El 24 de febrero de 1582 el Papa Gregorio XIII promulgaba la bula Inter Gravissimas por la cual se
reformaba el calendario Juliano, vigente desde el año 46 a. C. Para llevar a
cabo dicho cambio fue necesario que no existieran diez días de octubre: al
jueves 4 le sucedió el vienes 15 de ese mes. Esa reforma requirió de muchos
años de estudio, iniciados algunos de ellos en la Universidad de Salamanca, ya
a principios del siglo XVI, estudio en el que participaron numerosos
científicos europeos. Uno de ellos fue Christopher Clavis, jesuita alemán,
profesor de matemáticas en el Colegio de Roma, perteneciente a la Compañía de
Jesús, y a quien el Papa designó finalmente, junto al español Pedro Chacón, para
que estudiaran las bases del nuevo calendario, que pasaría a denominarse gregoriano y que es el que tenemos ahora
y se ha impuesto en todo el planeta.
Christopher Clavis estudió durante cinco años, entre 1555 y 1560, en
la Universidad de Coimbra, donde conoció a Pedro Nunes, en ese momento profesor
de dicha Universidad. Matemático, cosmógrafo y geógrafo portugués, fue uno de
los principales científicos de la época. De hecho, el matemático alemán divulgó
en sus propias obras y a través de sus clases la obra de Nunes, que fue
inventor del nonio, un instrumento para medir longitudes, algo fundamental en
ese siglo de los grandes viajes. Sin duda, no es casualidad que fuera
portugués, dada la importancia de Portugal en la aventura marítima. Bajo el
reinado de João III esa aventura se intensificó, rodearon África y los
navegantes portugueses alcanzaron China y Japón, además de establecerse en un
sinfín de enclaves. En aquel siglo, que lo fue también de la ciencia, hubo un
renacimiento de las materias científicas y también tecnológicas -otro jesuita,
Mateo Ricci, discípulo de Christopher Clavis en el Colegio de Roma, fascinó a
los chinos con un reloj de pared-, lo que contribuyó a la mejora de las
sociedades y de la economía. La navegación resultó una de las beneficiarias de
esas mejoras y permitió esos viajes por lugares apenas conocidos por los
europeos, entre quienes se expandían numerosas leyendas, algunas desde hacía
mucho tiempo, siglos incluso, como la del Preste Juan, que con toda seguridad
incentivó la imaginación de muchos de los que embarcaron en los barcos, aunque
sin duda movió más el hambre o la necesidad de escapar a los tribunales.
El siglo XVI fue sin duda un siglo fascinante que moldeó en Europa un
tipo de individuo poseedor de una inmensa curiosidad por el pasado, por la
historia y el pensamiento, por la literatura, pero también por la ciencia y la
tecnología, por el medio ambiente. No abandonó por ello el interés por la
trascendencia y el espíritu. La Reforma protestante, de la que conmemoramos su
quinto centenario -mejor dicho, el acto formal de inicio, porque hubo muchos
intentos previos- al colgar Lutero sus 95 tesis en la iglesia de Wittenberg,
nos indica hasta qué punto fue fundamental la religión, tanto en lo personal
-algunas de las nuevas corrientes religiosas se asentaron en la idea de
recogimiento íntimo, la relación personal con Dios, en la base de su doctrina-
como en lo colectivo, la idea de la comunidad es importante en todas las
religiones, así también en su deriva política: la religión devino la argamasa
ideológica de muchos de los nuevos Estados que iban apareciendo en Europa. Surge
un tipo de persona que intenta observar la realidad como algo global, sin
compartimentar los saberes, como se compartimentaron después. No en vano, muchos
de los científicos de la época, como el propio Christopher Clavis, combinaron
matemáticas y teología.
A pesar de todo este peso intelectual, no podemos obviar el lado
negativo del siglo, como si todo avance comporte también su contraparte.
Resulta evidente que el desarrollo en el pensamiento, en las artes y en las
ciencias no elimina la posibilidad del terror o, dicho de otro modo, del
enfrentamiento entre el bien y el mal, tan característico del ser humano. La
aventura marítima, basada tanto en la curiosidad por lo que había fuera de
Europa, en la observación de las realidades humanas y ambientales, supuso
también el inicio del colonialismo a gran escala y también de la esclavitud.
Por su parte, el desarrollo tecnológico trajo como consecuencia nuevos formas
de matar, unas guerras más cruentas al aumentar la capacidad de destrucción. Por
su parte, la conformación de los nuevos modelos de organización política, el
Estado moderno, supuso la necesidad de homogenizar la sociedad -una lengua, un
pueblo, una religión como objetivos a lograr para facilitar el gobierno- y por
tanto la negación de la pluralidad cultural y religiosa que hubo en épocas
anteriores. Un ejemplo de ello fue los nuevos modelos de inquisición que
procuraron evitar las desviaciones heréticas de la ortodoxia así como la
eliminación del otro, por ejemplo de cualquier tentación judaizante entre los
conversos. En este sentido, Pedro Nunes descendía de judíos, pero él no tuvo
problemas por ello, al contrario, tuvo buenas relaciones tanto con la
monarquía portuguesa -con João III así como con su nieto D. Sebastião- como con
la Iglesia Católica, fue uno de los matemáticos a los que el Papa Gregorio XIII
consultó para la reforma del calendario. Claro que sus nietos, a comienzos del
siglo XVII, sí tuvieron que enfrentarse a la Inquisición.
El calendario gregoriano se aplicó de inmediato en los países
católicos y lo fueron incorporando los países que escapaban al dominio del
Papado, los países protestantes primero, casi de inmediato a 1582, y después,
poco a poco, los ortodoxos. Sólo algunas iglesias ortodoxas mantienen el
antiguo calendario juliano para sus ritos, sobre todo. Lo que no se logró fue
zafar todos los efectos negativos del momento entre esos diez días que nunca existieron.
No hay comentarios:
Publicar un comentario