sábado, 12 de enero de 2019

«La guerra empieza aquí»


Fue la experiencia directa de la guerra lo que llevó a Vera Brittain a rechazar la guerra como extensión de la política, la guerra como normalidad en la relación entre los países o como respuesta recurrente respecto a los problemas comunitarios a lo largo de la historia. No sólo eso, sino que repudió el discurso del nosotros y del ellos, la identidad grupal, étnica o nacional frente a un enemigo que diluye a los individuos y los convierte en meras piezas a destruir. De ahí que tras la primera guerra mundial se opusiera a la venganza contra Alemania, a la adopción de medidas que colocara a este país en una situación de castigo colectivo que humillara a sus ciudadanos y los culpabilizara por una guerra que tuvo varios responsables, pero que sobre todo respondió a intereses económicos. Se opuso a la banalidad del mal antes de que Hanna Arendt empleara este concepto para referirse a Eichmann, funcionario alemán cuya actividad permitió la muerte de cientos de personas no porque Eichmann lo deseara en sí mismo, sino porque aplicaba simple y llanamente la ley establecida, sin plantearse nada más, no por maldad o deseo del mal, sino porque lo normal, consideraba, era actuar como actuó. No era para Hanna Arendt sólo una cuestión legal, de decisión política, sino que se centró en la ética más personal, la que llevaba a las personas a actuar individualmente en el marco colectivo. Fue lo que hizo Vera Brittain, se enfrentó a esa lógica perversa que llevó a buena parte de la población británica a desear el castigo a los alemanes, a considerar normal que se impusieran sanciones que impidieran que la sociedad alemana se desarrollase a su vez tras las consecuencias nefastas de la guerra porque, al ser derrotados, esa misma sociedad se convirtió en causante de la guerra.

Una experiencia directa de la guerra muy parecida a la que tuvo Vera Brittain llevó a Amos Oz, que falleció el pasado diciembre, a rechazar la guerra latente que ha enfrentado a palestinos e israelíes desde la creación del Estado de Israel. Participó como soldado en la guerra de los seis días y en la de Yom Kipur, vio los efectos del dominio y el enfrentamiento, también asistió a las consecuencias que provocaron esas guerras en ambas sociedades, y eso le llevó a enfrentarse a la misma lógica del nosotros y del ellos, aun cuando él perteneciera a uno de los dos bloques. Fundó la organización Shalom Ajshar (Paz Ahora) que ha buscado desde entonces un espacio común de rechazo a la guerra y a la lógica de la normalidad de las políticas bélicas.

Hay que tener una capacidad profunda de crítica y de cuestionamiento para poder darle la vuelta a toda esa normalidad y confrontarse a una visión de la realidad que sistematiza determinadas conductas colectivas, que mira hacia otro lado o que se justifica en base a la falsa concepción de que ciertas cosas no tienen relación o que la realidad, en el fondo, se compone de piezas sin vínculos entre sí.

En marzo de 2017 Ignacio Robles, un bombero que pertenece a la dotación de bomberos dependiente de la Diputación Foral de Vizcaya, se negó a realizar las labores preventivas de seguridad de la carga de un barco en el Puerto de Bilbao al saber que la susodicha carga era de bombas y el destino de las mismas era Arabia Saudí, un país que llevaba dos años en guerra contra Yemen. Alegó cuestiones de conciencia que sin embargo tampoco iban a perjudicar las labores preventivas, él no lo haría pero llamó para que le sustituyeran. Lo que hizo fue justo lo contrario a lo que hizo Eichmann: asumió las consecuencias que sus actos tenían y respondió con su abstención a participar en lo que consideró un acto de colaboración con el ataque a la población civil de Yemen, aun cuando su gesto nimio no impidió la prevención, sólo la retrasó.

La Diputación Foral de Vizcaya abrió un expediente contra Ignacio Robles que le podía acarrear una suspensión de empleo y sueldo. Dispuso de una red de apoyo social muy fuerte, aunque también es cierto que buena parte de la sociedad asistió a todo este procedimiento con no poca distancia, no dejaba de ser una anomalía a todas luces incomprensible, al fin y al cabo casi nadie se plantea elegir entre su puesto de trabajo, en los tiempos que corren además, y una actitud de rechazo a algo legal, pero a todas luces nada justo ni mucho menos ético. Por lo demás, tampoco el gesto de Ignacio Robles iba a impedir que se enviaran tales armas, las cuales, por otro lado, son una fuente de ingresos para muchas empresas del País Vasco y que crean puestos de trabajo. Además, la construcción de armamento es una actividad normalizada –se emplean armas fabricadas en el País Vasco desde los tiempos de la toma de Granada, nada menos– y a poca gente se le ocurre asociar tal venta con las imágenes de un Yemen destrozado. Tampoco se consideró normal que Vera Brittain rechazara las medidas contra los alemanes tras la primera guerra mundial y no pocas fueron las voces que consideraron a Amos Oz un traidor por sus posiciones contra la guerra.

De Ignacio Robles y de la campaña que llevó a cabo para que el puerto de Bilbao no fuera punto de salida del armamento bélico se habla en el documental La guerra empieza aquí, dirigido por Joseba Sanz y que apoyaron varios colectivos vascos y de fuera del País Vasco. En el documental intervienen, además de Ignacio Robles, trabajadores de empresas armamentísticas, militantes de movimientos contra la guerra, activistas que trabajan la solidaridad con la población yemení, refugiados de este país –porque otra consecuencia de las guerras, de las de Yemen o de cualquiera otro, son los refugiados– y técnicos que muestran las implicaciones económicas del negocio de la guerra, de la tanatopolítica en definitiva.

No es un tema baladí, el propio gobierno de Pedro Sánchez se planteó no vender armamento a Arabia Saudí por ser un país en guerra, aunque al final cedió ante las presiones y las repercusiones económicas que se plantearon. Al fin y al cabo, se llegó a decir, si no las vende España, las venderán otros países, otras empresas. Habrá incluso quien diga que el documental es parcial, se plantea el tema desde la crítica, desde el movimiento contra la guerra, y es cierto, pero otra vez se miran las cosas por separado, el documental es apenas un mensaje en una botella lanzado al mar. La normalidad, el aparato legal y político, la opinión pública miran hacia otro lado, se asume la venta de armas como una actividad más que nada tiene que ver con las fotos de las víctimas de la guerra por la que podemos sentir lástima y piedad, pero que no vemos como víctimas de esas mismas armas con las que nos lucramos. Ignacio Robles es apenas un nombre que apareció de pasada en algunas páginas de algunos periódicos durante el transcurso de su expediente.

Se consiguió que el Puerto de Bilbao no fuera punto de salida del armamento, pero salen ahora mismo del de Santander, lo que confirma de cierta manera la tesis de los más derrotistas que asumen que pocas cosas se pueden hacer contra la realidad, sólo una protesta global que apunte lo cruento de esa misma realidad. Mientras, mueren soldados yemeníes, soldados saudíes y personas de toda edad y condición afectadas por la guerra, los intereses económicos y la tanatopolítica. Forma parte, dicen, de la realidad del mundo.

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