En 2007 se instaló en
Portugalete, en la calle Casilda Iturrizar, a pocos metros del Centro Cultural
Santa Clara, una escultura titulada Mamá
África, del artista ghanés afincado en Vizcaya Augustine Bukari. En ella se
refleja a una mujer que, en compañía de dos niños, carga un fardo, uno de los
niños también lleva un saco, y al contemplarla, al ver los tres rostros con
rasgos que indican sufrimiento, la podemos entender como el reflejo de quien
sale de su tierra, casi huye, los tres miembros de la escultura simbolizan y forman
parte de esa nueva inmigración que llega al País Vasco y a la Europa del sur
procedente de África y que no está exenta de zozobra y desasosiego, pero que,
al mismo tiempo, a pesar del desaliento, no pierde la esperanza de que su
camino permita el encuentro con alguna oportunidad propicia.
Aquel año la inmigración
más sangrante, la que nos llega en patera, comenzó a tomar tintes dramáticos y
comenzábamos a ser conscientes de la dimensión de la tragedia. Sin embargo, la
toma de conciencia no ayudó a buscar soluciones, muy al contrario: la situación
ha empeorado desde entonces, no sólo porque se mantiene o más bien aumenta el
número de personas que arriesgan sus vidas por alcanzar las costas del sur de
Europa o de Canarias, con el consiguiente aumento del número de personas que
mueren en el intento, también porque nos enfrentamos a gobiernos europeos que
ponen trabas a la ayuda imprescindible para socorrer a quienes navegan a su
suerte empujados por la desesperación, ya sea prohibiendo la entrada a sus
puertos de los barcos de ayuda, como ocurre con Italia, con un discurso además
agresivo contra los inmigrantes, ya sea poniendo trabas burocráticas a esos
mismos barcos, a los que se amenazan con multas, como está ocurriendo en
España, aun cuando escuchemos de tanto en tanto buenas palabras en el gobierno
central.
De este modo, la
escultura se vuelve un homenaje a esos inmigrantes, algunos de los cuales se
afincaron en Portugalete, en el resto del territorio, también a toda una
población africana que sufre hoy una situación que no nos debería sonar tan
extraña –guerras, miseria, represión, prejuicios, generalizaciones–, aun cuando
el continente tenga también muchos aspectos positivos, entre ellos una enorme
fortaleza cultural, muchas veces la realidad no está tan estereotipada como
creemos, aunque es cierto que para buena parte de esos inmigrantes es el viaje,
ese trayecto que realizan para llegar, lo que se vuelve un infierno; y no nos
debería sonar extraña su situación porque los europeos, es justo recordarlo,
hemos vivido aspectos no muy diferentes no hace tanto tiempo, con guerras
brutales iguales o aún más genocidas que las que creemos en África, con miles de personas
huyendo, sin atisbar muy bien un horizonte claro. Portugalete, sin ir más
lejos, fue bombardeada a finales de junio de 1937 y de sus muelles y del muelle
vecino de Santurce salieron barcos con los niños
de la guerra, no podemos olvidarlo, vemos hoy lo mismo en otros lugares y no
puedo dejar de pensar que al final es un mismo conflicto lo que tenemos delante,
la misma guerra.
De este modo,
Portugalete, con esta escultura, reconoce un hecho que no sólo forma parte de
la historia, sino que por desgracia está muy presente hoy, están ocurriendo
ahora mismo, y coloca una escultura sin tener que esperar unos años para
lamentar lo que no se está haciendo en este momento, no es un homenaje a un
ayer más o menos lejano, es una colleja en toda regla a un hoy. Aunque esa
escultura, esa mujer y sus hijos, sirva también para recordar aquella tragedia
de 1937 y para homenajear a otras mujeres y a otros niños que son los mismos que
inspiraron la escultura, que al final un artista africano nos recuerda y
lamenta junto a nosotros, con imágenes actuales, lo ocurrido hace ochenta años.
Sea lo que fuere,
Portugalete, y por extensión toda la Margen Izquierda del Nervión, sabe
bastante de la llegada de inmigrantes en cantidades mucho mayores a las
personas que llegan ahora procedentes de África, es evidente que a lo largo del
último siglo y medio la villa y la comarca han sido el destino de miles de
personas que venían a trabajar a las minas, a los Altos Hornos, al puerto o a
la industria de la zona. No hay más que echarle una ojeada a la forma de las
ciudades de la Margen Izquierda, que se han construido como parte de la
fábrica, tal como afirma el escultor Juanjo Novella, de Portugalete también él,
y lo podemos leer en la obra de Ramiro Pinilla, quien habla de todo eso, de la
industrialización, de la burguesía de Getxo
y del mundo obrero de la Margen Izquierda, de la lucha entre tradición y
modernidad. Juan Antonio Zunzunegui, recoge por su parte una cotidianidad local
de un modo objetivable, sí, casi naturalista, pero por ello mismo crítico,
desencantado con una realidad política y social que contribuyó a generar. Porque
con frecuencia sólo quien contempla la vida desde un cierto desencanto y sin
perder por ello el interés por lo que le rodea puede observar la realidad en
toda su crudeza y su grandeza.
Por otro lado, me resulta
inevitable no estar de acuerdo con el bertsolari
y músico Jon Maia que, desde Guipúzcoa, dice que esa inmigración de Castilla y
Extremadura, la de sus propios orígenes, conformó en su momento la actual
Euskal Herria, al igual que los inmigrantes que están llegando hoy contribuyen
a darle una nueva forma, así lo expuso en Junio durante la Feria del Libro de
Portugalete. Estoy convencido de que es así y que el resultado no será mejor ni
peor, será un nuevo capítulo de la historia, a todas luces con las mismas
grandezas y las mismas miserias. Se entrelazan lo individual y lo colectivo,
los cachos se van uniendo y vamos reconociendo el conjunto final, a veces
olvidando cada uno de los trozos.
Porque es inevitable que
la cultura se construye con demasiadas piezas que muchas veces, en un primer momento,
parecen no coincidir, se dan incluso la espalda, pero también en la cerrazón de cada
cual se va conformando, entre silencios, una realidad no siempre mejor, pero
nueva en todo caso.
De este modo, Portugalete
es un telar que lo conforman numerosas piezas vinculadas unas con otras, piezas
de formas y colores diferentes, incluso de tiempos distintos, así la escultura
de Mama África convive con la de García de Salazar, no muy lejos de ella,
porque son en cierto modo contemporáneas, sus contextos son la continuidad una
de otra, frutos del mismo conflicto, de las mismas ambiciones, al fin y al cabo
la historia se teje del mismo modo que las calles de la villa, entremezclándose,
no hay diferencia alguna entre el desasosiego de los que recién llegan con el
que sufrieron los niños de la guerra o con el que produjo las guerras
banderizas narradas hoy por José Manuel Aparicio, todo se da al mismo tiempo, ocurren
una y otra vez mientras la marcha dolorosa de la mujer y los niños de Bukari da
a su fin y llegan a Portugalete.
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