En 1888 la Diputación de
Vizcaya creó una cátedra de vasco por la que compitió Miguel de Unamuno, en
concurrencia por cierto con Sabino Arana, fundador del PNV. Ninguno de los dos
la obtuvo, sino que fue Resurrección María de Azkue quien consiguió la plaza.
No sé si esta derrota supuso el inicio de un distanciamiento emocional e
intelectual que poco a poco fue adoptando el insigne profesor bilbaíno y que
pasó incluso por recomendar a sus conciudadanos vascos que se distanciaran del
idioma, que asumieran incluso que lo mejor era «enterrar santamente el vascuence», como propuso en una conferencia
en el teatro Arriaga de Bilbao, puro centro cultural y social de la capital
vizcaína, en 1901.
Lo cierto es que la
posición de Unamuno hacia el idioma local fue cuanto menos contradictoria, como
no podía ser menos, a veces uno tiene la sensación de que el modo de pensar del
filósofo era claramente dialéctico, pero una dialéctica llevada al extremo, llena
de contradicciones y de dudas, un constante sí
pero no. Hablaba de un idioma euskérico
incapaz de trasladar el espíritu de los vascos a la modernidad debido a su
dificultad y arcaísmo, pero al mismo tiempo lo había estudiado desde joven,
había observado sus variantes locales, su variedad interna, y también afirmaba
que un español medianamente cultivado debía conocer además el portugués –Unamuno
era un iberista convencido– y cualquiera de las otras lenguas españolas.
Hay que tener en cuenta
que el vasco, a diferencia del catalán en Cataluña, vivía una realidad muy
territorial, no se hablaba, ni se habla hoy, en todos lados por igual, y era en
las grandes ciudades, al igual que ocurría y ocurre con el gallego o el catalán
de Valencia, donde se hablaba y se habla menos. Incluso hoy ocurre, cuando los
ciudadanos menores de cuarenta años de la Comunidad Autónoma Vasca han
estudiado en vasco, al menos una parte de sus asignaturas escolares, y gracias
a ello en parte el idioma vive una evidente eclosión. Ocurre otro tanto en la
zona media y norte de Navarra. En el Bilbao de Unamuno, durante su infancia y
juventud, el vasco no era una lengua local, la escuchaban en boca de los baserritaras que bajaban a la villa por
Santo Tomás a pagar sus rentas y a vender sus productos de la tierra. Pero la
vida transcurría en castellano.
Claro que Unamuno asistió
a la aparición de un nacionalismo que halló en la lengua uno de sus pilares.
Sin duda, el debate identitario puso el idioma en el centro de la discusión de
lo que somos como sociedad, y eso fue importante cuando había amenazas reales
de desaparición o por lo menos de marginación extrema, pero casi nunca
politizar un idioma es la mejor manera de extenderlo, al menos de extenderlo
para que se hable y sea una lengua viva, más en un contexto que se fue
radicalizando y dividió el país en bloques a veces antagónicos.
Sea lo que fuere, a
finales del siglo XIX hubo un despertar del idioma, promovido en parte por ese
nacionalismo que en su origen tuvo mucho de rancio, pero que también acabó
teniendo una vertiente modernizadora, como la que representó Ramón de la Sota,
que fue en realidad el artífice del actual PNV, más que la referencia mítica de
Sabino Arana, nacionalismo que es hoy, además, mucho más amplio. Pero también
hubo un interés cultural y social por el idioma, no tan determinado por las
reivindicaciones nacionales, más cultural.
Es curioso que el vasco
despertara también no poco interés entre los extranjeros que llegaron a los
territorios vascos con la industrialización. Desde finales del siglo XIX sobre
todo Vizcaya y Guipúzcoa atrajeron capital extranjero y con las inversiones
arribaron también asesores británicos, franceses, belgas y alemanes. Menos
politizados en los conflictos locales que los nativos, por tanto con menos
prejuicios, algunos de ellos se sintieron atraídos por esa lengua extraña,
complicada y un tanto legendaria. Fue el caso de Gerhard Bähr, nacido en
Legazpi en 1900, hijo de un ingeniero alemán afincado en Guipúzcoa, y que se
convirtió en un estudioso del idioma, aun cuando se dedicó profesionalmente a
la química. Pero se interesó por el vasco y analizó el complicado sistema
verbal en las variantes idiomáticas guipuzcoanas. En Alemania se formó un
núcleo de estudiosos del euskera, herederos sin duda de Wilhem von Humboldt que
en el salto del siglo XVIII al XIX viajó por el País Vasco y escribió sobre su
idioma. Entre los estudiosos están Hugo Schuchardt o Karl Bouda.
Por cierto, en la misma época
de Wilhem von Humbolt el hermano de Napoleón Bonaparte, Joseph, que se vio
envuelto en la política española y elevado a Rey de España, ganando una mala
fama que desde luego fue injusta, se interesó también por el idioma de los
vascos.
Cuando en la actualidad
se vuelve a discutir, y otra vez en forma de conflicto, de los idiomas del
Estado, los idiomas oficiales, entiéndase, que de los otros ni se habla, por
ejemplo del caló, que ni se plantea dársele un mínimo reconocimiento, uno no
puede menos que recordar a Unamuno y a su sí
pero no con el vasco y contemplar que nada hay nuevo en el debate, que se
tiende a un maximalismo que no ayuda mucho a plantear la cuestión, olvidando que
los idiomas sirven para comunicar y no para encerrarse en viejas atalayas.
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