Cecilio
Olivero Muñoz
Cibernética
Esperanza
Senzala
Colectivo Editorial
«Todo ocurre por una razón que no entendemos», afirma el narrador
del relato en un momento dado, cuando ya tenemos una idea clara del camino
recorrido por el protagonista, Casimiro Oquendo Medrado. Tal vez por ello,
porque se nos escapa el porqué de las cosas, lo que motiva los hechos y quizá
el sentido de la vida, no hay excusas o voluntad de justificarse, simple y
llanamente hay una descripción de escenas que componen una vida, unos retazos
que se van sucediendo de un modo aleatorio.
Tampoco hay por parte del
protagonista un acto desesperado de rebeldía, no se rebela, no lanza una
diatriba contra su vida ni por los hechos que se producen en ella, no hay un
grito de angustia por todo ese sinsentido que le envuelve a él, a su narrador,
pero también a su autor y en definitiva a todos nosotros, lectores y no
lectores. Si le encierran en un centro psiquiátrico, vale; si le dan el alta y
lo sacan de ahí, también vale. Así es la vida, al fin y al cabo. La vida de
ahora, hay que precisar. A veces somos meras piezas de un rompecabezas que
desconocemos y el componedor del rompecabezas va ensamblando las piezas que
tampoco tienen un lugar único en el conjunto.
Por ello quizá haya que
leer este libro -¿Novela?¿Colección de relatos o de retazos que tienen sus
independencia narrativa respecto al conjunto?¿Biografía?¿Confesión?¿Tratado de
la realidad? Hay que recordar que estamos en el tiempo de la no definición–,
porque muestra una nueva actitud ante la vida, ya no es el grito ante Dios o
ante la Historia, es simple y llanamente la descripción de lo que ocurre sin
más, ni siquiera hay un objetivo, o puede que el objetivo sea la propia
escritura. Ya que no podemos entender la razón de las cosas, escribimos y leemos
porque sí, sin más, sin ni siquiera la intención de buscar un cierto orden.
Estamos ante un nuevo
modo de entender la realidad y por ende la escritura. La tecnología, sin duda,
ha cambiado la forma de mirar y de sentir, nos ha individualizado aún más, pero
no para ayudarnos a determinar más el yo, sea esto lo que fuere, sino para
aumentar más nuestra soledad, la desnudez de nuestras vidas, la impotencia ante
tanto caos. Sí, nos seguimos relacionando, es verdad que nos reunimos con otras
personas para hablar de libros, de política o de fútbol, nos casamos, nos
liamos, nos divorciamos, formamos familias u otras formas de relación o
acabamos buscando salidas terapéuticos –psiquiatras, psicólogos, escritura,
reflexión, arte–, como se ha hecho toda la vida, pero ahora todo es de forma
diferente. Tal vez lo que nos falta es lo antes referido, el acto de rebeldía,
ese acto de miedo o de revuelta de Caín ante su destino que, sin embargo, asume.
Ya no creemos ni en la revolución, ni en la democracia, ni en la tribu, ni en
nada. Estamos solos con nuestra propia soledad. Quizá nunca la soledad fue tan
evidente como en nuestra época, cuando vivimos en grandes ciudades y tomamos el
metro junto a miles de personas, pero cada cual atiende sólo a su teléfono
multifunciones. Cibernética soledad.
Tal vez por ello hay que
leer este libro, el personaje que deambula por sus páginas es un reflejo de lo
que somos, y esto es lo que une el relato a una luenga tradición, la de la
literatura como espejo. Mientras, no es baladí, el título nos brinda la
existencia de alguna esperanza pese a todo, aunque sea una esperanza cibernética.
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