domingo, 12 de agosto de 2018

«Shanghai Baby» de Wei Hui


A veces hay reacciones extrañas de los poderes políticos, en los de los regímenes absolutos aunque también sucede en las democracias formales, como si quienes los ejercen no las tuvieran todas consigo y dieran meras excusas de salvaguardia de la integridad o de la moral a lo que es, simple y llanamente, sentir que tienen los pies de barro. En abril de 2000 el Estado chino pretendió prohibir, prohibió de hecho, la novela Shangai Baby, de la escritora Wei Hui y llegó a quemar 40.000 volúmenes del mismo. Fue acusado nada menos de ser un libro «decadente y vicioso, y esclavo de la cultura occidental». Resulta cuanto menos curioso, por no decir sardónico, tal acusación cuando las autoridades del Partido Comunista Chino llevan años generando un modelo económico capitalista, en su vertiente más neoliberal, y fomentando un consumismo salvaje, con sus correspondientes víctimas, cómo no, y según un modelo por completo occidental, aunque todo esto es otro debate.

El hecho es que, a pesar de la decisión gubernamental, la novela corrió como la pólvora, no sólo en China, a través de copias piratas, sino en el extranjero. Trata de una joven y atractiva escritora en ciernes, Nike, residente en Shanghái, la ciudad más occidentalizada de China y ahora mismo verdadero centro mundial económico y empresarial, que vive una doble historia de amor con su novio chino, un sensible artista sin muchas ambiciones y enquistado en un profunda crisis personal, y su amante alemán, un ejecutivo afincado en la ciudad y que vive con intensidad la animada vida urbana.  

Asistimos a la trepidante vida de Shanghái, una urbe activa, muy consumista, con una élite cultural y social que nada tiene que envidiar a la de las grandes capitales occidentales, pero también con una libertad sexual que permite vivir con una intensa sensualidad sin atisbo de culpabilidad alguna. Es un mundo de claro dominio femenino, no sólo porque la narradora y protagonista es una mujer, también porque las mujeres parecen dominar todas las escenas de la narración, resuena incluso lo femenino en las muchas referencias musicales y cinematográficas de la novela, desde la mítica cantante Zhou Xuan, que fue célebre en la década de los cuarenta, hasta actrices y cantantes actuales, como Gong Li o Lin Yilian.

Todo ello lo cuenta, además, Wei Hui con un lirismo que permite incluso sentir la sensualidad cotidiana. Pero también con el profundo dolor que hay detrás de las apariencias y de la mundanidad. La escritura se convierte de este modo para la escritora-personaje en una forma de confrontarse a la vida pero también de huir de ella. Se da por tanto una reflexión sobre la escritura, como a su vez sobre la existencia. Pero también, en medio de toda esta vida agitada y consumista de los personajes que rodean a Nike y que ocupan la totalidad del relato, hay lugar a cierta crítica social, recordando a toda una parte de la sociedad china, sobre todo campesina, que brega aún por hallar unas mínimas comodidades en sus vidas.

La novela, pues, no gustó al poder, tal vez por esa mojigatería de algunos regímenes, de todos en realidad, que se escandalizan de que se cuenten según qué cosas mientras no dan mucha importancia a otras muchas realidades, por ejemplo a unos conflictos sociales sin duda latentes, ocultados también, aun cuando surjan con alguna frecuencia, pero que no se afrontan para solucionarlos, sino sólo para esconderlos. En la China y aquí. Tal vez no quisieran las autoridades dar una imagen frívola del país, aunque puede que temieran que la propia población asistiera a ese drástico cambio social en los últimos lustros, quién sabe si por las repercusiones que pudiera tener contemplar determinadas cosas, aunque sea en la ficción.  

Lo cual nos lleva a plantearnos hasta qué punto la literatura puede o no ejercer tanta influencia social como para incidir en la realidad y cambiar el mundo. No en vano muchos autores creyeron con firmeza que la literatura podía potencialmente servir a causas utópicas, nobles o transformadoras, además de ser herramientas de crítica voraz, ser en definitiva esa arma cargada de futuro, que atribuyera Gabriel Celaya a la poesía y cantara Paco Ibáñez. No parece que la capacidad de la literatura sea tanta, menos aún en épocas tan poco literarias como la actual, aunque sí que es verdad que afecta a las mentalidades y algo influye.

Con seguridad no era esa la intención de Wei Hui, cambiar nada, incidir en nada, ejercer influencia alguna más allá de aportar un buen relato a sus lectores. Esto lo consigue a todas luces, se trata de una novela que engancha, que apasiona y da mucho que pensar.

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