martes, 6 de agosto de 2019

Una escultura de Augustine Bukari en Portugalete


En 2007 se instaló en Portugalete, en la calle Casilda Iturrizar, a pocos metros del Centro Cultural Santa Clara, una escultura titulada Mamá África, del artista ghanés afincado en Vizcaya Augustine Bukari. En ella se refleja a una mujer que, en compañía de dos niños, carga un fardo, uno de los niños también lleva un saco, y al contemplarla, al ver los tres rostros con rasgos que indican sufrimiento, la podemos entender como el reflejo de quien sale de su tierra, casi huye, los tres miembros de la escultura simbolizan y forman parte de esa nueva inmigración que llega al País Vasco y a la Europa del sur procedente de África y que no está exenta de zozobra y desasosiego, pero que, al mismo tiempo, a pesar del desaliento, no pierde la esperanza de que su camino permita el encuentro con alguna oportunidad propicia.

Aquel año la inmigración más sangrante, la que nos llega en patera, comenzó a tomar tintes dramáticos y comenzábamos a ser conscientes de la dimensión de la tragedia. Sin embargo, la toma de conciencia no ayudó a buscar soluciones, muy al contrario: la situación ha empeorado desde entonces, no sólo porque se mantiene o más bien aumenta el número de personas que arriesgan sus vidas por alcanzar las costas del sur de Europa o de Canarias, con el consiguiente aumento del número de personas que mueren en el intento, también porque nos enfrentamos a gobiernos europeos que ponen trabas a la ayuda imprescindible para socorrer a quienes navegan a su suerte empujados por la desesperación, ya sea prohibiendo la entrada a sus puertos de los barcos de ayuda, como ocurre con Italia, con un discurso además agresivo contra los inmigrantes, ya sea poniendo trabas burocráticas a esos mismos barcos, a los que se amenazan con multas, como está ocurriendo en España, aun cuando escuchemos de tanto en tanto buenas palabras en el gobierno central.

De este modo, la escultura se vuelve un homenaje a esos inmigrantes, algunos de los cuales se afincaron en Portugalete, en el resto del territorio, también a toda una población africana que sufre hoy una situación que no nos debería sonar tan extraña –guerras, miseria, represión, prejuicios, generalizaciones–, aun cuando el continente tenga también muchos aspectos positivos, entre ellos una enorme fortaleza cultural, muchas veces la realidad no está tan estereotipada como creemos, aunque es cierto que para buena parte de esos inmigrantes es el viaje, ese trayecto que realizan para llegar, lo que se vuelve un infierno; y no nos debería sonar extraña su situación porque los europeos, es justo recordarlo, hemos vivido aspectos no muy diferentes no hace tanto tiempo, con guerras brutales iguales o aún más genocidas que las que creemos en África, con miles de personas huyendo, sin atisbar muy bien un horizonte claro. Portugalete, sin ir más lejos, fue bombardeada a finales de junio de 1937 y de sus muelles y del muelle vecino de Santurce salieron barcos con los niños de la guerra, no podemos olvidarlo, vemos hoy lo mismo en otros lugares y no puedo dejar de pensar que al final es un mismo conflicto lo que tenemos delante, la misma guerra.

De este modo, Portugalete, con esta escultura, reconoce un hecho que no sólo forma parte de la historia, sino que por desgracia está muy presente hoy, están ocurriendo ahora mismo, y coloca una escultura sin tener que esperar unos años para lamentar lo que no se está haciendo en este momento, no es un homenaje a un ayer más o menos lejano, es una colleja en toda regla a un hoy. Aunque esa escultura, esa mujer y sus hijos, sirva también para recordar aquella tragedia de 1937 y para homenajear a otras mujeres y a otros niños que son los mismos que inspiraron la escultura, que al final un artista africano nos recuerda y lamenta junto a nosotros, con imágenes actuales, lo ocurrido hace ochenta años.

Sea lo que fuere, Portugalete, y por extensión toda la Margen Izquierda del Nervión, sabe bastante de la llegada de inmigrantes en cantidades mucho mayores a las personas que llegan ahora procedentes de África, es evidente que a lo largo del último siglo y medio la villa y la comarca han sido el destino de miles de personas que venían a trabajar a las minas, a los Altos Hornos, al puerto o a la industria de la zona. No hay más que echarle una ojeada a la forma de las ciudades de la Margen Izquierda, que se han construido como parte de la fábrica, tal como afirma el escultor Juanjo Novella, de Portugalete también él, y lo podemos leer en la obra de Ramiro Pinilla, quien habla de todo eso, de la industrialización, de la burguesía de Getxo y del mundo obrero de la Margen Izquierda, de la lucha entre tradición y modernidad. Juan Antonio Zunzunegui, recoge por su parte una cotidianidad local de un modo objetivable, sí, casi naturalista, pero por ello mismo crítico, desencantado con una realidad política y social que contribuyó a generar. Porque con frecuencia sólo quien contempla la vida desde un cierto desencanto y sin perder por ello el interés por lo que le rodea puede observar la realidad en toda su crudeza y su grandeza.

Por otro lado, me resulta inevitable no estar de acuerdo con el bertsolari y músico Jon Maia que, desde Guipúzcoa, dice que esa inmigración de Castilla y Extremadura, la de sus propios orígenes, conformó en su momento la actual Euskal Herria, al igual que los inmigrantes que están llegando hoy contribuyen a darle una nueva forma, así lo expuso en Junio durante la Feria del Libro de Portugalete. Estoy convencido de que es así y que el resultado no será mejor ni peor, será un nuevo capítulo de la historia, a todas luces con las mismas grandezas y las mismas miserias. Se entrelazan lo individual y lo colectivo, los cachos se van uniendo y vamos reconociendo el conjunto final, a veces olvidando cada uno de los trozos.

Porque es inevitable que la cultura se construye con demasiadas piezas que muchas veces, en un primer momento, parecen no coincidir, se dan incluso la espalda, pero también en la cerrazón de cada cual se va conformando, entre silencios, una realidad no siempre mejor, pero nueva en todo caso.

De este modo, Portugalete es un telar que lo conforman numerosas piezas vinculadas unas con otras, piezas de formas y colores diferentes, incluso de tiempos distintos, así la escultura de Mama África convive con la de García de Salazar, no muy lejos de ella, porque son en cierto modo contemporáneas, sus contextos son la continuidad una de otra, frutos del mismo conflicto, de las mismas ambiciones, al fin y al cabo la historia se teje del mismo modo que las calles de la villa, entremezclándose, no hay diferencia alguna entre el desasosiego de los que recién llegan con el que sufrieron los niños de la guerra o con el que produjo las guerras banderizas narradas hoy por José Manuel Aparicio, todo se da al mismo tiempo, ocurren una y otra vez mientras la marcha dolorosa de la mujer y los niños de Bukari da a su fin y llegan a Portugalete.

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