Si Claude Cahun viviera
hoy y pudiera contemplar lo que ocurre en esta Europa del capital, tan
insolidaria y tan identitaria, con el regreso del discurso patriótico o
nacionalista como único eje del debate político, con la mediocridad elevada a
virtud y modelo de comportamiento a seguir, con toda seguridad se sentiría muy
fuera de lugar, muy apesadumbrada. Su combate a lo largo de la primera mitad
del siglo pasado por una libertad de
comportamiento total, por un proceso de transformación individual y
colectivo, por una sociedad sin explotados ni explotadores, en el que el arte
no fuera sólo un barniz para jactancia y engreimiento de burgueses posmodernos,
un mero decorado de salones y museos, todo ese combate suyo, tenaz y radical, hoy
nos resulta a muchos un mero aunque atractivo recuerdo que nos gustaría
recuperar, el intento de un mundo diferente que ha quedado anclado en el ayer,
en esa primera mitad del siglo XX en que parecía posible, entonces sí, otro
mundo.
Claude Cahun, sobrenombre
o tal vez heterónimo de Lucy Schwob, había participado en los grandes combates
del siglo. Había combinado el arte -la fotografía, la poesía- con la
revolución, una revolución disciplinada aunque no opresiva y una radicalidad
fanatizada aunque no acrítica. Formó parte de la Asociación de Escritores y
Artistas Revolucionarios y cuando este núcleo comenzó a estar demasiado
organizado -controlado- por un asfixiante autoritarismo de corte estalinista,
creó junto a Georges Bataille, Benjamin Péret y André Breton el colectivo Contre-Attaque, todos ellos
decepcionados por el modelo que siguió la Unión Soviética, con una dictadura
burocrática que no logró superar, más bien regresó a ellos, modelos de
explotación de la mayoría por una minoría y un arte que no formaba parte ya de
una nueva sociedad, sino que devino otro decorado, esta vez de los rancios
salones del Partido. Desembocó junto a André Breton en la Federación
Internacional por un Arte Revolucionario Independiente, inspirada también por
Trotsky, con la intención de que el arte no fuera un panfleto de las glorias
estalinistas del Realismo Socialista impuesto por el PCUS y realmente sirviera
a la liberación de los hombres y mujeres a través de la imaginación y la
representación, presentes en potencia en cada ser humano.
Fruto de este compromiso
fue su libro Les paris sont ouverts,
publicado en 1935, título que responde a una expresión francesa que se refiere
a un asunto de dudoso significado sobre el cual hay diferentes opiniones y que
debe ser resuelto en un breve plazo de tiempo.
No, con toda seguridad
Claude Cahun no se sentiría hoy muy feliz con el panorama europeo en lo que
concierne al movimiento obrero y de las capas populares, aun a pesar de que
hubieran surgido en algún momento dado algunas respuestas a la realidad
imperante, tan poco real ésta como dicen que son las alternativas al sistema.
Pero en general hoy esa clase trabajadora sujeto de cambio político y esas
capas populares se han convertido en Europa en las grandes sustentadoras de un
sistema atroz que no ha conseguido, incluso desaparecido el bloque soviético,
superar las desigualdades, las injusticas y no pocas atrocidades.
Quizá se sentiría más
identificada con los procesos de visualización y emancipación de movimientos de
género y transgénero que se dan hoy. Formó parte de un colectivo, Femmes de la Rive Gauche, que logró que
las mujeres ocuparan su lugar en las artes y las letras, también en la acción
política, heredero de las sufragistas de finales de siglo XIX y precursor del
feminismo de la segunda mitad del siglo XX. Pero fue más allá al plantear, en
su radical defensa de la libertad de
comportamiento total, la libertad sexual, aunque con una acérrima oposición
a que se encasillaran las tendencias y las actitudes en módulos estancos. Ella
misma rechazaba encuadrarse en la homosexualidad o en la heterosexualidad, al
final conceptos del mercado que no consigue aclarar lo que se es en realidad,
por ello se presentaba a sí misma como algo diferente, un tercer género que no
definió mucho por rechazo a instituir un tercer encuadramiento.
Al igual que la
concepción de arte, literatura y cultura
proletarios que potenció la URSS resultaba a todas luces un contrasentido
en una sociedad que se pretendía sin clases, es evidente que en una sociedad
sin clases el arte no responde a los intereses de añejas clasificaciones a superar,
porque tiende en consecuencia a ser otra cosa y por tanto no caben tales codificaciones,
en una sociedad sin paradigmas de género o sexuales no son posibles las catalogaciones
en las actitudes. Así lo planteaba Claude Cahun.
No obstante, no parece
hoy tan fácil una realidad sin encasillamientos y clasificaciones. Más cuando
no se han roto las amarras de encajonar la realidad de un modo preestablecido.
Se intentó a comienzos del siglo XX mediante la imaginación y una concepción de
plena emancipación. Pero hoy la idea de emancipación la sustituyen teorías de
empoderamiento, que es justo lo contrario a lo que pretendía Claude Cahun y
todo aquel movimiento artístico, tan plural, tan variado y extenso, que planteaba
un cambio social y personal.
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