de la discusión de lo que somos como sociedad, y eso fue importante cuando había amenazas reales de desaparición o por lo menos de marginación extrema, pero casi nunca politizar un idioma es la mejor manera de extenderlo, al menos de extenderlo para que se hable y sea una lengua viva, más en un contexto que se fue radicalizando y dividió el país en bloques a veces antagónicos.

Sea lo que fuere, a finales del siglo XIX hubo un despertar del idioma, promovido en parte por ese nacionalismo que en su origen tuvo mucho de rancio, pero que también acabó teniendo una vertiente modernizadora, como la que representó Ramón de la Sota, que fue en realidad el artífice del actual PNV, más que la referencia mítica de Sabino Arana, nacionalismo que es hoy, además, mucho más amplio. Pero también hubo un interés cultural y social por el idioma, no tan determinado por las reivindicaciones nacionales, más cultural.

Es curioso que el vasco despertara también no poco interés entre los extranjeros que llegaron a los territorios vascos con la industrialización. Desde finales del siglo XIX sobre todo Vizcaya y Guipúzcoa atrajeron capital extranjero y con las inversiones arribaron también asesores británicos, franceses, belgas y alemanes. Menos politizados en los conflictos locales que los nativos, por tanto con menos prejuicios, algunos de ellos se sintieron atraídos por esa lengua extraña, complicada y un tanto legendaria. Fue el caso de Gerhard Bähr, nacido en Legazpi en 1900, hijo de un ingeniero alemán afincado en Guipúzcoa, y que se convirtió en un estudioso del idioma, aun cuando se dedicó profesionalmente a la química. Pero se interesó por el vasco y analizó el complicado sistema verbal en las variantes idiomáticas guipuzcoanas. En Alemania se formó un núcleo de estudiosos del euskera, herederos sin duda de Wilhem von Humboldt que en el salto del siglo XVIII al XIX viajó por el País Vasco y escribió sobre su idioma. Entre los estudiosos están Hugo Schuchardt o Karl Bouda.

Por cierto, en la misma época de Wilhem von Humbolt el hermano de Napoleón Bonaparte, Joseph, que se vio envuelto en la política española y elevado a Rey de España, ganando una mala fama que desde luego fue injusta, se interesó también por el idioma de los vascos.

Cuando en la actualidad se vuelve a discutir, y otra vez en forma de conflicto, de los idiomas del Estado, los idiomas oficiales, entiéndase, que de los otros ni se habla, por ejemplo del caló, que ni se plantea dársele un mínimo reconocimiento, uno no puede menos que recordar a Unamuno y a su sí pero no con el vasco y contemplar que nada hay nuevo en el debate, que se tiende a un maximalismo que no ayuda mucho a plantear la cuestión, olvidando que los idiomas sirven para comunicar y no para encerrarse en viejas atalayas.

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