A veces hay reacciones
extrañas de los poderes políticos, en los de los regímenes absolutos aunque
también sucede en las democracias formales, como si quienes los ejercen no las
tuvieran todas consigo y dieran meras excusas de salvaguardia de la integridad
o de la moral a lo que es, simple y llanamente, sentir que tienen los pies de
barro. En abril de 2000 el Estado chino pretendió prohibir, prohibió de hecho,
la novela Shangai Baby, de la escritora
Wei Hui y llegó a quemar 40.000 volúmenes del mismo. Fue acusado nada menos de
ser un libro «decadente y vicioso, y
esclavo de la cultura occidental». Resulta cuanto menos curioso, por no
decir sardónico, tal acusación cuando las autoridades del Partido Comunista
Chino llevan años generando un modelo económico capitalista, en su vertiente
más neoliberal, y fomentando un consumismo salvaje, con sus correspondientes
víctimas, cómo no, y según un modelo por completo occidental, aunque todo esto
es otro debate.
El hecho es que, a pesar
de la decisión gubernamental, la novela corrió como la pólvora, no sólo en
China, a través de copias piratas, sino en el extranjero. Trata de una joven y
atractiva escritora en ciernes, Nike, residente en Shanghái, la ciudad más
occidentalizada de China y ahora mismo verdadero centro mundial económico y
empresarial, que vive una doble historia de amor con su novio chino, un
sensible artista sin muchas ambiciones y enquistado en un profunda crisis
personal, y su amante alemán, un ejecutivo afincado en la ciudad y que vive con
intensidad la animada vida urbana.
Asistimos a la trepidante
vida de Shanghái, una urbe activa, muy consumista, con una élite cultural y
social que nada tiene que envidiar a la de las grandes capitales occidentales,
pero también con una libertad sexual que permite vivir con una intensa
sensualidad sin atisbo de culpabilidad alguna. Es un mundo de claro dominio
femenino, no sólo porque la narradora y protagonista es una mujer, también
porque las mujeres parecen dominar todas las escenas de la narración, resuena
incluso lo femenino en las muchas referencias musicales y cinematográficas de
la novela, desde la mítica cantante Zhou Xuan, que fue célebre en la década de
los cuarenta, hasta actrices y cantantes actuales, como Gong Li o Lin Yilian.
Todo ello lo cuenta,
además, Wei Hui con un lirismo que permite incluso sentir la sensualidad
cotidiana. Pero también con el profundo dolor que hay detrás de las apariencias
y de la mundanidad. La escritura se convierte de este modo para la
escritora-personaje en una forma de confrontarse a la vida pero también de huir
de ella. Se da por tanto una reflexión sobre la escritura, como a su vez sobre
la existencia. Pero también, en medio de toda esta vida agitada y consumista de
los personajes que rodean a Nike y que ocupan la totalidad del relato, hay
lugar a cierta crítica social, recordando a toda una parte de la sociedad
china, sobre todo campesina, que brega aún por hallar unas mínimas comodidades
en sus vidas.
La novela, pues, no gustó
al poder, tal vez por esa mojigatería de algunos regímenes, de todos en
realidad, que se escandalizan de que se cuenten según qué cosas mientras no dan
mucha importancia a otras muchas realidades, por ejemplo a unos conflictos
sociales sin duda latentes, ocultados también, aun cuando surjan con alguna
frecuencia, pero que no se afrontan para solucionarlos, sino sólo para
esconderlos. En la China y aquí. Tal vez no quisieran las autoridades dar una
imagen frívola del país, aunque puede que temieran que la propia población
asistiera a ese drástico cambio social en los últimos lustros, quién sabe si
por las repercusiones que pudiera tener contemplar determinadas cosas, aunque
sea en la ficción.
Lo cual nos lleva a
plantearnos hasta qué punto la literatura puede o no ejercer tanta influencia
social como para incidir en la realidad y cambiar el mundo. No en vano muchos
autores creyeron con firmeza que la literatura podía potencialmente servir a
causas utópicas, nobles o transformadoras, además de ser herramientas de
crítica voraz, ser en definitiva esa arma cargada de futuro, que atribuyera
Gabriel Celaya a la poesía y cantara Paco Ibáñez. No parece que la capacidad de
la literatura sea tanta, menos aún en épocas tan poco literarias como la
actual, aunque sí que es verdad que afecta a las mentalidades y algo influye.
Con seguridad no era esa
la intención de Wei Hui, cambiar nada, incidir en nada, ejercer influencia
alguna más allá de aportar un buen relato a sus lectores. Esto lo consigue a
todas luces, se trata de una novela que engancha, que apasiona y da mucho que
pensar.
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