Repasando estos días de
cuarentena un libro recopilatorio de artículos en prensa del profesor Joaquín
Marco –lo saqué de una biblioteca pública un par de días antes de quedarnos
recluidos en casa y a saber cuándo lo devolveré–, leo uno de ellos publicado en
1975 y que habla de las relaciones entre los escritores latinoamericanos y los
españoles. Comenta un cierto malestar entre los escritores españoles de
aquellos años por la amplia difusión entre los lectores, tanto en España como en
la propia en Europa y en Estados Unidos, de los autores catalogados bajo el
nombre, a todas luces chirriante y sin duda inadecuado, de boom de la literatura latinoamericana.
No puedo contar, no lo
viví, si este malestar existió de verdad y cuáles fueron los escritores
españoles que más acusaron tal sensación, pero si el profesor Joaquín Marco lo
comenta, es sin duda porque lo debió de detectar. Lo que sí puedo decir, como
experiencia personal, que tiempo después del año de publicación del referido
artículo, pasó algo más de un lustro, me aficioné a la lectura y aparte de
algunos autores españoles que me impresionaron por entonces y a los que voy
volviendo con frecuencia –Pío Baroja, Nada
de Carmen Laforet, Ignacio Aldecoa, Pérez Galdós, Miguel Delibes–, quienes me
aportaron más entusiasmo por la literatura fueron sin duda autores americanos y
más en concreto los designados bajo ese apelativo tan cacofónico. Durante unos
años los leí con diligencia y pasión: Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, Julio
Ramón Ribeyro, Alejo Carpentier, Gabriel García Márquez o Un mundo para Julius, de Alfredo Bryce Echenique. Me abrieron la
puerta a otros escritores de la época o anteriores y posteriores, a Miguel
Ángel Asturias o a Sergio Ramírez, a Álvaro Mutis o a Gioconda Belli, a Carlos
Fuentes o a Bioy Casares, a Manuel Scorza o a las hermanas Ocampo, a Mario
Benedetti o a Claribel Alegría, entre tantos otros.
Con el tiempo volví a los
autores españoles, fui descubriendo también otros escritores en otras lenguas,
pero queda esa introducción que tanto me marcó y sin la cual hoy sería otro
tipo de lector. En cierto modo, no vivo la dicotomía escritores
latinoamericanos vs escritores españoles, el hecho que todos escriban en la
misma lengua, salvo los brasileños, claro, conlleva que no haya un muro entre
ambas orillas, es más, la nacionalidad me resulta a todas luces indiferente, y
me consta que ocurre lo mismo entre mis amigos y conocidos lectores. Tengo la
impresión de que la procedencia de cada uno de los escritores en castellano es
a todas luces secundario en general.
Influye sin duda que ese
grupo de autores del boom en cierto
modo acercaron América a España, a sus escritores pero también sus realidades.
Hasta la guerra civil española ambos lados parecían seguir sendas separadas con
muy pocas relaciones grupales, apenas algunas individuales. Rafael Cansinos
Assens cita en su amplísimo dietario, La
novela de un literato, el paso por los cafés madrileños de un reconocido
Rubén Darío y el encuentro del propio Cansinos con un jovencísimo Borges, que
vivía por entonces en Suiza. César González Ruano, por su parte, entrevistó a
César Vallejo en 1931 para el Heraldo de Madrid. La guerra produjo un
acercamiento entre las dos orillas, con autores como Octavio Paz que se
comprometieron con España.
Da la sensación de que
tras la guerra se volvió a levantar el muro entre ambas partes, aunque no fue
del todo así: bastantes escritores españoles se establecieron en América Latina
y tuvieron mayor contacto que los escritores del interior, es evidente, aunque
estos pudieron conocer a algunos porque entre los escritores españoles no se cortaron
tanto los contacto entre sí. A partir de los sesenta todo comenzó a cambiar con la
llegada de un grupo de aprendices de escritor a España o a Europa en general y
se intensificaron los vínculos.
Joaquín Marco también se
refiere en su artículo que, fuera de los países de habla hispana, los
escritores en español más conocidos son los latinoamericanos, entre otros
motivos porque la literatura española del momento, apunta el profesor, en 1975
apenas se conocía y poco se publicaba en otros idiomas, algunas excepciones y
en ámbitos muy restringidos, los académicos y poco más. Quiero creer que esto
ha cambiado algo, a partir de los noventa se despertó cierto interés por
España, más allá de la guerra civil –uno de los hechos históricos más
investigados y sobre lo que más se lee–, y eso supuso que se conocieran más
autores españoles, a tenor de las traducciones publicadas, que se mantienen hoy
si no han crecido, aunque sin duda el peso de las culturas americanas supone que
sus escritores se conozcan más y mejor.
No soy capaz de percibir
si los lazos hoy son tan fuertes como en los ochenta, tengo la impresión de que
sí, aunque es más una sensación muy subjetiva, la mía propia o la de amigos y
conocidos con quienes hablo de literatura y a menudo salen a colación autores
americanos. El despertar en España de un cierto espíritu de exaltación patria
puede que haga peligrar los vínculos. Sería a todas luces un craso error.
Aunque puede que ese riesgo proceda más bien de un mayor desinterés por la
literatura, lo que sería aún peor.
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