Manuel Chaves Nogales nos
habla de las víctimas de la historia, de las personas que sufren los
desaguisados de la guerra, que es la política por otros medios, según
Clausewitz, aunque Foucault le dio la vuelta al enunciado, la política como la guerra por otros medios. Sea lo que fuere,
el periodista sevillano nos describe cómo la violencia, ya sea la de la
revolución, la de la guerra civil o la de la guerra en general, saca lo peor de
cada ser humano, revuelve el carácter de cada persona que afronta una situación
extrema y lo desvirtúa, muchas veces hacia lo más vil, aunque no siempre, hay
también actos heroicos, que no son nunca los bélicos, en absoluto, estos se
encuadran siempre en lo peor, sino los actos de solidaridad, de rechazo a la
violencia, a la guerra. Pero esa violencia no deja de ser también un modo de relacionarse,
una relación política, por tanto es la política, la entendamos como preámbulo
de la guerra o como consecuencia de ella, la que determina el carácter. Por lo
demás, mucho me temo que esa violencia
desatada saca casi siempre lo más nocivo, el lado más abyecto, es imposible al
fin huir del fatalismo, de una mala impresión del ser humano que la historia
insiste en confirmar con toda su crudeza.
Puede que que la
violencia –la de la revolución o la de la guerra, da igual– sea la experiencia
más extrema y hay otras situaciones sociales y políticas que van conformando el
carácter individual al exponer al individuo a experiencias complicadas. De ahí
que veamos a los esclavos de otras épocas –por desgracia los de hoy en muchas
zonas del planeta– como seres dóciles, amansados, obedientes y fieles a sus
amos, asumiendo la imposibilidad de otra realidad, de otro mundo, de otro tipo
de relaciones. Lo hemos visto en un sinfín de películas sobre el sur norteamericano
e incluso en la película Guess Who´s
Coming to Dinner (Adivina quién viene
a cenar), de 1967, es la criada negra quien más reparos pone, incluso más
que el propio padre, a ese noviazgo de la hija blanca de clase media alta con
el novio negro, aun cuando éste sea también de un nivel profesional similar al
de la familia.
Lo vemos también entre
los nuevos trabajadores precarios que acaban aceptando las condiciones laborales
que se han ido degradando en los últimos años, los asumen con normalidad
pasmosa, forma parte de sus caracteres, y hay casos como el español, ante el
cual no pocos se sorprenden del alto grado de sometimiento y de soportabilidad.
Es la política del es lo que hay.
Claro que frente a ello encontramos un Espartaco o revueltas en muchos países,
como en Francia, donde existe una tradición asociativa y sindical sin duda más
asentada y que incide en la actitud individual. Lo cual nos lleva a plantearnos
más la cuestión de hasta qué punto lo colectivo –y sobre todo lo
institucionalizado– afecta al individuo, a su carácter.
Es cierto que el
neoliberalismo actual pone todo el peso de la vida en el individuo, el éxito o
el fracaso es cuestión de entereza y carácter, se impone el planteamiento del
hombre o la mujer hechos a sí mismos, se habla ya abiertamente del emprendedor
que sabe afrontar la economía sin contar con el Estado o incluso con la
comunidad y forja su propio destino, se le concede un papel fundamental. También
los peligros del mundo dependen de cada cual, se pone el acento en lo que cada uno
haga, por ejemplo la crisis ecológica se afronta como responsabilidad
individual, que cambiemos nuestros hábitos, se nos dice, que seleccionemos la
basura de forma adecuada, y sin duda es importante, lo asumimos, yo coloco mi
basura en los contenedores correspondientes en mi propia calle mientras veo, al
otro lado del estuario del Nervión, en los muelles de Getxo, los grandes
cruceros turísticos que tanto contaminan, y se potencia este sector sin atender
a razones ecológicas, sólo a la lógica del beneficio empresarial y de
oportunidad a nuevos emprendedores. Pero soy yo quien debe asumir en la forma
de vivir la responsabilidad ante el planeta.
No es de extrañar que se
tienda a un mayor individualismo. Cada cual que vaya a lo suyo y las
responsabilidades colectivas quedan como un discurso más o menos decorativo
para las declaraciones políticas y las grandes cumbres. De nuevo el carácter forjado a golpe de
historia y de institución.
Claro que hay también
procesos que nacen de bien dentro y que forjan lo que uno es, lo que uno es
capaz de llegar a ser. Paolo Giordano nos lo plantea en su primera novela, La soledad de los números primos, publicada
en 2008 y que nos muestra la vida de Alice y de Mattia, afectaba en plena niñez
por traumas que se fijan en su interior hasta el punto de determinar por completo
lo que son, lo que serán. Los vemos crecer, afrontar la juventud y eso que
llaman madurez, la que conformará sus caracteres de adultos y que encuentran
los mismos desajustes, las mismas vacilaciones e incertidumbres,
reproduciéndose una y otra vez a lo largo de sus vidas. Alice y Mattia están
afectados cada cual por sus traumas, pero tampoco a los otros personajes que
van apareciendo en la novela no parece que les vaya mejor en sus conflictos
interiores.
Conflictos interiores que
tampoco devienen colectivos, ni siquiera se comunican, salvo en arranques de
sinceridad que se dan en pocas ocasiones. Mattia logra contarle a Alice la
tragedia de la desaparición de su hermana más como acto de un triunfo personal,
por una mera circunstancia casi ajena a la amistad que les une (aunque se
mantengan separados, como números primos que casi se tocan, pero no son
consecutivos). Alice ni siquiera verbaliza lo que le ocurrió de niña, aun
cuando sus consecuencias sean más palpables.
Es cierto: la literatura
o el cine, como espejos, nos van mostrando modelos individuales que la realidad
va forjando. Reconocerse en unos u otros conlleva una enorme valentía y sin
duda grandes dosis de sinceridad con uno mismo. Nadie querría verse reflejado,
en todo caso, en el Travis Bickle de Taxi
Driver, interpretado por Robert de Niro, un ser aciago e incisivo, machista
y reaccionario, aunque creyéndose un héroe de nuestra sociedad. Nadie querría
verse reflejado en él, aun cuando todos tengamos, al final, algo de él.
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