Dice la leyenda que una
princesa, en un frío invierno, quedó atrapada por la nieve en la sierra de
Pena. Estaba embarazada y sólo la ayuda de los lugareños logró que diera a luz a
su hijo y que ambos salvaran la vida. Como agradecimiento, la princesa logró para
aquel lugar, Couto Mixto, una serie de privilegios y la capacidad de
gobernar el enclave al margen de los dos Reinos vecinos, el de Portugal,
independiente desde 1139, y el de León, en proceso de unión con Castilla, del
que dependía el condado de Galicia. Tal leyenda se remonta a mediados del siglo
XII y, ya fuese a través de la legendaria princesa o por otros medios, el
pequeño territorio, casi 27 kilómetros cuadrados, quedó bajo la protección del
castillo de Piconha, construido sobre una tierra propiedad de los duques de
Bragança y cuya función era proteger las fronteras, muy difusas entonces, entre
lo que serían mucho después la provincia de Orense y la región de
Tras-os-Montes. Con el tiempo, también la Casa de Lemos y la Casa de Monterrei incidieron
sobre ese enclave.
Puede parecer evidente,
aunque no lo es tanto, visto el uso de términos actuales para momentos del
pasado que busca legitimar a través de la historia reivindicaciones presentes,
que no podemos utilizar conceptos de la política contemporánea para hablar de otros
tiempos, al menos con un sentido actual, y así hemos de entender que el Couto
Mixto fuese un territorio con privilegios y normas propias, por otro lado algo no
tan extraño en un sistema feudal en el que la organización política centralizada
había quedado diluida.
Ese pequeño enclave
estaba constituido por tres aldeas: Santiago de Rubiás, la capital
administrativa donde ejercía el juez, la máxima autoridad, Meaus, que era el
núcleo económico y comercial, y Rubiás dos Mixtos, la población más grande. Cada
una de las aldeas elegía a los homes de
Acordo, sus representantes que se reunían en el atrio de la Iglesia de
Santiago. Solían ser tres por aldea, aunque a veces fueron cinco. Se elegía en
asamblea a la máxima autoridad, el Juez, para un periodo de tres años y debía
ser ratificado por la Casa de Bragança. Tal figura reunía el poder legislativo
y judicial, también el ejecutivo que compartía con el Vigairo do mes. Era interesante que los vecinos podían cuestionar
sus decisiones cuando no estuviesen de acuerdo y con el tiempo dispusieron de
la posibilidad de recurrir las mismas en los partidos judiciales portugueses o
españoles, pues los habitantes del Couto Mixto podían acogerse a las leyes de
ambos países.
Sin embargo, aunque
pudieran acudir a las leyes de Portugal o de Castilla, más tarde de España, los
habitantes del enclave estaban exentos de impuestos, el Couto Mixto pagaba una
alcabala a la corona portuguesa y castellana, también a la Casa de Bragança, de
un modo muy parecido al de los vizcaínos y navarros. Estaban dispensados
también de prestaciones militares en los reinos vecinos. Podían conceder el
derecho de asilo a quienes llegaban a su tierra y lo solicitaban.
Había un Arca de Madera
que era el símbolo de lo que hoy consideraríamos la soberanía del Couto Mixto,
un arca en el que se guardaban los documentos que daban título a la naturaleza
jurídico del enclave. Tenía tres llaves, cada una de las cuales se guardaba en
cada aldea. La de Santiago estaba en manos del Juez. Buena parte de los
documentos que conservaba el Arca desaparecieron en 1809, se quemaron muchos de
ellos durante la ocupación francesa.
Todo indica que el Couto
Mixto hubiera podido ser un país independiente entre España y Portugal, un país
de orígenes feudales si se quiere, pero al fin y al cabo buena parte de los Estados
europeos se remontan en su origen a leyes feudales y tenemos a Andorra que se
constituyó de un modo no muy diferente al de Couto Mixto y allí está, acudiendo
incluso a las asambleas anuales de la ONU. Existe también Goust, en los
Pirineos, reconocida su independencia en 1648 por Francia y España, sin que
nunca se hubiera decretado su disolución como Estado, aunque nadie reclame hoy
su soberanía. Todo lo cual puede inducir a considerar la existencia de los
Estados como mera cuestión de suerte o de meras combinaciones aleatorias: son
las que son, pero hubieran podido ser otra cosa. Se constituyen a través de
fenómenos que van conformando eso que llaman las realidades nacionales y que no
siempre están claras, incluso en tiempos como los actuales, tal vez porque son
siempre cambiantes, nada hay estático. Son frutos en definitiva de las casualidades
o a veces de nimios caprichos, casi como les ocurre a las personas que nacemos
por una multitud de amalgamas y arreglos previos, aunque cabe la posibilidad de
que todo esté escrito de antemano, quién puede saberlo.
En todo caso, son las
zonas de frontera donde muchas veces apreciamos hasta qué punto se diluyen
muchas de esas esencias de la identidad nacional, todo fluye de otro modo, como
diluido por las brumas: rasgos, idioma o costumbres. Sin duda ni los propios habitantes
del Couto Mixto tendrían claro con quien mantenían identidades e
identificaciones. Mucho tiempo después, en 2012, Eloy Enciso realizó un
documental, Arraianos, en el que
plasmó en buena medida estos rasgos fronterizos tan marcados.
En 1864 España y Portugal
firmaron el Tratado de Lisboa por el cual se conformaron las fronteras entre
los dos países, no elucidadas del todo pues siguió danzando el conflicto de
Olivenza y la reclamación de Portugal de dicha comarca. En todo caso, a raíz de
dicho acuerdo, el Couto Mixto quedó anexionado a España a cambio de los pueblos promiscuos, aquellas aldeas y
pueblos cuya territorialidad no estaba clara y que fueron absorbidos por
Portugal en ese momento. Con ello, el Couto se incorporaría a la provincia de
Orense, sus instituciones y privilegios se extinguieron sin que nadie consultara
a sus habitantes, quienes en noviembre de 1868, cuando el Tratado entró en
vigor, perdieron aquella excepcional situación. Delfín Modesto Brandán fue su
último Juez.
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