El bardo ciego evoca la
guerra de Troya, la describe al detalle, cuenta cómo los pueblos se alinean en
uno u otro bando y hasta los dioses son sensibles ante los heroicos guerreros.
No pocas fueron las veces que el pueblo elegido, por su parte, debió de batallar
contra enemigos que lo acechaban. De esa forma, también, construyó su
identidad. Porque la guerra siempre se hace contra el otro y esto permite definir poco a poco el nosotros. «¡Dios, qué buen
vasallo si oviesse buen señor!», es lo que exclama la niña al contemplar al
caballero que pide clemencia al pueblo que no se la puede dar porque se lo han
prohibido, el Rey castigará a quien le preste ayuda, toda una descripción
política en esa simple frase sobre la que se podría escribir un amplio tratado
de relaciones de poder. Y de identidad, porque la guerra la crea: la sacrosanta
identidad.
O la creaba, cuando los
pueblos se iban forjando y se constituían nuevas entidades y nuevas
identidades. Incluso el lenguaje se convirtió en campo de batalla mediante el
empleo interesado de ciertos términos. Durante siglos, por ejemplo, se ha denominado
reconquista al enfrentamiento entre
los reinos cristianos y los musulmanes en la Península Ibérica. Se justificó
tal término en base a la entrada de los árabes en la Península en el año 711,
pero también entraron los visigodos, que la ocuparon en el 476, como entraron y
ocuparon antes los romanos. Ninguno de los pueblos, por tanto, hunden sus
raíces en ella. No hay ningún pueblo por tanto que pudiera atribuirse el
patrimonio de la tierra, de cualquier tierra, porque estuviera en ella desde
los inicios del mundo. Pero era necesario legitimar el poder que nació tras la
conquista de Granada y la entrega de la ciudad el 2 de enero de 1492. Tariq Ali
describe en A la sombra del granado las
tensas relaciones que mantuvieron las poblaciones arábigas, musulmanes la
mayoría, y la castellana, católica, aunque no siempre con la ortodoxia ansiada
por los poderes religiosos y terrenales. Hubo en todo caso un primer intento de
respetar la heterogeneidad. Pero eso impedía en gran medida la construcción de
ese nuevo país que se estaba gestando: las nuevas estructuras políticas que
estaban naciendo en Europa exigían homogeneidad. Esto es, una sólo pueblo, una
lengua, una religión. Ni siquiera se toleraban las excepciones más nimias,
surgió la pureza de sangre, la hegemonía de una lengua reglada, el rechazo a la
herejía.
Pero a medida que las
entidades y las identidades logran presencia y estabilidad ya es posible
descubrir hasta qué punto la guerra no responde a planteamientos de tribu,
etnia o nación, sino que es fruto de los intereses mercantiles o, como se dice
ahora, los mercados son los que establecen no sólo las medidas a tomar en los
actuales Estados o Entidades Supraestatales, sino que deciden sobre la guerra,
sobre la tanatopolítica, sobre quién
puede matar y quién no. Hace unos años se decidió darle legitimidad a la
invasión de Irak, se dijo que porque se estaba armando en demasía, con armas muy
destructivas además (en una viñeta aparecida por entonces en un diario se
justificaba la prueba de tales armas mediante las facturas de las armas
vendidas por los países que ahora acusaban a Irak), y oprimía a su pueblo y sus
minorías nacionales, mientras que ningún poder cuestiona hoy que Arabia Saudí
bombardeé o bloqueé a Yemen. Es más, se le vende abiertamente armamento y ni
eso se puede criticar porque, se responde, eso crea puestos de trabajo. Se
trata de la realpolitik, es lo que
hay. Y sí, la guerra es un negocio. Hasta se puede decir que la guerra es la
economía por otros medios.
Ni siquiera se necesita
la épica para legitimar la guerra, ennoblecerla. Puede que porque la gestión de
los dineros es lo más antiliterario que puede haber, seguramente, y es público
y notorio, comúnmente aceptado, lo dicho, que la guerra forma parte del
negocio. Por eso tal vez muchos son, desde Zola, los escritores que han escrito
contra la guerra, algunos, como la ya mencionada Vera Brittain, de forma
exclusiva.
La cuestión es que el
engranaje homogeneizador de la economía en el que todos nos convertimos en
meros clientes, en un capitalismo además que deserta de sus propias bases al
volverse monopolista y consumista hasta la brutalidad, pero que no parece
calmar los ánimos como calmaba en cierto modo el discurso identitario. Las
grandes catedrales al menos sosegaban en parte y le daban un sentido al
existir, pero las grandes superficies comerciales no tienen el mismo efecto, no
ayudan a menguar el desasosiego ni da sentido a la vida, incluso llega a ser
enfermizo ese consumismo desaforado que busca una mera diversión aparente, un
sustitutivo de la reflexión y la emoción, para olvidar por un instante que no
hay sentido en este modo de vivir, aunque pronto se diluirán sus efectos porque
en el fondo no aporta nada, supone además más desarraigo y soledad. Pero se ha
impuesto no sólo en los países capitalistas, se ha vuelto global y esa busca de
una vida mejor de quienes emigran, a veces arriesgando sus vidas, es también
una busca de un consumo y un estilo de vida ultraconsumista, superficial.
Tal vez por eso, por
imposibilidad de hallar sentido que este modelo económico y social no da ni
puede dar, está volviendo el discurso identitario, la identificación con la
comunidad religiosa más integrista, la patria entendida como un pueblo, una
cultura, una única comunidad, el nacionalismo ultramontano siempre acusador de
la maldad exterior, incluso se reclama de nuevo la idea de reconquista, cuando parecía haber desaparecido tal concepto
histórico. Claro que tras el discurso de los Bolsonaro de turno hay una defensa
acérrima del libre mercado. La reclamación nacional de algunos pueblos intenta
ocultar con frecuencia, casi siempre, de un modo acrítico, la mala gestión
económica o la propia corrupción –innegable en el caso español o el catalán–,
incluso buena parte del integrismo religioso musulmán posee profundos intereses
económicos, no podemos olvidar los vínculos con las grandes familias
principales y los intereses económicos de no pocos de sus dirigentes. De nuevo
la guerra como economía por otros medios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario