Lo define a la perfección
en un tuit el activista vasco afincado en Grecia Hibai Arbide: «Llevo días escuchando radio y leyendo
periódicos del País Vasco y de las Landas. Sé en todo momento cuántos policías
hay movilizados, cuántos kilómetros de retención en la frontera, dónde ha
aterrizado el helicóptero de Trump. No he oído qué temas va a tratar el G7 ni
una sola vez».
No se puede decir mejor,
imposible dejarlo más claro. Podemos deducir además que si la cumbre del G7 en
Biarritz que se está celebrando ya en este momento y sus correspondientes
crónicas periodísticas fueran una novela, sería a todas luces una malísima
novela porque en ella, como insinúa Hibai Arbide en su mensaje breve, domina el
continente sobre el contenido, y por consiguiente nadie tiene la certeza si
esta reunión va a tener algún sentido, más allá de manifestar su poder, es más,
puede incluso que no haya ningún contenido, que los emperadores de la tierra y
sus acólitos invitados no hablen al final de nada, del tiempo tal vez o de la
belleza de esa ciudad, ese antiguo puerto ballenero vasco que tanto gustó a
Víctor Hugo en su momento, como ya conté, y que deseó que nunca se pusiera de
moda para evitar el rechazo que tuvo, casi un siglo después, Alejo Carpentier
cuando llegó a lo que ya era una ciudad turística.
¿Qué dirían ambos
escritores si hoy estuvieran en la costa vascofrancesa, si asistieran a esta
cumbre que ha provocado una distopía durante varios días? Quizá no se les dejase
entrar, no lograrían las acreditaciones necesarias para acceder a Biarritz,
aunque Alejo Carpentier fue diplomático, ministro consejero de la embajada de
Cuba en París más en concreto, claro que nos podríamos preguntar qué pintaría alguien
de la embajada de Cuba en la cumbre del G7. Y Eugenia de Montijo, ¿qué diría
Eugenia de Montijo si viera aquel rincón que ella tanto amó bajo el actual
estado de excepción? Ella era esposa de emperador, por tanto se sentiría más en
su salsa, pero sin duda encontraría exagerado todo este despliegue.
Veinte mil agentes de
policía y militares, nada menos, han blindado los dos lados de la frontera, en
una amplia zona de, dicen, protección –¿Protección de quién, para quién?– que
ha dejado vacía la ciudad de Biarritz, sin los turistas que acuden a ella o están
de paso, sin actividad alguna, los trabajos más cotidianos interrumpidos, ni
siquiera las flotas pesqueras de los puertos próximos han podido hacerse a la
mar. Se habla incluso de un posible cierre de la frontera y por de pronto la policía
foral de Navarra y la Ertzaintza en Guipúzcoa ya están impidiendo el tráfico de
camiones hacia los puestos fronterizos en los Pirineos occidentales.
Calles vacías, controles
estrictos durante toda esta semana y hasta el próximo martes, restricciones de
movilidad en la población de Biarritz y de las carreteras, ¿con qué sentido?
Quizá sea sólo una
muestra de poder, un mero espectáculo de aquellos que definió Guy Debord en su
obra-tesis La Sociedad del Espectáculo,
tan atinada en varios aspectos y que señaló, entre otras cosas, que la
identificación pasiva con el espectáculo suplanta la actividad genuina. Todos
nos hemos quedado maravillados ante las medidas adoptadas, cómo se ha blindado
Biarritz e imagino que también, de otro modo, Bayona, esa ciudad romántica,
como la definió Miguel Sánchez-Ostiz, si no recuerdo mal, y vamos con ello
confirmando cómo el concepto de la Europa Fortaleza no es sólo una metáfora
para hablar de la política europea hacia los bárbaros actuales que pretenden entrar en el continente, muchos de
ellos muriendo en el intento, sino una realidad institucional.
¿De qué hablarán los
grandes dirigentes y los miembros de las diversas delegaciones? Es imposible no
referirse a la película de Armando Lannucci In
the Loop (2009), en la que asistimos a los pormenores durante los
encuentros de las delegaciones diplomáticas británica y norteamericana en una
cumbre y las situaciones absurdas que se crean a tenor de los comentarios de algunos
altos cargos. Al final uno no tiene muy claro quién tiene la sartén en el mango
y hasta qué punto hay una lógica y un sentido en estas cumbres, cuando todo
parece ya decidido de antemano.
Como no podía ser de otro
modo, hay contracumbre organizada por varias entidades sociales disidentes a
este (des)orden del mundo y que pretende plantear alternativas al modelo
imperante. A principio de este siglo XXI se usó un lema en este tipo de
encuentros, Otro mundo es posible.
Hoy se utiliza ya poco, casi nada, tal vez por mero realismo, quizá por la
asunción de que, ante el espectacular despliegue de los poderosos con que se
intenta ocultar la futilidad más absoluta, disentir ya es todo un propósito y
no hay que buscar nada más. La resistencia se dedica, por su parte, a rescatar
personas, sin requerir para ello de permiso alguno ni esperar ya nada de
quienes ejercen el gobierno en esta parte del mundo.
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